PARTE DIECIOCHO

493 42 1.1K
                                    

—¡Rodamos en cinco!

La voz de Ismael resonando a través del megáfono hace que Martín suelte una exclamación de pánico y Queta y Yolanda otra carcajada conjunta.

—Ay no, —masculla Tincho, abanicándose el rostro porque hasta los ojos llorosos tiene de reírse— pérense...

Sacude la cabeza y trata de ponerse serio, viendo cómo Carlos les envía una mirada muy sonriente desde su puesto junto a la cámara principal. Tiene que grabar una escena de canto con Queta en breves instantes pero su colega lo encontró en una esquina haciendo muecas para aflojar los músculos, mascullando su típico trabalenguas para relajarse como cualquier cantante nato, y no ha hecho más que reírsele en la cara desde entonces.

Cuando Yolanda se le unió unos minutos después, Martín fue acorralado por sus carcajadas estridentes y se las terminaron por contagiar.

—Ya, ya, concentración... —balbucea, cerrando los ojos y tomando una bocanada de aire.

—Pobrecitos los tigres, oiga... —continúa Queta junto a él, y Martín se muerde la lengua— ¿qué culpa tienen ellos? Deles de comeeeeeer.

—¡Al set! —Ismael vuelve a exclamar.

Martín deja sobre aquella mesa el papel con la letra de la canción, sintiendo todavía sus mejillas rojas a más no poder.

—Qué malas son ustedes... —balbucea, con otra sonrisa apoderándose de su rostro, y Queta y Yolanda se empujan entre ellas otra vez riendo cual chiquillas de primaria como si no se pudieran aguantar.

—¡Es que viera usted su cara, Martín!

—Sí, sí... —asiente él, sin real enfado, y se aleja primero de ellas hacia la escenografía que ya está preparada, porque si se queda ahí escuchándolas burlarse no se va a poder centrar en el sentimiento de tristeza que conlleva cantarle a Genoveva con su corazón roto.

Si es que ya siente que su profesionalismo se fue por la borda en el momento en que se empezó a reír con ellas, ya no pudo seguir calentando las cuerdas vocales y lo único que han hecho por los últimos quince minutos es reírse como unos locos en una esquina, a costa de todo el equipo de producción.

—¿Y los músicos? —Ismael pregunta, se gira a Carlos que ahora le está pasando una página a Martín con el diálogo— ¿no falta uno?

—Se saltó una cuerda de la guitarra, fue a buscar un respuesto hasta utilería.

—Bien, —asiente el director, acomodándose los lentes y dándose la vuelta para ultimar detalles con los otros dos mariachi a la espera en aquél otro extremo de la sala.

Primero va la secuencia de la cena.

—No está Don Elías —dice Martín, girándose a buscarlo dentro del set.

—Por ahí anda conversando con Jorge. A ver, ¿tiene la letra?

—Ah, sí, ya me la aprendí. Digo, ya la ensayamos —Martín hace un ademán hacia Ismael con sus dos compañeros músicos junto a la puerta y atina a ver a Don José Elías atravesarla junto con Jorge. Atrás viene Pedro, que ni siquiera trae puesto su vestuario, por supuesto, porque nomás le toca filmar una breve escena con Yolanda en una o dos horas más. Acaba de llegar.

Trae unos pantalones marrones bien acomodados en la cintura y esa chaqueta gris tan distintiva que Tincho ha visto reiteradas veces en fotografías de revista. Tiene lentes oscuros puestos que nada más se quita y se guarda en el bolsillo cuando Don José se gira para darle la bienvenida con un apretón de manos.

Y Pedro le sonríe, le responde algo e instantáneamente se gira hacia el set y encuentra la mirada de Martín igual que ayer en la casa de Matilde.

—Y usted le pregunta...

Tres son multitud Donde viven las historias. Descúbrelo ahora