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Horas después, ninguno tenía todavía una solución clara y Anahí se había empezado a vestir de verdad para ir de nuevo a casa de Alfonso, donde su madre la estaría esperando.

— No puedes ir sola, Annie —se puso tras ella— ¿y si te hace algo?¿y si ella no va sola?

Las manos de Alfonso recorriendo sus brazos de arriba a abajo la reconfortaban más de lo que estaba dispuesta a admitir. Pero aún estaba muerta de miedo, su madre ya le había hecho de todo, ¿qué otra cosa podría hacerle? Sabía que Alfonso no la engañaría con ella, pero también sabía que, si había ido a buscarla, su madre querría algo. Algo que seguramente Alfonso tuviese, y dinero era la única respuesta que encontraba.

— Me perseguirá hasta que le haga caso —suspiró—. Antes que era solo yo, no me importaba. Pero ahora... Ahora estáis tú y Eda, y si os pasa algo a alguno de los dos... O a alguien de tu familia por mi culpa, jamás podré perdonármelo.

A Alfonso le gustó que Anahí se preocupase por ellos, lo que no le gustaba es que se arriesgase a quien sabe que por miedo a que les pasase algo, no a ella, sino a su familia.

— ¿Y qué hay de ti? Annie, tienes miedo de que nos pase algo a nosotros, ¿pero no entiendes que yo estoy aterrado de que te pase algo a ti? Cada noche, después de hacer el amor, te acurrucas desnuda contra mi pecho y yo lo único que puedo pensar es en lo bien que me siento, lo mucho que te quiero y te necesito... Me quedo horas contemplándote dormir, disfrutando de ti incluso sin que tú te des cuenta. Hemos perdido muchos meses y ahora que estamos empezando a disfrutar, me niego a perderte. Me niego a que te arriesgues cuando seguramente haya alguna solución.

Anahí tenía los ojos llenos de lágrimas, ¡lo amaba tanto! Había sido feliz durante esos meses, incluso sin que pasase algo entre ellos. Y su familia la había aceptado como una más incluso sin necesidad de hacerlo, ella era simplemente la niñera de Eda, podrían haberla dado de lado e ignorarla pero no. Felipe le había reñido con cariño por tardar tanto en ir con Alfonso y Eda a su casa y después le había hecho sentirse una más, Ricardo había sido un poco más reservado, como Alfonso, pero había terminado adorándola tanto con ella a él y Cindy la había tratado como a una hermana al poco de conocerse.

— ¡Necesitaba a una mujer como tú entre tanto Herrera! —le había confesado entre risas una de las tantas mañanas que había ido a visitarla a su casa simplemente para tomarse algo con ella.

Una lágrima recorrió su mejilla y se la limpió antes de que Alfonso la viera y de que salieran más.

— Déjame al menos acompañarte. Te prometo que no me verá, a no ser que vea que estás en peligro. No vayas sola, Annie...
— No vas a rendirte, ¿verdad?

Alfonso la sonrió con ternura mientras negaba y después se acercó lentamente a ella, besándola con profundidad y lentitud, intentando que ambos olvidasen a su madre.

La casa parecía distinta cuando llegaron. Alfonso iba en la parte de atrás del coche, agazapado para que no se le viese de ninguna manera, aunque se alegró de que los cristales estuviesen tintados, para facilitarle ahora el escondite. Escuchó a Anahí suspirar y estiró el brazo para llegar a ella y tranquilizarla.

— Estoy aquí, no estás sola.

Anahí no le respondió, asintió una sola vez y salió del coche seria. Estaba a punto de llegar cuando una sombra se levantó de la puerta y salió a la luz.

— Has venido —sonrió Julie, miramos su reloj—, y justo a tiempo.
— ¿Me vas a decir de una vez que quieres?
— ¿Tienes prisa?
— Quiero acabar con esto cuanto antes, la verdad.

Alfonso apenas entendía nada de lo que ambas decían, pero sabía que Anahí estaba molesta e incómoda, y que tenía miedo de que su madre hiciese algo. Había avisado a su padre de lo que iban a hacer rato antes, cuando se había escondido en la parte de atrás del coche, y él le había mandado un mensaje en respuesta.

La niñera del jefeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora