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72 metros. 72 metros hasta desde dónde pueda contemplarte sin tú verme. El reloj refleja el paso del tiempo en mi semblante y mi corazón se alinea con el movimiento de su péndulo. Lento, e incluso hablaría de infinito si tu mirada se cruza de por medio. En lo alto del faro recuerdo. Entre los segundos que transcurren de babor a estribor, siento que la brisa enreda mi pelo, la piel se me eriza y el órgano qué bombea litros de sangre pero que se desangraría por ti, se detiene por un momento al entrar en contacto con el agua fría del Atlántico. Cierro los ojos. No quiero pensar pero te veo. La madera cruje bajo mis entrañas y tú mi capitán. El mapa extendido en la mesa, al lado del cronómetro, del sextante , el octante y otros instrumentos marítimos. Tú manejando el timón y yo mi vida en ti confío. No sé el destino, pero sé la sonrisa bajo esa taza de café con hielo al mirar el horizonte y divisar tierra firme. No sé si llegaremos al destino. Tú manejando el timón y yo mi vida en ti confío.
Viento en popa a toda vela, como nuestra vida y como el sonido del reloj cercano al faro, que nos habría salvado de no ser porque creímos todo bajo control cuando era lo contrario, mientras el agua inundaba el bergantín y las velas rotas por los disparos.
Quizás ya es demasiado tarde.
Quizás seamos dos náufragos que jugaron a ser marinos.

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