Imaginaos esto: Hay una mujer hermosa y un hombre bien plantado en una habitación de matrimonio decorada con papel pintado y ornamentos caros. La sala forma parte de una vivienda equipada con todas las comodidades y lujos y está situada en el centro de una isla paradisiaca repleta de vías peatonales empedradas y floridas, monumentos clásicos, tiendecitas y cafés de ensueño, un playa de arena blanca y calas ideales para tomar el sol. Un enclave idílico donde el aroma a sal y a especias transmite una sensación de paz y alivio espiritual.
Hace un día espléndido y es fin de semana.
¿Qué creéis que pueden hacer una mujer y un hombre en tales circunstancias?
Exacto. Discutir.
—¡Es que no te soporto más! —gritó Perséfone, y me lanzó un precioso cisne de porcelana.
Lo esquivé y la figurita se hizo pedazos.
Algo me decía que las cosas no iban a terminar con un revolcón y una cena romántica, como en otras ocasiones.
—¡Pero Foni, mi vida! ¿No crees que te estás precipitando con esa decisión?
—¡¿Precipitándome?! —exclamó, y alzó la voz de nuevo, desquiciada—: ¡¿Precipitándome?! ¡Es mi cuadragésima encarnación mortal en esta isla del demonio y ya estoy harta! —terminó, y sujetó el jarrón policromado de cristal que le había regalado en nuestro último aniversario.
—¡Espera, florecita...! —Los ladridos de Cerbero, que ahora era un chow chow negro ordinario, nos llegaron desde el otro lado de la puerta cerrada al escuchar el alboroto.
Rascó la madera con sus patitas, pero no consiguió entrar.
—¡No! ¡Ni florecita, ni capullito de mi alma, ni petalito de mis amores! —Y arrojó el jarrón al suelo con tanta fuerza que lo hizo añicos—. ¡Me he pasado milenios esperando! ¡Incluso cuando éramos dioses! Me dijiste que veríamos mundo y que haríamos un montón de cosas juntos. Pero no. ¡Trabajo, trabajo y más trabajo! Siempre estabas ocupado... Al principio creía que eras el dios más interesante de todos... ¡Qué intelectual! ¡Qué responsable! ¡Qué misterioso! Pero, ¡ay de mí, que tonta fui! Solo vivías para evitar que se escaparan las almas del Inframundo. Y ¿para qué? Al final llegó ese Jesucristo y se las llevó. Y yo pensé: Bueno, al menos así disfrutaremos de unas merecidas vacaciones. ¡Pues no señor! Nos mudamos a Isla Olimpus con todos los demás, y regresaste al negocio de la muerte... porque era lo único que sabías hacer, claro. ¿Para qué aprender algo nuevo? Y hace dos generaciones abriste esa maldita Funeraria de Reencarnaciones y volviste a enterrar tu culo en el trabajo para olvidar que habíamos perdido casi todo nuestro poder y nuestro estatus. Desde entonces eres un hombre triste y taciturno anclado al pasado. ¡Pero yo soy una mujer nueva, me gusta mi trabajo y quiero hacer cosas diferentes! ¡Sin ti!
—¡Solo es un capricho! —insistí, con la voz apagada. Definitivamente, las cosas no iban a terminar tan bien como en nuestras anteriores riñas—. Hemos pasado por esto antes...
—No, esta vez es diferente. Me ha costado aceptarlo, pero siento algo por él. No soy la misma joven inocente a la que conociste, Hades. Ya no. Y quiero... quiero experimentar una nueva vida, llena de sorpresa y emoción y... ¡Agh! Contigo todo es... monótono y sombrío. Frío —declaró—. Y ya no puedo más. No puedo tolerar más pena y autocompasión. Vivir a tu lado es como experimentar un invierno permanente.
Aquella observación me dolió como si me hubiera arrancado el hígado, el corazón y los riñones al mismo tiempo. ¿Un invierno permanente? ¿De verdad era tan infeliz conmigo? Creía que había sido un buen esposo. A diferencia de mis parientes, ni una sola vez le fui infiel, la traté con respeto y cariño... de acuerdo, no era el alma de la fiesta y tampoco me llevaba bien con su madre, ¿y qué? Ella siempre creyó que yo era poco para Foni. «¡Un primogénito que le cede el trono a su hermano! —solía decir aquella pérfida mujer—, ¿no podías haberte enamorado de un dios más ambicioso?». Aunque era cierto que desde la llegada del cristianismo y nuestro traslado a aquella reserva para dioses retirados tampoco había hecho nada para mejorar nuestra situación. No acudíamos a celebraciones juntos —había demasiadas caras que no deseaba ver—, apenas salíamos de la isla y nos habíamos distanciado de nuestros familiares.
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UN PADRE DE MUERTE
FantasyHades está atravesando una mala racha. Después de siglos de matrimonio, su esposa Perséfone lo ha dejado por otro, y su trabajo en la funeraria resulta cada vez más tedioso. Una noche, cuando regresa a su apartamento después de ahogar sus penas en a...