Epílogo

194 27 112
                                    

Dejó de creer que todo había sido un mal sueño con el paso del tiempo. Pasaron  días,  semanas y meses, y Annabeth nunca estuvo para despertarle, para calmar sus pesadillas.

Hacía tiempo que su cabeza dejó de culpabilizarle, los primeros días se repetía una y otra vez que, si hubiese sido mejor soldado, Annabeth no habría ido a buscarle, seguiría viva. Afortunadamente, su mente le concedió una tregua, la culpabilidad desapareció porque una vida sin Annabeth ya era suficiente castigo.

Aún recordaba el estadillo de aplausos, los gritos en júbilo de una ruidosa minoría cuando el último soldado de Empíreo se arrodilló ante ellos, asumiendo su derrota. Percy y el resto no festejó, tampoco sintió ni un atisbo de felicidad ¿cómo podrían? Lo único que más deseaba, mientras aún sujetaba el cuerpo sin vida de Annabeth en sus brazos, era una última batalla, solo una más. Una en la que también se le escapase su último aliento.

-Robocop - saludó forzando una sonrisa.

Thalia golpeó su nuca con la palma de su mano, no le hizo daño, pero sí resonó lo suficiente para que algunas personas les mirasen. Su mejor amiga, sin mucho cuidado, se sentó en el suelo, soltando un falso suspiro de alivio cuando estiró la prótesis metálica que ocupaba toda su pierna derecha.

-Voy a pedirle a Charles que me instale un cable pelado por aquí - señaló un punto alterno sobre el metal, - así podría electrocutarte.

-Mejor un enchufe, te necesitaría cada mañana para enchufar la tostadora.

-Imbécil.

-Igualmente se lo diré, seguro estará encantado de probar.

Thalia formó una mueca lastimera mientras asentía. De todas las prótesis para los soldados que habían tenido que fabricar, la suya era indudablemente la mejor, simplemente porque Charles se encargaba de ella. El mecánico había encontrado un nuevo rumbo a su vida, descargaba su frustración en la electrónica, trataba de hacer por todos los medios la vida de Thalia más cómoda, más feliz. Aquel chico intentaba aportar al resto una felicidad que, al igual que Percy, no sentía.

No pasaron ni dos semanas cuando, en el silencio calmado del Séptimo Círculo, se escuchó un solo disparo. Recordaba haber estado desayunado con Will Solace y Nico di Angelo, los tres con el mismo gesto aterrado al escuchar de nuevo un arma resonar. Tras unas pocas horas, encontraron el origen. Silena Beauregard había sucumbido al dolor, a la culpabilidad que pesaba en su conciencia y al adictivo deseo de poner fin a la vida. La comprendía y ni siquiera Charles pudo culparla, solo esperaba que hubiese hallado su ansiada paz, una que no llegó después de la guerra pese a la ausencia de violencia. Convivían continuamente con familias que habían ayudado a destruir, personas rotas que solo vivían porque había que hacerlo, no por gusto.

Percy no dijo nada cuando una pequeña lágrima discurrió de la mejilla de Thalia al releer, como muchas otras veces, el encabezado de la lápida.

Annabeth Chase
Querida, amada y respetada capitana

-Nunca debió acabar así - susurró Thalia.

-¿Eres feliz?

Thalia le miró, sopesando su pregunta. Ver la duda en sus ojos fue suficiente para que Percy esbozase una pequeña sonrisa de orgullo por ella. Había esperanza para ella, si no la hubiese, respondería un escueto <<no>>, como habría hecho él mismo.

También te gustarán

          

-Aún no, pero lo seremos.

Supo al instante que no se refería a él, cualquiera que le conociese mínimamente sabría que Percy ya no tenía esa ansiada oportunidad, que su futuro se había convertido en una monótona tristeza. Thalia pensaba en Reyna.

Ellas sí lo habían conseguido. Durante mucho tiempo y sin fundamento alguno odió a Reyna, porque la había visto llorar con el cuerpo de Thalia en brazos. Se identificó con ella hasta que vio que sus lágrimas no fueron de tristeza absoluta y de futuro acabado, sino de alivio. Sintió una profunda envidia porque la ahora excapitana sí consiguió su final feliz.

-No tuvimos la oportunidad de despedirnos - murmuró Thalia mirando la lápida. - Ni siquiera... nada. Ni un segundo.

-¿Cómo te despides del amor de tu vida? - preguntó de forma agria. - Fue mejor así.

Lo único que consolaba su corazón era saber que durante cada día que la vida les permitió estar juntos, Percy pudo demostrarle hasta en sus momentos más hundidos que la amaba, que su amor era la sensación más pura que había sentido nunca. Al contrario de muchas personas, Percy sabía que Annabeth había muerto sabiendo que fue amada, nunca necesitó una desesperada despedida para pronunciar unas palabras que jamás dijo. La amó como mejor supo y pudo.

Aún la amaba, lo haría durante toda su vida, solo que Annabeth ya no estaba para escucharle.

Lo peor no fue el día de su funeral donde las cenizas abrasaban su cuerpo, tampoco la primera semana en específico, sino cada día que despertaba sin sentir su cuerpo a su lado, cada vez que veía algo de lo que podría sacar un chiste del que solo ella se reiría y terminaba girándose para encontrarse con la ausencia de Annabeth. Cada momento es peor que el anterior, porque Annabeth ya no está, y temía acostumbrarse más a su falta que al recuerdo.

Si aún le quedaba algo por temer, después de haberlo perdido todo, era que su tiempo en soledad fuese superior al que pasó con ella. Esperaba morir pronto.

Percy miró las manos entrelazadas del matrimonio Grace cuando Reyna se acercó junto a Jason. Seguía sintiendo envidia, pero de una manera sana y nada corrosiva como experimentó anteriormente. Lo que durase su vida, se aseguraría de enseñar a quien sea que ellas eran la personificación perfecta de amor, fuerza y, sobre todo, longevidad.

-Las obras de algunas casas están terminando, la población que una vez perteneció a Empíreo podrá instaurarse, me lo acaba de decir Clarisse - comentó Jason. - Solo debemos ir para revisarlo y dar nuestro consentimiento. Sé que opinas lo mismo, nuestra prioridad es alejarles de Empíreo, espero que esa fortaleza pronto sea solo un mal recuerdo y ruinas.

Para haber crecido la población exponencialmente con la incorporación de los inocentes de Empíreo, la única forma de gobierno comenzaba y terminaba en ellos dos. El ejército se había disuelto nada más acabarse el conflicto y, cuando todos pensaban que estarían dirigidos por los capitanes que les llevaron a la victoria, Reyna y Nico presentaron oficialmente su renuncia. Solo ellos habían ignorado el peso de sus conciencias y se eligieron a sí mismos por encima de la deuda a saldar. Al contrario de Percy y Jason, sí tenían una vida a la que regresar o, en su defecto, comenzar a formar.

Jason había sido un buen compañero y amigo los últimos meses, pero su relación estaba desgastada. No le había perdonado por lo de Piper y posiblemente jamás lo haría, su mirada le delataba, pero al igual que Percy no tenía familia propia ni la esperanza cercana de comenzar una, solo se tenían el uno al otro.

Danger: Contraataque por la humanidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora