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Al salir del palacio, ambos se encaminaron por las calles empedradas rumbo a las residencias de los grandes maestros sanadores, Negumakianos de vital importancia para la comunidad, que no solo llevaban un registro y un control eficiente de cada cuerpo diseñado para una adecuada transferencia, sino que además regenteaban los aposentos de sanación e ingeniería biológica. Caminaban tomados de la mano y en silencio, mientras que Agorén miraba todo a su alrededor. Lo cierto era que Kantaaruee había quedado con graves destrozos tras el ataque de la nodriza K'assari, y obviamente, ella sabía que el panorama lo afligía. Los Negumakianos que reparaban algunas casas, que iban de aquí para allá trabajando en reconstruir lo dañado, le inspiraban una infinita tristeza. Como para darle un poco de aliento, le acarició el dorso de la mano con el pulgar, y Agorén le miró con una sonrisa.

Momentos después llegaron a una enorme estructura resplandeciente y gigantesca. Sophia miró extasiada todo aquello, aunque ya la conocía, la había visto muchísimas veces como un enorme faro resplandeciente entre la noche y la tecnología de la ciudad, pero nunca le había visto desde tan cerca. La edificación simulaba como si toda ella estuviese construida en cristal de la más fina transparencia. Finos pulsos de luz parecían recorrerla desde su base hasta el pico más alto, dividido en secciones octogonales, y desde los diez metros de altura hacia arriba estaba rodeada de una especie de anillos giratorios que levitaban entre sí, los cuales alimentaban de energía todo el lugar como una gran bobina de Tesla.

—Wow... —murmuró ella, inclinando la cabeza hacia atrás para ver tanto como pudieran alcanzar sus ojos. Luego pareció mirar hacia adelante, percatándose de que aquel sitio no tenía puertas, como cualquier otro edificio de la ciudad. Por el contrario, tenía una especie de abertura en el mismo cristal, de tres metros de alto por dos de ancho, el cual estaba recubierto por completo con una especie de sustancia grisácea y vaporosa. —¿Tenemos que entrar por ahí?

—Así es.

—Tiene pinta de estar vivo, o no lo sé... ¿Es humo?

—Es una protección natural ante las infecciones, enfermedades o bacterias del ambiente. Cuando cruzas esa puerta, entras al Guytaeeliaa completamente purificado —explico.

Agorén entonces cruzó primero, el humo casi viscoso pareció engullirlo hasta desaparecer, y respirando hondo, dio un paso y cruzó ella también. Al principio no vio nada anormal —ni siquiera cerró los ojos, solo fue como un cambio de imagen repentino de un segundo al otro—, y al instante, ante Sophia se visualizó la imagen más espectacular que jamás haya visto, casi tan magnifica como cuando vio por primera vez la sede del Concejo de los Cinco.

Todas las paredes del lugar parecían emanar luz propia, y el espacio del vestíbulo principal era de dimensiones titánicas. El techo era alto y las paredes internas parecían estar curvadas, adornadas con elementos decorativos como símbolos y grabados que identificaban la importancia de aquel sitio para la perpetua continuidad de la especie Negumakiana. Incluso hasta el aire era fresco y limpio, con un ligero aroma que flotaba en el aire y que sentía familiar, el cual le hizo recordar a Sophia las épocas de su infancia, donde robaba hojas de menta en el jardín de su madre para masticarlas a escondidas. En el centro de la gigantesca sala hay una fuente de agua cristalina, de formas tridimensionales y puntiagudas, que burbujea suavemente. A su alrededor, asientos cómodos y elegantes similares a las sillas anti gravitatorias que había visto en los aposentos de sanación. Casi al final y pasando la fuente, elevadores similares a plataformas redondas que no cesaban de subir y bajar hacia los pisos superiores de aquella enorme torre.

Agorén se dirigió entonces hacia allí, seguido muy de cerca por Sophia quien contemplaba maravillada todo lo que la rodeaba. Subieron entonces a una de las plataformas redondeadas y al instante comenzaron a levitar, y ver todo el recinto desde la altura le daba a Sophia otro panorama casi fantástico de aquel lugar. Era increíble como hacía muchos años que ya estaba viviendo en Negumak, pero aun así, continuaba descubriendo cosas fascinantes. Y obviamente, al pensar en aquello, sintió un poco de congoja al recordar que el planeta corría un grave peligro.

La última guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora