Era, por decirlo de alguna forma, mi segunda casa.

Hércules durmió durante dos horas seguidas, por lo que aproveché para cerrar algunos acuerdos y revisar albaranes. Regresar al trabajo hizo que me sintiera un poco más animado, pero la dicha no podía durar.

Alguien abrió la puerta sin llamar y se detuvo en el umbral con una expresión tan dolida que se me revolvieron las tripas.

Era Perséfone.

Al parecer había estado llorando, y aunque llevaba un precioso vestido azul cielo, una chaquetilla blanca, unas manoletinas plateadas y la melena suelta, su aura vivaracha parecía haberse consumido.

—¿Cómo has podido? —me preguntó, ofendida.

—Foni, yo... —empecé—. Lo siento mucho.

Ella tragó saliva y entró. Su mirada se desvió de forma inconsciente hacia el carrito, y luego me contempló con dureza.

—No puedes... no tienes ni idea de lo traicionada que me siento ahora mismo.

—Me puedo hacer una idea —le dije. No pretendía ser mordaz, pero contesté con más acritud de la esperada.

Ella ignoró mi réplica.

—Siempre quise llevar en el vientre a un hijo tuyo... y ahora resulta que tienes un semidiós. ¿Quién es ella? ¿Cuántas veces corriste a sus brazos?

—Tuve un mal día, ¿de acuerdo? Y creo que tú también has tenido unos cuantos de esos últimamente. Fue un error, y me arrepiento... desearía que todo volviera a la normalidad entre tú y yo, pero sé que ya no es posible.

—Todavía no me lo creo —admitió—. No te imagino flirteando con una desconocida. Menos aún con una humana de fuerza de la isla. No es tu estilo. Te gusta tan poco relacionarte y te cuesta tanto confiar en los demás, que... Hades, jamás fuiste un hombre pasional. ¿Qué te ha ocurrido?

—Puede que yo también haya cambiado... después de todo. —Hacía tanto tiempo que no hablaba con ella, que decidí alargar aquel encuentro todo lo posible. No quería que se fuera; solo arrancarle unos minutos más de su tiempo.

Perséfone se aproximó a Hércules y lo observó, con ojo crítico.

Era natural que sintiera curiosidad por él, aunque estuviera molesta conmigo.

—Ni siquiera se parece a ti.

—Es muy pequeño para saberlo.

—Ya... puede ser. —Estaba claro que sospechaba algo—. Pero hay algo que no cuadra... ¿Estás seguro de que es tuyo?

Tampoco ayudaba que el niño tuviera una fuerza sobrehumana y se llamara Hércules. Jamás recordé a ese héroe con cariño y ponerle su nombre al chaval no parecía coherente.

Pero antes de que Foni pudiera atar cabos —estaba peligrosamente cerca—sonó su móvil y el bebé se despertó.

Lo saqué del carrito, con un gesto automático y lo acuné un rato, mientras le dirigía palabras de consuelo.

—Vamos a ver, ¿es que no te gusta Tina Arena? No, claro, a ti te gusta la Cebra Debra. ¿A que sí? Tengo que corregir ese gusto musical. ¿Qué será lo siguiente? ¿El reggetón? ¿El bizarrap?

Y, cuando me di cuenta de lo que acababa de hacer, miré a Perséfone, que se había quedado con el móvil en la mano y me contemplaba ojiplática.

—¿Qué ocurre? Solo estoy hablando con él.

—No. Estás siendo cariñoso con él —señaló. Por un momento habría jurado que me había mirado con ternura, pero se recompuso.

—Eso no cambia nada —dije—. Estoy dispuesto a cedérselo a una familia adecuada y recuperar mi vida. Cuidar de este niño es una tarea demasiado exigente.

—No me cabe duda —respondió, enfadada, y continuó con ironía—. Que Hades se implique en una tarea tan mundana como cuidar a su propio hijo, ¡menudo disparate!

—¿A ti te gustaría quedarte con él? —le pregunté. Pese a nuestra discusión, no conocía a nadie más apropiado para la tarea.

—¿Crees que sería capaz de acoger al bastardo de mi ex marido? —me preguntó, indignada.

—Creo que acogerías a cualquier bebé indefenso —contesté—. Y el niño no tiene la culpa. No se merece cargar con un padre como yo.

—No creo que seas tan mal... —empezó, pero cambió de idea—. Bueno, si estás tan seguro...

Dudó durante un instante, pero al mirar a Hércules, se ablandó. Era una tentación demasiado fuerte. No podía resistirse a unos ojitos como esos.

Alargó los brazos y le entregué al bebé.

—Solo vigila que no te coja del... —Hércules le agarró la melena con una mano y tiró de ella con saña— pelo.

—¡Ay! —se quejó, y trató de apartarlo, pero el niño siguió aferrado a su cabello con insistencia.

Le sujeté la muñeca y la zarandeé, pero la tenaza era muy firme.

Perséfone se inclinó con otro grito.

—¡Suéltala, Hércules! ¡Le estás haciendo daño! ¡No es un juguete!

Tras un tira y afloja que se me antojó eterno, la función terminó con Hércules llorando, Perséfone sin la mitad de su melena, y yo ruborizado por aquella situación tan incómoda.

La expresión de temor en el rostro de mi ex mujer me indicó que quizás me había precipitado un poco con mi oferta.

—¿Cómo te las has apañado durante estos días con un niño tan destructivo? —me preguntó, mientras se acariciaba la cabeza y el pelo con los ojos llorosos.

Yo había depositado a Hércules dentro del carrito. Aún sujetaba la melena de Perséfone y gimoteaba, pero ya había pasado lo peor.

—Con suma dificultad —admití.

—Espero que encuentres a esa familia abnegada, Hades... de corazón. Porque yo no pienso sacarte de este embrollo.

—Pero, Foni...

—He dicho que no —contestó, inflexible—. Este niño es responsabilidad tuya... y harías bien aceptarla. Yo no pienso volver a cargar con tus malas decisiones —dijo, y se marchó, sin darme tiempo a protestar, o incluso a confesarle la verdad.

Hércules estaba jugando con los mechones de cabello arrancados.

Él aún no lo sabía, pero acababa de desperdiciar una oportunidad única... con una sonrisita, se la habría ganado.

Pero no. Había tenido que transformarse en un genio del mal justo cuando estaba tan cerca del triunfo.

—Estarás contento. Casi dejas calva a Foni. En otras circunstancias, podría haber sido tu madre ¿lo sabías?

Él hizo una pompa de saliva y siguió jugando con el cabello ajeno como si fuera un juguete muy suave y sedoso. Se lo pasó por encima de la cabeza a modo de peluca.

No podía ser tan difícil encontrar a algún idiota que quisiera hacerse cargo de crío.

Uno que ya se hubiera quedado calvo, a ser posible, para evitar accidentes y visitas a urgencias.

UN PADRE DE MUERTEWhere stories live. Discover now