"Cuando la vida te golpea, aprende a golpear de vuelta, si no puedes golpear...dispara"
Hay cosas que te dan señales en la vida, te avisan de como todo puede ser si no haces algo, o por el contrario, que sin importar lo que hagas, simplemente estas destinada a ser lo que eres sin mayor posibilidad. Punto, y no es por mala suerte, es que simplemente todo al tu alrededor conspira para hundirte.
Así era para Rose. La pobre podía recordar el primer golpe en su vida consciente, lo que aún consideraba una razón injusta, hambre. Tenía cuatro años cuando despierto con mucha abre, el dolor en su estómago era tan intenso que no podía conciliar el sueño así que salió de la cama tratando de no hace ruido. La luz de la televisión iluminaba el interior de la caravana en donde vivía con sus padres. Este último dormía tirado en un sillón con varias latas de cerveza a sus pies.
La pequeña Rose acerco una silla al gabinete de la cocina, allí, entre los platos sucios encontró una cuchara con la que se sirvió lo último de un jarro de mantequilla de maní. Era insultante, que tan poco le daba esperanza de al menos probar algo. ¡Era tan poco que casi el sabor pasaba desapercibido, a esa edad no lo podía entender, por qué lloraba, ahora podía saber que era la desesperación de saber que no sería suficiente, "Pequeña ladrona!", fue lo escucho después. Su padre la vio, de pie en la silla, sus pequeñas piernas llenas de raspones y moretones, "yo te voy a enseñar a no robarme", su padre se quitó el cinturón y la golpeó hasta que no pudo el mismo sostenerse.
Esa memoria llegaba a Rose cada vez que servía un emparedado de mantequilla de maní en el restaurante, desde ese día nunca comió mantequilla de maní otra vez, cada vez añadía cosas a lo que no debía hacer si quería evitar los malos tratos de sus padres.
Desde pequeña aprendió a estar callada, a limpiar, a esconderse cuando sus padres salían a beber, a despertar temprano a no hacer ruido cuando se iba a la escuela, a regresar temprano y ayudar a preparar la comida con lo poco que había, y si no lo había era su culpa, por ser una carga.
Rose amaba estar en la escuela, no le importaban los malos tratos de sus compañeros, el que le dijeran que estaba sucia, que olía mal, que su ropa era vieja o estaba sucia, que su cabello estaba siempre enredado. Para ella eso no era nada comparado con lo que vivía en casa. En la escuela podía escapar por varias horas, podía aprender y saber que tenía la oportunidad que todo eso podía quedar atrás, en la escuela podía comer.
Los empleados la conocían, por eso le servían un poco más, muchas veces ofrecían fruta y leche para sus descansos, en las tardes podía llevar un poco a casa y comerlo antes de llegar, si no sabía que lo perdería.
Nadie hizo nada...así fue su infancia.
Al crecer mucho no cambió, Rose obtenía su ropa de lo perdido y abandonado en la escuela, en ocasiones buscaba en los contenedores de basura del centro comercial. Muchas veces su madre la acuso de robar, lo que provocaba otra golpiza. Luego de eso si su madre podía quedarse con algo simplemente lo hacía, ya sea para ella o para venderlo y así obtenía dinero para beber.
Un día, luego de haber cumplido 16, su madre la tomó del brazo la subió a la vieja camioneta y la llevo al restaurante de Ze's en la Ave. Denmark. "Vengo por el anuncio del empleo", Ze, el dueño miro por sobre sus lentes, el hombre conocía a la mujer, y para el no era nada placentero tenerla allí.
"Solo tengo un puesto y no te lo daría aún si mi negocio dependiera de ello", el hombre regresó a los recibos que revisaba.
"Yo, trabajar en esta porquería, ¡Ja!'... la mujer tiró del brazo de Rose quedando esta a la vista de Ze, "es para ella, puede trabajar a cualquier hora, todos los días si lo necesitas". Ze vio a la joven. Rose se veía menor, pequeña.
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La huída de Rose
RandomRose vuiene de una pequeña ciudad en el interiro del pais, su vida simpre estuvo llena de abusos y maltratos por parte de queyos que debieron protegerla. Cuando pensó que escapar fue facil despues de todo al parecer la desgracia siempre le persigue...