La lluvia fuerte había comenzado a caer ya pasada la medianoche, o esa hora logró calcular Kiev. Tenía la mente embotada, como cuando se coló en la oficina de padre y se bebió media botella del vino amargo con su hermana Luz. El mareo no le permitía ver con claridad el cielo, pero, ¿a quién engañaba? Si nunca pudo a prender a ver la hora en el sol, mucho menos en las estrellas.
Se abrazó con fuerza intentando contener el calor del cuerpo que se escapaba a borbotones como un barril roto, pero no logró conseguir calentarse ni un poco, parecía que no solo el agua helada que caía sobre la forja esa noche, si no tambien el viento, eran la bienvenida que se merecía por ser un idiota, pero él no había empezado la pelea.
Se rio de sí mismo en voz alta como un loco, ¿Cuántas veces le había soltado esa misma excusa a su padre? Una decena solo antes de cumplir los diez, siempre había tenido que aprender a defenderse, aunque lo cierto era que en la mayoría de las ocasiones Kiev nunca empezaba los altercados.
Haber nacido en el privilegio fue su peor maldición, la familia de su madre, los Leroy, habían gobernado por siglos las tierras altas y su capital Belmonte, y aquello lo había puesto en el ojo de la sociedad desde que nació. El tercer hijo de la tercer familia más poderosa del continente por parte de su madre y la cuarta por parte de su padre, los Aljarafe, en vez de traerle la estabilidad que se suponía conlleva tan altas esferas sociales le causó rechazo y odio.
Las escuelas de Belmonte eran menos extravagantes que las de la capital, sin lugar a duda, pero incluso así nunca tuvo amigos allá, todos lo culpaban por las desgracias de la ciudad, o del reino, como si un niño de diez años tuviera la culpa de los ladrones en el camino y las guerras, pero los niños tenían que culpar a alguien, tenían que encontrar un culpable de que sus padres se marcharan a pelear las batallas de hombres más ricos como el suyo, porque la gran guerra, a ojos de la sociedad común, no era más que eso, una batalla por territorios y poder, tal vez así lo fuera, Kiev no pensaba mucho en esas cosas, nunca le había afectado la gran guerra hasta que murió su hermano.
El tener que pelear por el pan de cada día había distraído a la mayoría de las personas de la gran guerra que el primer mundo libraba desde antes de que su hermano naciera, pero no los culpó, tambien se distrajo peleando en la escuela con cuanto se atreviera a restregarle el gran privilegio que tenía y por el que tenía que pagar, pero el mundo y la realidad cayeron en él cuando, una tarde, un año después de que su hermano Maiken recibiera el legado, murió en el continente de Orlás tras un taque del enemigo.
Fue el momento en el que sintió que la guerra era real, que no solo eran noticias que llegaban con los aviones reciclados y los pilotos trastornados que murmuraban atrocidades hasta quedarse dormidos y luego soñaban con criaturas que salían desde el suelo y los atacaban.
Pero todo empeoró cuando su padre lo obligó a ver el cadáver de Maiken.
Tenía el cuello cercenado de un tajo, era un corte limpio, con la carne blanca expuesta y los ojos cerrados, el cabello oscuro muy corto y la barba recién afeitada. No se parecía a Maiken, su hermano era diferente, más delgado, con la mandíbula menos definida y los ojos grandes, el hombre que estaba dentro de la mortaja era tan blanco como la leche, con las cejas perfiladas y el torso musculoso.
Se aferró al brazo de su padre con tanta fuerza que él lo apartó. La imagen le consumió el alma, ¿Como era posible que ese cuerpo sobre la mesa entre la tela fuera el mismo que lo había abrazado en las noches de tormenta, o el que lo ayudó a hacer un muñeco de hielo cuando el viento helado sopló la nieve detrás de las montañas de Belmonte y cubrió la ciudad con esa capa gruesa y blanca? ¿Cómo podía ser el mismo?
—Esas criaturas lo mataron — murmuró su padre, pero Kiev aún estaba demasiado sobrecogido con la imagen para poder entender lo que decía — tú deberás vengarlo, Kiev, lo harás — no era una pregunta y él asintió con la cabeza. Su vida cambió a partir de ese día.
Entrenaba cada mañana y cada tarde, peleaba, sangraba y pronto extrañó los días en que se peleaba con los muchachos de la escuela que lo culpaban porque era rico, porque su padre era rico.
Kiev amaba a su madre, pero jamás le perdonó el nunca haber hecho nada por él, por su último hijo varón, por el pequeñito que juró proteger. Pero después de la muerte de Maiken pareció que se alejó de todos, incluso de su padre. Notó como dejaron de dormir en el mismo cuarto, y aunque aparentaran en sociedad, la dinámica empalagosa y coreografiada que los hacía parecer la pareja perfecta se borró, como un recuerdo falso en un sueño espantado por la lucides del alba.
Se removió incómodo sentado en el fango, el viento comenzaba a disminuir, pero el frío le acongojó los huesos de igual forma. No quiso pensar en el camino de espinas que lo trajo hasta estar en la celda de la forja el primer día, solo quería respirar como aprendió en aquel libro del mundo antiguo y esperar a que llegara pronto la mañana.
Alguien carraspeó la garganta a fuera de la celda y Kiev levantó la cabeza de golpe, la luz de las lámparas que le apuntaban a la cara le impedían verle con claridad el rostro, pero supo que era un guardia.
— Levantate, Aljarafe — le dijo — Se acabó el castigo.
— Pensé que era hasta la madrugada — le contestó Kiev y no pudo reconocer su propia voz, era grave y temblaba.
— Uno de tus compañeros habló con quién está a cargo esta noche, testificó que no iniciaste la pelea, Alférez pagará mañana — se puso de pie y todo el cuerpo le dolió en extremo, la prueba le había dejado el cuerpo molido y el frío era como ajugas en los músculos.
— ¿Quién? — al guardia le temblaron las manos mientras abría la cerradura.
— El rubio, el hijo de ese comandante que murió hace años, ¿Cómo era su apellido? Sai...
— ¿El granjero? — la voz le salió más descontrolada de lo que quiso demostrar y el guardia asintió abriendo la puerta.
— Ese.
Pasó primero por las duchas, que era un salón enorme con tuberías que colgaban del techo y aunque el agua era fría, era menos fría que el ambiente de afuera.
Cuando el guardia lo dejó en la entrada del hangar dormitorio se quedó medio paralizado sin saber bien qué hacer, la oscuridad que reinaba dentro era rota solamente por la luz de la luna que entraba por las ventanas y convertía todo en sombras aterradoras que le hicieron pasar saliva.
Caminó entre los camarotes y llegó pronto al suyo y se quedó sorprendido al ver que su pequeña maleta estaba sobre el camarote de arriba y el moreno dormía plácidamente abajo.
Dio por ganada la pequeña pelea y cuando se trepó para acostarse a dormir con la ropa corta que le llevó el guardia, dejó escapar un gemido de placer cuando se metió bajo las sábanas.
Se giró de lado y lo primero que vio fue al granjero acosado en el camarote de abajo al lado del suyo, tenía los ojos abiertos y lo miraba fijamente y a pesar de la oscuridad Kiev logró distinguir el azul de sus iris penetrándolo y le tembló la voz al hablar.
— Gracias — murmuró, pero el granjero soltó un suspiro y se dio la vuelta sin decir nada más y Kiev se sintió como un estúpido, de nuevo.
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Los herederos del legado
FantasyCuando Kiev entra al programa del legado para competir contra 100 jóvenes de todo el primer mundo, imagina que todo aquello será solo un triste recuerdo de su vida que olvidará cuando sea eliminado y así poder dejar de lado el deber que tiene con su...