«Ella lidera una agencia de cupidos, él es jefe de una organización que rompe relaciones. ¿Quién caerá primero cuando deban intervenir en la misma boda mientras conviven bajo el mismo techo?»
***
Dulce Casualidad es una casa de té que ayuda en secre...
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—Dejen de gritar —murmuró somnolienta, sin abrir los ojos—. Una vez que el oso se alimente de los primeros, los demás saldremos ilesos.
Se giró en la bolsa de dormir, ignorando los llamados de auxilio de sus compañeros.
—¡Es un oso! —lloriqueaba un adolescente en pánico—. ¡Estamos condenados!
—¡Mamá! ¡Quiero a mi mamá! —gritó un segundo.
—¡Háganse los muertos! —sugirió un tercero.
Acto seguido se oyó el impacto de cuerpos al caer sobre la tierra.
Otros continuaban corriendo sin rumbo, tropezando con los objetos dispersos por el terreno.
—¡Leí en internet que los osos son vegetarianos! —chilló otra voz agitada—. ¡Traigan una zanahoria!
—¡Mía, despierta! —susurró su compañera de tienda, sacudiéndola con insistencia—. Creo que llegó el apocalipsis.
—Si es un animal, haciendo ruido solo lo atraerán. Si es lo que creo que es, alguien pagará por despertarme —masculló Mía.
Con un ojo cerrado y toda la pereza del mundo, abrió su bolsa de dormir y salió de ella. Vestía apenas unos pantalones cortos y una camiseta oscura con el lema Todos tienen derecho a ser idiotas, pero no abuses del privilegio. Había sido un regalo de su hermano por su graduación.
Ignorando la advertencia de su compañera, se asomó por la puerta abierta de su tienda.
Una bestia peluda se hallaba en medio del terreno, rugiendo y parado sobre sus dos patas traseras. Adolescentes en pijama corrían en círculos. Algunos trataban de refugiarse tras las tiendas o árboles. Otros estaban acostados en el suelo, actuando como cadáveres temblorosos.
—Siempre están diciendo que se quieren morir —gruñó, frustrada mientras se calzaba unas zapatillas—, pero les cae la oportunidad del cielo y se ponen a llorar.
Se suponía que sería un viaje de egresados tranquilo. Dedicaron los días a dar paseos por el bosque, bajaron la pendiente que los llevaría al río y remaron en botes alquilados. No les permitieron nadar directamente porque la corriente era muy fuerte, pero algunos se sentaron al borde y mojaron sus pies.
En el lado sentimental y hormonal, se reforzaron amistades. Las parejas aprovecharon de confesar sus sentimientos, sabiendo que al entrar a la universidad muchos perderían el contacto.
Esa era la última noche. Después de compartir anécdotas alrededor de una fogata, Mía había instalado su tienda cerca del río, y se quedó dormida con la melodía del agua al fluir.
Ahora un oso delgado y alto se le acercaba con su andar tambaleante y rugidos de bajo presupuesto, similares a los de un dinosaurio. Sus garras estaban extendidas de forma amenazante.
La muchacha no lo pensó dos veces y recogió un tronco del tamaño de su brazo. Lo había dejado cerca por precaución.
Midió su peso. Lo blandió como un bate, dispuesta a partirle su madre al animal que se había atrevido a interrumpir su sueño.
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—Acércate —pronunció con los ojos entornados de furia—. Aquí te tengo tu cariñito.
Lanzó el primer golpe pero el animal saltó hacia atrás. Retrocedió, levantando sus patas delanteras.
—¡Mía More, espera! —habló el oso a toda velocidad en medio del pánico colectivo—. ¡Soy yo!
—Ya lo sé. —Intentó un segundo corte hacia su cabeza pero este se agachó rápido—. Quédate quieto, maldito gato problemático.
—¡¿Estás loca?! —Saltó hacia atrás para evitar su siguiente ataque. Cayó de espaldas con un gruñido. Rodó hacia un lado cuando ella trató de patearlo—. ¡Aléjate de mí!
—Solo quiero darle un abrazo al oso. —Se lanzó hacia él, tronco en mano. El joven se incorporó de un salto. Retrocedió hasta que su espalda sintió una pared, la corteza de un árbol—. Y enseñarle un poquito de empatía a un psicópata. Esto es lo que sintieron nuestros compañeros cuando apareciste vestido así.
Su arma crujió cuando erró y acabó golpeando el tronco. Trozos de corteza estallaron por los aires.
—¡Ya entendí! —Rodeó el árbol para tener un escudo entre ambos—. ¡Esta fue una mala broma! ¡La próxima usaré fantasmas!
Ella trató de aplastar sus zarpas pero él las apartó.
—¡Nunca piensas antes de actuar, Cassio! —gruñó, apuntándole con el tronco roto mientras él retrocedía al borde del precipicio—. Llevo trece de mis dieciocho años aguantando tus malditas pendejadas. Te lo advertí. Una más y no la dejaría pasar.
Silencio. Se miraron frente a frente.
Muy despacio, el adolescente se quitó la cabeza del disfraz, revelando un cabello oscuro con las puntas azules. Sus ojos almendrados resplandecían tras sus gafas. Sus labios se curvaron en una media sonrisa.
—Te ves linda cuando estás enojada.
Tomándola desprevenida, le lanzó la cabeza de oso y trató de arrebatarle el tronco. Ella chilló de ira, aferrando su arma con fuerza.
Ambos forcejearon entre maldiciones. No fueron conscientes de lo cerca del borde que terminaron. Hasta que la tierra empezó a desprenderse bajo sus pies.
Se congelaron. Durante una fracción de segundo, sus ojos se encontraron. Ella atrapó su brazo por instinto y trató de jalarlos hacia suelo firme pero ya era tarde.
Estaban cayendo por ese pequeño precipicio. Se sumergieron en el río, cuya corriente no tardó en arrastrarlos.
Mía consiguió levantar la cabeza y tomar una bocanada de aire. Gritó cuando algo rozó su espalda como un látigo, quizá un alga. Entonces sintió los brazos acolchados que la envolvían, protegiéndola.
No tenía idea de dónde desembocaba el río pero presentía que debían detenerse antes de descubrirlo. La luna llena iluminaba vagamente el camino, la vegetación de la orilla y la espuma del agua al impactar contra las rocas.
Vieron su oportunidad cuando chocaron contra una piedra gigante en medio del río. Se aferraron a ella cual bote salvavidas, jadeando.
El riesgo de ahogarse era escaso. En puntas de pie conseguían tocar el fondo. El problema era la fuerza de la corriente que amenazaba todo equilibrio.
—¡Tenemos que subir! —gritó ella para hacerse oír por encima del entrechocar de las olas.
—¡Eso intento!
Mía consiguió tomar impulso y llegar a la parte superior de la piedra. Como una pequeña isla, era plana y estaba seca. Apartó el cabello húmedo de sus ojos. Se llevó una mano al pecho. Su corazón amenaza con escapar a través de su garganta.