XIII. Fuego y Sangre

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Los cuchillos se alzaron sobre sus cabezas, la hoja acarició suavemente los labios de la princesa y ella repitió la acción con Daemon. Alrededor sonaban tambores, como si de una guerra se tratara.
El maestro elevó el cuchillo hacia los cielos, pronunciando votos en la legendaria lengua de los Valyrios. Luego, pasó el afilado metal sobre las brazas que ardían en medio de los novios.

Daemon fue el primero en tomarlo, clavó la punta en su dedo del corazón y con su sangre le prometió su vida a quien sería su esposa. Cuando fue el turno de Rhaenyra, la joven princesa se cortó con sumo cuidado, Daemon agachó la cabeza para darle acceso a su frente.

—Soy tuyo —dijeron al unisono— Desde este día, hasta el último de mis días.

La música replicó con más fuerza, junto a ellos, Syrax y Caraxes rugieron al aire. Los ahora esposos sellaron su unión con un cálido beso, y sin decir palabras se prometieron el uno al otro un amor ardiente y eterno.

La ceremonia se extendió a lo largo de la noche, y bien entrada la madrugada. Algunos de los hombres del principe Canalla se caían de bruses, demasiado cansados o demasiado borrachos, cuál fuera la situación la respuesta de todos era un estallido de risas y bromas.

Rhaenyra no podía despegar los ojos de su amado, de su príncipe, su esposo. Lo veía con los ojos de aquella tonta niña que admiraba secretamente a su tío.

«Lo haré mío. Pensaba. Esta y todas las noches, lo haré mío».

No podía esperar a que la fiesta terminara, necesitaba tenerlo de regreso en la intimidad de su alcoba.

Daemon se percató de su mirada y se acercó de prisa con una copa de vino para ella.

—¿Mi esposa está disfrutando de la fiesta? —le preguntó con dulzura.

Rhaenyra estaba fascinada con aquellas palabras "mi esposa".

—Mi esposo organizó un festejo increíble —respondió ella.

—Digno de una reina —dijo Daemon, llevando la mano de la joven hacia sus labios.

—Aún no soy la reina —replicó ella.

Él le ofreció una sonrisa ladina.

—Para mí siempre serás una reina —dijo— Mi reina.

Y sin más, sin prisa ni mesura, extendió una mano hacia ella para sacarla a bailar.

Los presentes estallaron en vivas, Ser Harwin Strong alzó una copa por los recién casados y les deseo la mayor de las glorias en el futuro por venir.

Si hubo alguna vez mayor felicidad en su vida, Rhaenyra no lo recordaba. Sentía que su vida nacía en ese momento, con Daemon, con el fuego alrededor de ellos, con los cánticos y gritos de sus hombres fieles, lejos de todo, de la niebla de la capital y de la envidia de su madrastra. Ansiaba esa vida a su lado, más que cualquier título o herencia, amaba aquella isla, aquella gente, el pequeño reino que él construyó para ella.

Bailó una pieza con Sir Harwin, él ya se encontraba bastante bebido y se atrevió a darle dos sendos besos en ambas mejillas.

—Solo él podría saber lo afortunado que es al tenerla como esposa —le dijo el caballero sonriente.

—Espero estar pronto en su boda, Sir —dijo la princesa— Su damicela también será afortunada al tenerlo.

Algo en Sir Harwin se oscureció, como si una tristeza repentina se apoderara de él.

—He decidido volver a Harrenhall princesa —dijo repentinamente.

Ella dejó de danzar y lo observó confundida.

Daemon & Rhaenyra: La Sangre De Dragones Donde viven las historias. Descúbrelo ahora