Hnista y Sarah avanzaban lentamente a lo largo de la orilla, siguiendo el límite donde el mar se encontraba con la arena. El sol se hundía lentamente en el horizonte, bañando el mundo en tonos de oro y ámbar. Las olas susurraban al romper, cada una portando mensajes secretos que sólo el viento parecía entender. Alertas, sus ojos escudriñaban cada rincón en busca de señales de civilización o indicios de sus amigos.
Entre los restos que la marea arrastraba a la playa, habían recogido no sólo suministros útiles sino también conchas y piedras lisas, pequeños tesoros que se convertían en ornamentos preciosos en este mundo desconocido.
El aire salado, mezclado con la tensión que flotaba entre ellas, hacía que cada paso resonara con el eco de su incertidumbre. Conscientes de los peligros que la isla ocultaba, su vigilancia no cesaba, manteniéndolas siempre preparadas para reaccionar ante cualquier amenaza.
Sin embargo, en medio de la cautela, la esperanza se aferraba a ellas con la tenacidad del amor que las unía y la posibilidad de reencontrarse con sus compañeros.
—¿Crees que Zenón y los demás estén bien? -preguntó Hnista, su voz revelando una preocupación apenas contenida.
—No lo sé, pero quiero creer que sí. Zenón posee una fuerza y una sabiduría... son realmente inspiradoras. —respondió Sarah, su optimismo luchando contra la sombra de la duda— Él sabe cómo sobrevivir y cómo protegernos.
—Tienes razón, es increíble. —admitió Hnista, una sonrisa fugaz iluminando su rostro por un instante— Lo extraño mucho.
Intercambiaron una mirada llena de afecto antes de continuar su camino, acompañadas por el eterno susurro del mar.
Sin embargo, lo que desconocían era que desde la densidad de la jungla, ojos verdes las observaban atentamente. Estos ojos pertenecían a Zays, una joven elfa con cabello castaño y piel bronceada, vestida con una túnica verde decorada con plumas y cuentas. Portaba un arco y flechas y un cuchillo en su cinturón, símbolos de su habilidad y estatus como líder de los exploradores de su clan.
Zays observaba a las dos mujeres con una mezcla de curiosidad y desdén, incapaz de entender su presencia en la isla. Decidida a vigilarlas de cerca, alertó a su clan sobre la intrusión, sin perder de vista a las forasteras.
Deslizándose entre los árboles con agilidad, pronto se encontró acompañada por otros miembros de su clan, preparados para la confrontación.
Con una serie de silbidos y gestos, Zays comunicó su plan: rodearían a las dos mujeres y las capturarían, o las eliminarían si era necesario.
Cuando la señal de ataque rompió el silencio del bosque, Hnista y Sarah apenas tuvieron tiempo de reaccionar. Los elfos surgieron de entre las sombras, sus arcos tensados y sus gritos de guerra resonando a través del aire.
—¿Qué son esos seres? —alcanzó a preguntar Hnista, su voz temblando por el miedo apenas contenido.
—¡Elfos! —respondió Sarah, igual de sorprendida.
—¿Elfos? —repitió Hnista con incredulidad— ¿Qué quieren de nosotras?
La respuesta le llegó cuando las flechas silbaban en el aire, obligándolas a reaccionar con rapidez. Se pusieron en posición defensiva para invocar el poder del Sinð, Sarah creó un escudo que repeliera los proyectiles, pero la magia de los elfos parecía fortalecer sus ataques.
La batalla era desigual, eso era seguro. A pesar de sus esfuerzos, Hnista y Sarah se vieron superadas por el número y la destreza de sus agresores.
Sarah intentó negociar con sus atacantes.
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El Monje: La saga de Zenón (En Proceso De RETCON)
FantasyLa Stupa se alza en las lejanias de la cordillera de las montañas Mägoni, y llegar a ese magnífico edificio es apenas el inicio del viaje de Zenón.