Lisandro sueña con escapar de la opresión de su entorno, pero está ligado a las expectativas familiares. Oliver, un príncipe vampiro exiliado que despierta de un largo sueño, debe recuperar su trono; ambos ignoran que sus destinos están ligados por...
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Me llevé las manos a la cabeza en cuanto oí la confesión. Lo primero que pensé fue que debía ser una broma, pero la situación era tan real que ni siquiera me atreví a preguntar si hablaba en serio.
—Kat..., digo, Isabela, ¿e-estás segura de lo que dices? —En cambio, quise asegurarme.
—Porque me llamo Isabela.
—¿¡Cómo te, te enteraste!?
—Ya llevo varios días teniendo sueños extraños —confesó—. Todo empezó desde que toqué una piedra que hay por el bosque este de Mágara, esto y no, no quería decir nada porque era ridículo, esto, todos tienen pesadillas ¿No? Pero, en verdad, eran demasiadas y no pude evitar vincular todo con esa piedra. Luego, me puse a investigar en mi casa, ya que, esto, un susurro me llamaba al ático y... y fue muy estúpido, lo sé; pero, eh, hice caso y me dejé conducir por él. Al final, terminé abriendo un baúl donde encontré ¿Cómo se llaman? Cartas... eh. —Chasqueó chasquear los dedos—. ¡Cartas del tarot! Y, y una varita que, ¡Lisandro! En cuanto la tomé, ¡la maldita me electrocutó! —Fruncí el ceño. No sabía qué significaba eso, pero, en definitiva, clérgika sí era—. Entonces, eh, luego me dio miedo preguntarle a mi mamá; así que hice lo que cualquier persona normal haría. —Se cruzó de brazos—. Me puse a revisar toda su habitación.
—Ay, Dios mío ¿Y qué hallaste?
—¡Qué no hallé, Lisandro! Ella tenía un cofre que nunca pude abrir, te lo juro, eh y, esto, y no sé ni cómo esa cosa cedió cuando la toqué. Ahí dentro había unos pergaminos con lenguas extrañas, hierbas y, y esto ¿Cómo se llaman? Eh, ¡Runas! Sí, las reconocí no sé ni cómo. Bueno, mentirosa la ridícula. —Se dirigió a sí misma—. Sí sé, es porque soy bruja, es obvio, mi madre también y no sé cuántos más de mi familia.
—O de tus amigos.
—¿Qué?
—Voy a, eh, hacer una llamada a mi prima, ella nos dirá qué hacer.
—¿Cómo así? Lisandro, no puedes decirle esto a nadie, van, van a pensar que estamos locos o, peor, ¡nos van a quemar!
—Isabela, por dios, eso ya no pasa. —La calmé, luego pensé en la familia de mi madre. Con tanto que pasaba, me puse de tarea investigar más a fondo que pasó con ellos, el problema era que mi madre no gustaba de hablar sobre ello.
—Tú algo no me has dicho, tarado —dijo.
—Así es —afirmé luego de marcar el número de mi prima y pulsar el botón de llamar—. También soy brujo, Isabela, y mi prima y toda mi familia igual. Por eso, ella sabrá qué hacer contigo.
Isabela pegó un grito y empezó a reclamarme.
—¿¡Cómo!? ¿Y por qué nunca me dijiste nada? ¡Tanto Liam como tú me ocultan cosas! Bueno, tú ya no, o no sé qué más debes ocultarme.
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—Para ser justos, Liam nos oculta algo a ambos —aclaré mientras mi teléfono emitía el tercer pitido.
—Desgraciados sin madre, pero es que...
—Shh —La callé con el dedo—. ¿Katia?
—¿Qué pasó, Lisandro? ¿Un accidente? ¿Cómo está mi tía? ¿James?
Era entendible que actuase así; en mi vida, le había marcado por teléfono.
—Todos estamos bien, Katia, tranquila. Es sobre un tema serio de mi mejor amiga.
—¿Isabela?
—Esa misma.
—¿Se acordó de mí? —preguntó Isabela sonriente. Yo asentí.
—Esa inadaptada, sí, esa es clérgika igual —dije en un tono de voz más amortiguado. Isabela me pegó una manada en el hombro.
—¿Cómo dices? ¿Isabela clérgika? No, eso no puede pasar, es regla que todos los clérgikos a sus dieciocho años sean bautizados, ¡y ella es unos meses mayor que tú!
—Lo sé, Katia. —En verdad, no sabía nada—. Es lo mismo que le dije, por eso te llamé ¿Qué hacemos?
—Primero, dile que tenga cuidado y que consiga una aitérfora. En cuanto un clérgiko es consciente de su poder, su neurotérea se activa y, y creo que cada uno tiene una firma única en su neurotérea y esta emite algo o algo así y, ay, ya me hice bolas. La cuestión es que tenga cuidado porque, ahora que ya lo sabe, los devoradores de esencia la rastrean y otros entes. En serio, Esteban, debe tener mucho cuidado.
Me pasé la mano por el cabello y bufé.
—Y, y, Katia, ¿y si la inscribimos a Esótria?
—Nuestro estúpido rey solo da importancia a los nobles, es un maldito aristocrático. Inscribirla llevaría mucho tiempo, sí podríamos hacerlo, pero no es una solución para ahorita.
—¿Qué te está diciendo?, te veo colorado —me dijo Isabela.
—Es porque estoy enojado —le respondí a Isabela, luego a Katia—. Mira, si llego a ser rey de Esótria, ¿puedo hacer algo para que ella entre de inmediato? El festival termina el sábado de la otra semana.
—Por supuesto —me confirmó. Tragué saliva y me llevé la mano al pecho. Otra carga más, Dios, este evento era ínfimo hace unos días y ahora era de vida o muerte ganarlo.
—Bien, si consigues algo para ayudarnos, lo agradeceré mucho, primita.
—De hecho, sí. La tecnología este año está potente y diseñaron hace unos meses una esfera que es como un campo de fuerza. Le conseguiré una para mañana mismo.
—Gracias, primita.
La despedí y luego intenté ver a Isabela con la mejor expresión que me fuese posible, pero no fui capaz. En cambio, maldije por lo bajo y me senté en la banca. Isabela hizo lo mismo.
—¿Qué pasó? Malas noticias, ¿no?
—Odio que mi familia sea tan respetada y nunca pueda beneficiarme de ello, odio que se jacten de tantas cosas y, al final, estoy solo.
—¿Lo dices por Katia?
—No, a ella la amo y te dará una esferita para que se protejas porque dice que ahora estás propensa a que te ataquen.
—Ay, Jesús. —Se sentó a mi lado. Me insulté en la mente por mi falta de cuidado.
—Perdón, no quise decirlo así, bah, igual, yo te protegeré, no te preocupes —dije como si no fuese un inútil clérgiko sin poder. No importaba, si se trataba de defender a mis amigos, usaría hasta mis manos si el estúpido éter no quería conectarse conmigo—. No pierdas esa varita que encontraste en el cofre, le hablaré a un profesor para que me explique cómo se usa y te pasaré las instrucciones. Tampoco le digas nada a tu madre aún... o no sé, no creo que te vaya a regañar.