En la sala de espera del hospital había mucha tensión. Los Krasinski se comían las uñas a causa de los nervios. Leon estaba sentado, mirando el suelo, sus manos y sus pies. Sus padres ni habían reparado en que iba vestido de Marilyn. Si acaso su padre le había reconocido, con palabras muy distraídas, que le daba un aire a cierta actriz; pero tampoco le había dado tanta importancia.
«Qué suerte tengo», pensó Leon.
La señora Krasinski, apostada junto a las infografías del cuerpo humano, recargaba una mano en su cadera, mientras fumaba y veía a las enfermeras salir de otros consultorios. El marido, por su lado, daba vueltas por el centro de la estancia. Hacía como que le interesaban los demás pacientes: monstruos que solo tenían algún brazo roto o que se habían intoxicado con algún ponche adulterado. Más tarde, el señor Krasinski se quitaba los anteojos, los limpiaba con el faldón de la camisa y se los volvía a colocar, así hasta que notaba que su comportamiento tenía patrones y desistía.
Para ningún miembro de esta familia transcurría el tiempo.
Pero allí adentro del consultorio, una adorable mujercita de uniforme color durazno, le ponía un algodón con alcohol a Tabatha sobre unas pequeñas heridas en la mejilla y la frente. Eran más serias las cortadas que te provocaba una lata de atún. En sus brazos había solo algunos moretones, nada del otro mundo. La enfermera le hablaba con «mi amor» y «corazón», como si ella tuviese cinco años, e intentaba ser su terapeuta. Tabatha solo coloraba su pálido rostro y sonreía con mucha vergüenza.
—Ya casi acabamos, corazón —le decía, en tanto hurgaba en el botiquín. La joven asentía y se acariciaba su larga y lacia cabellera negra.
Afuera, el señor Krasinski quebró la tensión con unas palabras.
—Esto es un error —Su esposa volteó a verlo.
—¿Qué dijiste, Peter?
—Que esto es un error. —Leon los miró a los dos.
—¿Por qué dices eso?
—No debimos haber venido aquí.
—¿Al hospital?
—¡A esto! —Peter suspiró. Puso las manos sobre el cinturón y simuló que se lo acomodaba, pero era inútil, pues su barriga se lo impedía—. Sweeneytown. Missouri. Estados Unidos. Debí haberlos llevado a otro lado, no sé, a un lugar menos problemático.
—Peter...
—En este país solo les he hecho pasar penurias. Debimos habernos quedado en Jersey City.
—Eso no es...
—Les he fallado. —Volvió a quitarse las gafas, para, de nuevo, limpiarlas. Sin los cristales en sus ojos, Elena pudo determinar que aquellos se humedecían—. No he podido darles un buen hogar, y ahora a Tabatha le ocurre esto. Ese imbécil de Bruce Anderson acosándonos, esa gente mirándonos a donde quiera que vamos, y esas mujeres estúpidas echando rumores estúpidos sobre nosotros... Todas esas cosas me tienen harto. Ahora Tabatha. ¡Ahora Tabatha! Maldición, de verdad les fallé. —Miró a Leon, quien sufría de pena—. No he podido protegerlos, hijo, lo lamento.
—Pero, Peter, cariño, ¿por qué dices esas cosas? Estamos bien aquí. Sweeneytown es nuestro hogar. Mientras estemos juntos y nos apoyemos, nada nos faltará.
—Se supone que yo debería ser el hombre de familia, ¿no? —Se colocó las gafas de vuelta, más como para esconder algunas lágrimas traicioneras—. Tengo que serlo, lo sé, y no he sido más que un fracaso. Así me lo han dicho, y creo que es muy cierto.
—¡Eso no es cierto, papá! —Se levantó Leon, que se acercó con mucha determinación. Su padre lo veía con un gesto de preocupación—. Yo he sido quien ha fracasado esta noche. Fue mi culpa no haber esperado a Tabatha. L-lo siento mucho. Ella dijo que volvería a la casa por algo, y yo no fui lo suficientemente necio para seguirla. Si yo hubiera estado allí, ese... ese maniático no se la hubiera encontrado.
—A ver, no es culpa de nadie —espetó Elena. Levantaba el dedo hacia ambos, como si los estuviese regañando. Tenía el cigarrillo a medio consumir entre el índice y el dedo medio. Con cada sacudida arrojaba ceniza—. Escúchenme los dos: lo que ha sucedido esta noche no ha sido más que culpa de un delincuente que espero que agarren pronto. Te conozco, Peter, y sé lo que estás pensando, pero no tiene ningún sentido que nos pongamos a pensar en qué pudo haberle sucedido a nuestra querida Tabatha. Por fortuna está viva, bien, y es lo único en lo que deberíamos enfocarnos por el momento. Solo tienes miedo, así que deja de torturarte pensando en mil y un tonterías.
»Y sí, Peter, América es un mundo distinto, sí, pero no se nos olvide que todavía somos rusos. Somos una familia y aquí valemos lo mismo. No todo es tu responsabilidad, Peter, también lo es la mía. Tal vez ellos vivan diciéndole a un hombre y a una mujer qué deben hacer, pero nosotros no. —Y musitó un poco—: No quiero escucharlos asumiendo costumbres aberrantes de los americanos, por favor. Tú sabes cuánto odio esa manera de pensar de «hay que aplastar al más débil». Mejor abracen lo que es bueno aquí, como la libertad, ¿cierto?
Ambos asintieron.
—Y no son ningún fracaso de nada —continuó Elena, dando una calada—. Peter, ya hicimos lo más difícil, que era alejarnos de los esbirros de ese canalla dictador. Por fin puedo pensar como se me antoje sin miedo a encontrarme un sicario en la próxima esquina. Aquí puedo hacer lo que me dé la gana, y eso me encanta demasiado. Por favor, no quiero oírte decir eso otra vez, ¿queda claro?
—Es que...
—¿Queda claro? —dijo a ambos. Había usado el cigarro para señalarlos. Y una vez que los vio aceptar sus palabras, Elena besó a su hijo en la frente y a su esposo en la boca, de forma más pausada, acunando su rostro redondo en las manos—. Los amo, y no los cambiaría por nada. Por cierto, Leon, ¿es esa mi estola de zorro siberiano?
Al cabo de unos minutos, Elena ahogó su cigarrillo en un cenicero público y cada Krasinski volvió a lo suyo. Unos minutos después salió la enfermera y le dijo a la familia que Tabatha estaba lista, pero que esta quería descansar un poco. En aquel momento llegó un viejo barbado de rostro benévolo, seguido de un joven muy apuesto, que, a su vez, parecía formar parte de un regimiento debido a su manera tan militar de caminar.
—Buenas noches, señor y señora Krasinski —dijo el viejo, quitándose el sombrero y poniéndoselo sobre el pecho—. Este es mi hijo Benjamin.
Aquel movió la cabeza como gesto de respeto.
—Lo conocemos —contestaron los Krasinski al unísono.
—Buenas noches, alguacil Cooper —dijo Peter—. ¿Ya se ha enterado tan pronto?
—Sí; en este pueblo las noticias vuelan como la pólvora. ¿Me permite? —preguntó a la enfermera, que seguía allí, sorprendida de la presencia del sheriff.
—¿Quiere ver a la niña que atacaron?
—Sí, por favor.
—Por aquí. Sígame.
Detrás vino otro par de hombres de traje y sombrero.
—¡Alto ahí! FBI.
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Sillytown ✔️
Mystery / ThrillerLos años sesenta no fueron solo música y glamour. *** Otoño de 1964. Mientras un asesino de mujeres jóvenes tiene atemorizado a Sweeneytown, un pequeño pueblo de Missouri, el FBI comete irregularidades, la prensa abusa de su poder y los pueblerinos...