Capítulo 12: Entre Sueños y Realidades.

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Nicolás.
~•~

Me encontraba en un lugar que destilaba magia. Era un jardín exuberante, bañado por la luz dorada del atardecer. Los árboles, con sus hojas brillantes, susurraban al viento mientras flores de mil colores llenaban el aire con su fragancia dulce.— Caminé por un sendero de piedras suaves, sintiendo una calma profunda en cada paso.

A lo lejos, escuché risas. Mi corazón se aceleró al reconocer esa melodía. Mis ojos se dirigieron hacia una figura que brillaba con luz propia. Era Abella, sentada en un banco de madera, rodeada de flores. Su risa resonaba como una sinfonía en el aire. Al acercarme, noté que el ambiente a su alrededor parecía cobrar vida: Mariposas danzaban, y el sol se filtraba a través de las ramas, creando un espectáculo de luces.

— Nicolás, ven aquí .— Me llamó con una sonrisa que iluminó mi alma.

Su voz era suave y cálida, como un abrazo en un día frío. Al llegar a su lado, el mundo se desvaneció. Solo estábamos ella y yo, sumidos en un instante eterno.— Me senté a su lado y tomé su mano. Su piel era cálida, y la conexión entre nosotros era palpable.

— ¿Te gusta este lugar? .—Preguntó, su mirada llena de curiosidad.

— Es perfecto, pero no tanto como tú.— Respondí, sintiendo cómo el rubor invadía mis mejillas.

Ella rió, un sonido que vibraba con alegría, y me incliné hacia ella. En ese momento, el tiempo se detuvo. Nos acercamos y nuestros labios se encontraron en un beso suave y lleno de promesas. Era como si el universo celebrara nuestra unión, y todo a nuestro alrededor brillaba con más intensidad.

— Quiero pasar cada día aquí contigo .— Susurré, y ella sonrió, sus ojos reflejando la luz del sol.

Entonces, la escena comenzó a desvanecerse lentamente, pero su risa quedó grabada en mi corazón.

Desperté con una sonrisa, sabiendo que ese sueño era solo el comienzo de algo hermoso. Abella se estaba apoderando de mis pensamientos y, al parecer también de mis sueños. —Sonreí al traer su viva imagen.

Esa chica de cabello castaño y ojos marrones, un retrato vívido que se dibujaba en mi mente. Cada vez que la veía, mi corazón se aceleraba como si hubiera hecho una maratón.

Me gustaba provocarla. Era un arte hacerla enojar, porque entonces se volvía adorablemente divertida. Cuando fruncía el ceño y me lanzaba una mirada desafiante, un deseo irrefrenable de unir nuestros labios me atravesaba. Podría jurar que sus besos saben a gloria.— Pequeña gruñona.— Susurré para mí mismo, sonriendo.

Recostado en mi cama, recordé aquel día en el lago.— Ella estaba sentada, hermosa, con su cabello enmarcando su rostro, pérdida en sus pensamientos. La escena era un regalo visual.

— ¿Qué pasaría por su mente en ese instante?.— Pensé para mis adentros.

La observé, encantado por su figura, cuando decidí acercarme.Caminé hacia ella, y al mirarme, se levantó y me dedicó una sonrisa. Yo respondí, mostrando la mejor de mis sonrisas, un gesto espontáneo.

Nos acercamos, y no pude resistir dejar un beso fugaz en su mejilla. Su aroma a manzana y canela llenó el aire, un perfume que me dejaba sin aliento.— Qué agradable verte de nuevo.— Le dije, mis ojos recorriendo su rostro. Era un ángel. Cada movimiento suyo la hacía aún más hermosa, aunque mi mirada, inevitablemente, se desvió a sus labios.- Demonios, qué ganas de besarlos.— Pensé.

Ese día, la invité a un helado. La forma en que disfrutaba de su bola de chocolate, casi como una niña, era simplemente encantadora. Observaba su expresión melifluosa y graciosa, y luego, en un momento de distracción, ella preguntó.— ¿Qué pasa, grandote? ¿Cuál es el chiste?.— Esa actitud desafiante solo intensificaba mi deseo de besarla.

ETERNO AMOR DE MARZODonde viven las historias. Descúbrelo ahora