La tentación en la yema de los dedos

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Al día siguiente de la vista de la diosa de todos los seres mágicos de Emyerald la reina se despertó por fin

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Al día siguiente de la vista de la diosa de todos los seres mágicos de Emyerald la reina se despertó por fin. Sin rastro del dolor que la había acompañado por horas y sin saber que le había sucedido. Cian no pudo evitar la emoción y entró apresuradamente a la tienda para lanzarse sobre Melione. El abrazo que le dio, rodeando su fuerte cuerpo con sus brazos calmó su alma. Sentirla debajo de su peso hizo que todos los miedos por ella se disiparon de un plumazo.

Cuando la miró a los ojos supo que su mejor amiga había interpretado bien sus emociones dado que su mirada estaba cristalina debido a las lágrimas que no había derramado.

―Nos has asustado a todos―dijo Cian apretando su mano.

―No era mi intención―respondió en un susurro.

Melione miró a su amada que estaba sentada a su lado en la tienda.

―Lo importante es que ya ha pasado, mi reina.

Sus mejillas se arrugaron debido a que sus labios subieron hacía arriba.

―Tengo ganas de salir de esta tienda y de que reanudemos la marcha. Hemos perdido mucho tiempo.

―No podíamos moverte en ese estado. Aunque si hubieras seguido enferma te hubiéramos llevado a Emyerald ―respondió Antheia.

Melione la miró y frunció el ceño.

―Hubierais abandonado a mi hermano.

―Si, nos preocupa más tu seguridad. Eres la reina y nuestro deber principal es protegerte―respondió el macho.

Melione no parecía contenta.

―No pongas esa cara, tú hubieras hecho lo mismo por mí, o por Cian.

Melione se mordió el interior de la mejilla como sabía Cian que hacía cuando se callaba lo que quería decir.

―Es hora de retomar la marcha. No podemos perder más tiempo.

Cian le apretó la mano con fuerza y se la llevó al pecho donde estaba su corazón.

―Me alegro de que estés bien.

Ella le devolvió el apretón.

―Dile a Saoire que hay que desmontar el campamento.

Él asintió y salió de la tienda para darle algo de intimidad a su reina y su pareja.

Se acercó a Saoire, la cual estaba recogiendo la lona de la tienda que ambos compartían o que debían de compartir porque habían pasado muy poco tiempo durmiendo juntos en ella. Solían hacer que sus turnos de guardia coincidieran para tenerla para ellos solos y él sospechaba porque era que ella no deseaba estar con él a solas.

El recuerdo del beso compartido al amparo de las estrellas, de las caricias de sus manos sobre él y viceversa hicieron que su sangre se caldeara. Cuando vio que ella estaba agachada y su generoso culo estaba expuesto siendo apretado por sus pantalones de cuero negro no pudo evitar sentir como se excitaba. Quería venerar ese culo hasta su último aliento.

Reino de desolación y espíritus quebrados [Legado Inmortal 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora