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Cuando llego a Alemania, Victor me recibe en el aeropuerto. Él es el hombre que, junto a su mujer, Jeen, se ocupa del día a día de mi residencia y de Mike.
Una vez en casa, saludo desde el coche a mi hermana Jiyu, a mi madre y a mi sobrino.
Al verme bajar, Mike corre hacia mí, me abraza encantado y pregunta:
—¿Por qué has tardado tanto en regresar?
Le revuelvo el pelo con cariño y, tras darle un beso en la frente, respondo:
—Tenía mucho trabajo.
Después de saludar a mi madre y a mi hermana, mientras ellos tres pasan al comedor para degustar la maravillosa comida que nos ha preparado Jeen, subo a mi habitación y dejo la bolsa que llevo en la
mano.
Durante todo el viaje en mi jet privado me ha acompañado la lamparita que ahora saco de la bolsa, y no he podido dejar de mirar los labios de Jimin estampados en ella.
Con cariño, los toco y sonrío sin saber por qué.
No le he llamado ni el se ha puesto en contacto conmigo. Y se lo agradezco, porque creo que ambos debemos continuar con nuestros caminos, unos caminos que no tienen nada que ver el uno con el otro.
—Tío, ¿vienes?
Levanto la vista y veo que Mike entra en mi habitación. Le doy la vuelta a la lámpara para que no sevean los labios de Jimin y, cuando Mike se dispone a preguntar, le advierto:
—Prohibido tocarla, ¿de acuerdo?
Mi sobrino asiente, no dice más, y entonces yo me levanto y vamos juntos al comedor.
 
 
* * *
 
 
La comida con mi familia es entretenida.
Mi madre, como buena coreana que es, tiene mil temas de conversación, y Jiyu la sigue, mientras que Mike y yo las escuchamos en silencio.
—Bueno, y ¿qué tal por las delegaciones? —pregunta mi madre.
—Bien —afirmo.
Ella me mira, suspira e insiste:
—Y ¿por la oficina central de Seul?
Irremediablemente, pienso en Jimin, y respondo:
—Bien.
—Hermanito, serás muy buen jefe, pero, desde luego, la comunicación familiar no es lo tuyo —se mofa Jiyu.
Miro a mi hermana. Su contestación habría sido muy propia de Min, por lo que sonrío. Entonces, al verme, pregunta:
—¿Estás sonriendo?
Sin poder remediarlo, asiento.
—Sí, Jiyu, estoy sonriendo. ¡Sé sonreír!
Mi madre y ella se miran sorprendidas.
—Ya sabía yo que viajar a Corea te iba a sentar muy bien —afirma entonces mi madre.
—Pero si viene chisposo y todo —suelta Jiyu con una carcajada, haciéndome reír de nuevo.
Mike, que es tan serio como yo, me mira y, cuando va a decir algo, me adelanto:
—¿Algo que contarme del colegio?
A partir de ese instante, mi hermana y mi madre vuelven a tomar las riendas de la conversación. Cada vez que yo me marcho, Mike se comporta de una manera que no me gusta y, cuando me entero de todo, miro a mi sobrino y siseo:
—Castigado sin Play las dos próximas semanas.
—¡No es justo! —se lamenta él.
Lo observo boquiabierto y, tras hacer callar a mi madre, que va a protestar, gruño:
—Lo que no es justo es que no sepas comportarte aún con tu abuela y tu tía, y ya no digamos en el colegio y con la tata. Pero ¿qué es eso de que has suspendido tres exámenes y has metido un ratón en el cajón de la señorita Schäfer? Y, te digo una cosa más: si sigues así y no apruebas, el año que viene irás a un colegio interno del que sólo saldrás en Navidad, ¿entendido?
Él asiente. No dice más. Tiene miedo de ese tipo de colegios y es el único argumento que puedo utilizar cuando se desmadra para volver a meterlo en vereda.
Una vez que el chaval termina de comer, como está enfadado con los tres, pide permiso para levantarse de la mesa.
Nos quedamos los adultos solos, y mi hermana habla entonces de lo que han de hacerme en los ojos, que, para ser sincero, no sé ni cómo se pronuncia. En cuanto queda todo claro, ellas dos se van y yo salgo a dar un paseo con mi moto.
Necesito despejarme.
Necesito dejar de pensar en el joven coreano que, sin yo darle permiso, me ha tocado ligeramente el corazón.
 
 
 
El martes, al regresar del médico, me sorprendo al recibir un mensaje de Jimin. Es breve, pero en él me pregunta cómo estoy. Dudo si responderle o no, y finalmente decido ignorarlo. Es lo mejor para los dos.
Esa tarde, cuando Mike sale del colegio, estoy en la puerta esperándolo y me lo llevo al cine.
Durante un par de horas disfrutamos viendo una película y, cuando acaba, vamos a cenar al restaurante de Klaus, el padre de mi amigo Tae. Es un hombre increíble que, en cuanto nos ve, nos trata
con respeto y cariño.
—Este muchacho cada día está más alto y más guapo —afirma.
Yo miro a Klaus con afecto mientras Mike va a saludar a uno de los camareros y, dirigiéndome a él, pregunto:
—¿Sabes si Tae vendrá por aquí esta noche?
—Que yo sepa, sí —dice.
Asiento complacido. Me gusta reencontrarme siempre con mi buen amigo. A continuación, Klaus nos acomoda en la mesa de siempre. Mike y yo nos sentamos y, tras traernos algo de beber, nos sirven también la comida.
Durante más de media hora, Mike y yo hablamos. Del colegio, de videojuegos y de sus escasos amigos. No es un niño con muchas amistades y, en ocasiones, pienso si será por mi culpa. El crío me
imita y su comportamiento no es el más apropiado para un chico de su edad. De pronto, oigo que alguien dice:
—Bueno..., bueno..., bueno... ¿A quién tenemos aquí?
Levanto la vista y me encuentro con Tae. Mike, que lo adora, sonríe al verlo.
Como era de esperar, mi amigo se sienta con nosotros a la mesa para cenar algo y rápidamente toma parte en nuestra conversación. Una vez que hemos terminado de cenar, animado por Klaus, mi sobrino se va con él a la barra y, mientras lo observo, Tae me pregunta:
—¿Qué tal por Corea?
—Bien. Todo bien —me apresuro a responder.
Él sonríe, da un trago a su bebida y cuchichea:
—Y ¿qué tal las coreanas?
Ahora el que sonríe soy yo.
—Excitantes —afirmo.
A continuación, ambos reímos y, aunque me acuerdo de Jimin, no se la menciono. Estoy convencido de que si Tae lo conociera, también caería rendido a sus pies.
Durante un rato hablamos de trabajo, hasta que por último pregunta:
—¿Cuándo ingresas para hacerte las pruebas en los ojos?
—Mañana —respondo con un suspiro—. Según Jiyu, estaré varios días sin ver con claridad, pero luego me sentiré más aliviado.
—Seguro que sí —afirma mi buen amigo, observándome.
En ese instante entran dos preciosas mujeres en el restaurante y yo sonrío al verlas.
—No esperaba encontrarte aquí con Mike y quedé con ellas —me susurra Tae.
—Haces bien, amigo —asiento.
Él, que es todo un gentleman, las saluda con una sonrisa y luego me pregunta:
—¿Quieres que llevemos a Mike a casa y te vienes a nuestra fiestecita privada?
Lo pienso. La oferta es tentadora, pero me siento incapaz de dejar al muchacho.
—Ve tú y disfruta por los dos —contesto al final.
—¿Seguro?
—Segurísimo.
Las mujeres se acercan a nuestra mesa. Ya nos conocemos. Hemos jugado en varias ocasiones en el Sensations y, tras saludarnos, acaban marchándose con Tae.
En cuanto desaparecen, Klaus, que ha permanecido en un segundo plano, se acerca a mí y cuchichea:
—Espero que algún día mi hijo siente la cabeza como tú.
Eso me hace sonreír. Yo no soy el mejor ejemplo de nada para nadie, pero, sin querer llevarle la contraria a ese hombre al que le tengo tanto cariño, afirmo:
—Seguro que algún día lo hace, Klaus. Seguro que sí.
Cuando llego a casa esa noche, acompaño a Mike a su habitación y luego paso por mi despacho. Abro el ordenador y busco una canción. Quiero escuchar esa que un día Min me dijo que le recordaba a nosotros.
La encuentro y la escucho en bucle varias veces, y cuanto más la escucho más siento a Min a mi lado, pero también me martirizo al ser consciente de que eso nunca podrá ser.
Paso la canción a mi móvil, reviso mis correos y, sorprendentemente, encuentro otro email de Jimin.
Con sólo leer su nombre, siento que el corazón se me acelera, me pongo nervioso y, tras leer el correo veinte veces, como he hecho con el mensaje de esa mañana, decido no contestar. He de ser fuerte y no darle falsas esperanzas. El no lo merece.
 
 
* * *
 
 
Al día siguiente, después de dejar a Mike en el colegio, me dirijo al mejor hospital de Múnich acompañado de mi madre y mi hermana. Allí, tras hacer el ingreso, me obligan a meterme en la cama y,
sobre las doce, me llevan a quirófano para hacerme las pruebas.
Cuando despierto, ya es por la tarde.
No puedo ver porque llevo una venda alrededor de los ojos, pero siento que mi hermana y mi madre están a mi lado.
Cuando pasa el doctor, indica que todo ha ido bien y que eso me evitará muchos dolores de cabeza.
No hablo. No me apetece.
No estoy de muy buen humor y, aunque mi madre y Jiyu intentan bromear, sus bromas no me hacen gracia y termino discutiendo con ellas.
Esa noche, pido el alta voluntaria. No aguanto un segundo más en el hospital.
Cuando llego a casa, obligo a mi madre a que se vaya a la suya. No quiero tenerla todo el día respirándome en la oreja, y sólo me reconforta escuchar cierta canción una y otra y otra vez.
Jeen y Victor me comunican que estarán pendientes de todo lo que necesite, y sé que es verdad.
Nadie como ellos dos para saber qué necesito en cada momento.
 
 
* * *
 
 
Pasan dos días y, cuando me quitan la venda de los ojos, no veo con claridad. Me resulta imposible enfocar la vista, y eso me desespera. Mi hermana me pide paciencia, pero yo ya sabía que esto iba a pasar.
Tae me visita, Mina y Nam también, y Beto me llama desde México. Todos están preocupados por mí, pero les hago saber a todos que estoy bien. Sólo necesito unos días para recuperarme por
completo.
Pasan tres días más y, por fin, cuando me despierto, mis ojos enfocan. Lo primero que veo es la lamparita que me traje de corea con los labios de Min en un lado. Me gusta sentir que vuelvo a tener el control de mi vida, y lo primero que hago en cuanto me levanto de la cama es ir directamente a mi ordenador. Necesito saber algo y enseguida encuentro lo que busco. Jimin me ha vuelto a escribir,
aunque en esta ocasión lo único que me dice es: «¡Gilipollas!».
Leer eso me da la vida y, sin saber por qué, sonrío.
Sonrío como un gilipollas.
Una hora después, tras tomarme un café, doy vueltas por mi despacho. Estoy nervioso y ansioso y, aunque ya soy capaz de enfocar la vista, tengo un aspecto terrible por los moratones que llevo alrededor de los ojos.
Con esta pinta no puedo salir a ningún lado. Sé que debo esperar, tener paciencia y esperar. Pero la inquietud me puede y, levantando el auricular del teléfono, marco un número y, tras saludar a quien lo
coge, digo:
—Su nombre es Jimin Park y trabaja en Jeon, en la delegación de Seul. Quiero saber qué hace, adónde va y con quién se relaciona. Ahora te mandaré una foto suya para que lo localices de inmediato.
Una vez que cuelgo, no sé si he hecho mal o bien. Sólo sé que necesito tener noticias de el, y mi única manera de hacerlo es contratando a un detective que busque información.
Ésta no tarda en llegar. Recibo varias fotos de el en el cine junto a unos amigos, pero las que más llaman mi atención son unas en las que se la ve bailando y riendo con una copa en la mano.
¿Ya se habrá olvidado de mí?
Molesto al ver cómo se divierte y necesitando contarle que sé lo que hace, no lo dudo y tecleo en mi ordenador:
 
 
De: Jungkook  Jeon
Fecha: 21 de julio de 2012, 20.31 horas
Para: Jimin Park
Asunto: Precioso cuando bailas
Me alegra verte feliz, y más aún saber que cumples lo prometido.
Atentamente,
Jungkook  Jeon
 
 
Sin pensarlo, le doy a «Enviar» y, de inmediato, me arrepiento.
Pero ¿qué estoy haciendo?
La respuesta de Jimin me llega al día siguiente, por la mañana. Cuando veo su mensaje, me alegro, pero, conforme lo leo, sé que el contenido de los archivos adjuntos no me va a gustar.
 
 
 
De: Jimin Park
Fecha: 22 de julio de 2012, 08.11 horas
Para: Jungkook  Jeon
Asunto: Noche satisfactoria
Para que veas que lo que te prometí lo cumplo y disfruto. Atentamente,
Jimin Park
 
 
 
 
Temeroso de ver las fotografías adjuntas, finalmente le doy a «Abrir» y me encuentro a Jimin besándose en una cama con un tipo. Siento que el alma se me cae a los pies y, furioso, cierro el
ordenador de un puñetazo.
No quiero ver más.
En ese instante, suena mi teléfono. Enfadado, lo cojo.
—¡Hey, güeyyy, ¿cómo estás, pendejo?!
Oír la voz de Beto me hace sonreír apenas.
—Bien..., estoy bien.
Durante unos minutos, charlamos y, como siempre, mi amigo le busca el humor a todo. Sin embargo, cuando ve que no le pregunto por lo que me cuenta, indica:
—Ahorita mismo me vas a contar qué ocurre.
—No ocurre nada, Beto...
—Oh, sí, amigo. A mí no me engañas. ¿Pasa algo con tu vista?
—No..., todo va como ha de ir.
—¿Problemas en Jeon?
—No...
—Entonces ya lo sé. Una o un omega te tiene frito, ¿es eso, güey?
Yo no respondo. No quiero hablar de ello, y Beto, que me conoce, murmura:
—Sabes que no soy chismoso en estos temas, pero si ella o el lo merece, dale la oportunidad. No todos son como la idiota de IU. También hay omegas bien relindos a los que merece la pena amar. Jungkook , haz el favor de darte oportunidades en la vida. Tú puedes...
Sé por qué lo dice: por desgracia, tras sufrir un accidente, él quedó postrado en una silla de ruedas.
Pero, evitando ahondar en el tema, afirmo:
—Te prometo que lo haré. Y ahora, dime: ¿cuándo nos vemos?

YO SOY JUNGKOOK JEONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora