Capítulo 17

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Harry descendió del autobús sosteniendo a Artie entre sus brazos. El pequeño dormía plácidamente con un gorrito azul adornado con orejitas de monito del mismo color, y a Harry le pareció divertido jugar con ello mientras esperaba. Esa mañana, disfrutó de unos deliciosos panqueques de banana en el desayuno y, después del almuerzo, optó por un postre de puré de banana para Artie. La elección de la fruta para el bebé le tranquilizó, ya que sabía que era comúnmente recomendada para los más pequeños.

Sin embargo, la última semana había sido complicada. Los malestares propios del embarazo se intensificaron sin previo aviso. Además, se sumaba un repentino dolor en el vientre bajo, unos pinchazos molestos que le inquietaban profundamente. La verdadera preocupación surgió cuando, esa misma mañana, descubrió sangre en el suelo de la ducha.

Con un nudo en el estómago y temores crecientes, Harry decidió tomar doscientas libras del dinero destinado a emergencias. Esta situación, indiscutiblemente, era una emergencia. La posibilidad de tener una condición grave y no poder cuidar adecuadamente de Artie se alzaba como su mayor miedo en ese momento. A pesar de su resistencia a regresar al hospital, entendía que la salud de Artie también estaba en juego.

Le llevó unos minutos reunir el coraje necesario para entrar al lugar. Cada segundo fue un ejercicio de fortaleza mental. Harry estuvo a punto de acobardarse, pero finalmente dio el salto de fe. Se dirigió hacia el ascensor, consciente de que la quinta planta albergaba el área obstétrica.

Se repetía a sí mismo que sería cuestión de minutos, que todo terminaría rápido y que, con suerte, no se encontraría con noticias desalentadoras. Planeó, mentalmente, llevar a Artie a un McDonald's después de la consulta, comprarle una cajita feliz y, quizás, dejarlo jugar en la piscina de pelotas del restaurante. Estaba armando un plan completo, y esta estrategia le ayudaba a mantener la calma en medio de la incertidumbre.

Cuando el ascensor finalmente llegó, Harry soltó un suspiro. Abrazó más fuerte a Artie cuando las puertas se abrieron, y vio salir a alguien que, aunque irreconocible físicamente, aún mantenía la esencia de sus ojos. Eran sus ojos, sin brillo pero inconfundiblemente suyos.

—Lou —susurró, liberando el aliento que, hasta ese momento, había retenido en su interior, como si contuviera emociones que se resistían a salir.

La mirada de Louis descendió de inmediato hacia el pequeño ser dormido entre los brazos de su madre, una sonrisa jugueteó en sus labios al notar que el cabello de su hijo parecía haber crecido un poco. Un impulso de cariño lo llevó a extender la mano hacia él, pero en el último instante, se retractó, como si temiera perturbar la paz de Harry.

—Hola, Harry —pronunció con calma, esbozando una leve sonrisa. Consciente de la cuerda en la que se encontraba, Louis empleaba cada pizca de cordura que había logrado mantener en medio de los días turbulentos, resistiéndose a abrazar al bebé, a no arrebatarlo de los brazos de Harry y sostenerlo contra su pecho, evitando así comportarse como alguien desequilibrado en todos los sentidos.

Harry aún llevaba la expresión de sorpresa en su rostro, quizás por el estado en el que veía a Louis o simplemente por la impresión de volver a verlo después de literalmente semanas. A pesar de ello, alzó tímidamente una de sus manos y la llevó hacia el rostro de Louis, titubeante pero decidido; la piel que antes era suave ahora se sentía seca.

—¿Podemos hablar, Harry? Solo será un momento —preguntó, manteniendo sus ojos fijos en Artie. No podía apartar la mirada del niño, dueño absoluto de su voluntad. Sin embargo, desvió la mirada del bebé al escuchar a Harry contener un sollozo.

Los ojos de Harry se nublaron, y su mano descansó sobre la cabeza de Artie en un intento inútil de cubrir sus oídos.

—¿Qué ha pasado? Estabas bien, Lou. No entiendo —murmuró con voz quebrada, examinando el rostro de Louis en busca de respuestas coherentes.

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