Jinx solía escuchar música cuando estaba sola porque odiaba el silencio y odiaba oír solo las voces de su familia muerta atormentandola.
La música la ayudaba a pensar que había algo más con ella y no solo sus penurias y una inevitable nada a su alrededor que no podía llenar con nada que no fuesen ruidos externos que no significaban nada más que una distracción para su cordura al borde de quebrarse.
La música fuerte era lo que más escuchaba, le gustaba, era como oír las voces de su cabeza gritándole pero tenía ritmo y la hacía querer bailar, no era tortuoso. La música calmada le incomodaba.
Nunca en su vida había tenido un momento de calma, ni siquiera su mente la dejaba estar tranquila.
Pero a veces, en los días lluviosos cuando visitaba a Caitlyn y miraba por la ventana que la sheriff siempre dejaba media abierta para que entrara el aire frío y el olor a tierra mojada de la noche, podía oír como un tocadiscos reproducía una suave melodía, muy suave, como un toque, un roce muy lejano a su alma que de alguna forma alcanzaba a herir su corazón. Siempre que llovía Caitlyn ponía la misma canción en el tocadiscos, y aunque la Kiramman no lo supiese, alguien más aparte de ella misma estaba acompañándola en sus largas noches lluviosas revisando papeleo pendiente y oyendo la misma canción una y otra vez hasta irse a dormir.
Y ese año fue particularmente lluvioso en Piltover. Y la canción, incluso si Jinx no estaba acechando o vigilando a Caitlyn, se reproducía en su cabeza. Ver el cielo nublado sobre su cabeza le hacía tararear esa dulce y melancólica melodía que la sheriff parecía tanto disfrutar cuando gotas de agua caían del cielo.
La voz de Caitlyn con el paso del tiempo fue convirtiéndose en una melodía extraña pero común para Jinx también. Eran murmuros, susurros, balbuceos, era Caitlyn hablando para si misma mientras se movía por su casa sin saber que Jinx la estaba observando, escuchando.
Y el tarareo de la mujer que se oía cuando esa canción lo hacía también se convirtió de igual forma en la canción de cuna de Jinx. A veces Jinx se escondía bajo la cama de Caitlyn para oírla tararear su canción hasta quedarse dormida, y luego escuchar el sonido de su respiración, regular, calmada, tan pacífica...
Perfecta.
A veces en sus enfrentamientos, cuando Jinx atacaba algún monumento o edificio importante de Piltover, la zaunita se negaba a oír la voz de la sheriff o mirar sus ojos. Veía sus labios moverse, podía ver como los enforcers obedecían sus ordenes, pero no quería oirlo, no se sentía capaz de soportar el recordar el desprecio en la voz de Caitlyn al referirse a ella, no quería recordar la determinación en sus ojos al mirarla con la única intención de atraparla y encerrarla en la celda más oscura y sucia de Stillwater, no podía permitirse recordar que para Caitlyn, al final del día, Jinx no era nada más que una enorme piedra en sus zapatos de la que se quería deshacer cuanto antes.
Pero siguió oyendo sus murmuros, susurros, sus tarareos entrecortados por la incapacidad de Caitlyn para alcanzar ciertas notas. Siguió escuchando su respiración, su corazón latiendo, la sangre fluyendo por sus venas. Y cada noche se acercaba un poco más para oír mejor, ver mejor como el pecho de la sheriff subía y bajaba tranquilo, sin apuro, sin sentir amenaza alguna por la presencia de Jinx por no estar consciente de que se encontraba junto a ella.
Un día, uno de los días en los que la lluvia no dejaba de caer y hacía que los techos de las casas en Piltover resonaran con fuerza, pudo recostarse a un lado de Caitlyn en su cama, y con la poca luz lunar que entraba a través de las persianas de la habitación, Jinx rozó con sus dedos el rostro, las facciones y los mechones de cabello que caían por la cara de la mujer frente a ella. No se permitió ni siquiera hacer ruido para respirar, fue cuidadosa, no se acercó más de lo que necesitaba, solo quería tocar, solo quería saber si la piel y el cabello de Caitlyn eran tan suaves como su voz. Quería saber si, tal vez, tocándola, podría imaginarse como sería una caricia de ella.
Pero no importaba mucho si descubría como podría ser, la voz de Caitlyn ya era más que una caricia para ella, era un abrazo en el alma, más apasionado y cálido que cualquier cosa que pudiese desear.
E incluso si ahora la estaban obligando a oír la sentencia que el concejo le aplicó por todos sus crimenes salir de la boca de Caitlyn, la misma boca con los mismos labios que había visto tantas noches y que tanto tiempo había visto moverse mínimamente para cantar en un susurro su canción, no podía dejar de amar a Caitlyn, no le importaba si nunca llegaba a abrazarla, no importaba si no podía volver a rozar su rostro por las noches, no importaba si con el paso del tiempo la melodía que tanto la calmaba se hacía borrosa en sus recuerdos, Caitlyn habrá sido y siempre será la única persona con la que tuvo un momento de paz, que le mostró que podía disfrutar la música tranquila.
"Pero no disfrutaba de esa música realmente, sheriff, solo disfrutaba de tu voz." la zaunita dijo, mirando luego de mucho tiempo sin hacerlo a los ojos de Caitlyn, quien la observaba intranquila, incómoda, su rostro tomó una expresión extraña cuando la chica le habló, como de confusión, curiosidad e inquietud, pero ya no importaba, no podía preguntarle a qué se refería, la orden se había dado y los oficiales habían disparado contra Jinx, y todos sabemos que los muertos no pueden responderte.
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One-shots Caitjinx | Lawbomb
FanfictionCaitjinx para sanar la mente, o cagarla aún más XD Historias cortas sobre La Bala Perdida y La Sheriff de Piltover, algunas son románticas, otras no, depende de que tal estén los ánimos.