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Apolo nunca tuvo sentimientos particularmente fuertes acerca de mudarse. Al menos, lo hicieron a una casa más bonita, lo mínimo que se merece, y el viaje a su universidad es más corto, así que estaba bien con todo el asunto. Mejor que Artemisa seguro, que no había parado de quejarse de tener que comenzar una relación a larga distancia con novia. Cuando lo cierto era que esa distancia no duraba más de una hora en auto.
Y luego él era el hermano dramático.
El asunto es que Apolo nunca esperó que vivir en este nuevo vecindario se convirtiera en una tortura absoluta.
Bueno, no está seguro si la palabra tortura es la correcta para su situación; al contrario, Apolo se siente muy satisfecho con el nuevo vecindario, especialmente de la vista.
Todavía no ha tenido el valor de hablar con él y hasta ahora todo lo que sabe sobre su vecino son las pequeñas cosas que le ha contado su madre. Su nombre es Leónidas, vive con su esposa y su hijo, una auténtica especie de "hombre de negocios".
Un hombre de negocios jodidamente hermoso, caliente y varonil.
Apolo observa -tranquilo desde la ventana de su cuarto- a Leónidas mientras cuida su casa y propiedad, ya sea cortando el césped sin camisa, o lavando las ventanas hasta que su ropa queda empapada contra su piel. Observa a Leónidas arreglar meticulosamente su auto en el garaje y en el camino de entrada, examinandolo cada dos semanas bajo el sol de la tarde. Quita las malas hierbas que se acumulan entre las flores de enfrente y arregla los arbustos con frecuencia. Cada vez Apolo se encuentra parado junto a la ventana, tiene las mejillas calientes y una mirada soñadora en sus ojos.
Si le preguntaran a Artemisa, dirá que sólo se ve patético. Pero nadie ha pedido su opinión, asi que su palabra no importa.
Una tarde soleada encuentra a Leónidas en el patio, trabajando con los aspesores sobre sus manos y rodillas, con una pala de mano, y en un acto repentino, el artefacto funciona mal y termina rociando agua sobre él. Apolo lo observa, manchado de tierra y empapado de agua, cuando se quita la camisa y pone sus manos sobre sus anchos muslos, haciendo una mueca de frustración mientras mira el aspersor como si quiera agarrarlo entre sus manos y aplastarlo, y con los músculos que tiene, bien podría ser capaz.
Apolo está tan embriagado con la vista que se dice a sí mismo que tiene que dejar de mirarlo antes de que haga algo realmente estúpido. No importa lo que diga Artemisa, sí tiene dignidad...
Algo de ella.
En una tarde aún más soleada, Apolo ve a Leónidas nuevamente sin camisa, cavando un hoyo en el jardín delantero. Toda la parte superior de su cuerpo brilla por el sudor, los pantalones cuelgan lo suficientemente bajo de sus caderas para que Apolo sea capaz de ver tanta piel como quiera. Su espalda se tensa, los músculos se contraen mientras clava la pala en el suelo una y otra, y otra vez, y arquea levemente la columna, haciendo una bonita curva que resalta su firme trasero.
Una ducha fría ni siquiera es suficiente para Apolo después de presenciar eso, y se dice a sí mismo nuevamente que debe dejar de mirar. Esta vez dicho seriamente.
Sin embargo, no lo hace.
No ayuda que Leónidas parezca ser un hombre aficionado al aire libre, siempre buscando algo que arreglar en el garaje o el jardín.
No ayuda que sea verano y Leónidas se desviste constantemente mientras trabaja.
No ayuda para nada que sus malditos aspersores parezcan seguir rompiéndose y mojándo al hombre de pies a cabeza.
No ayuda que Leónidas se vea así.
Hermoso, caliente, varonil.
Apolo también ve al hijo adolescente de Leónidas, Plistarco, a veces. Parece tener entre doce o trece años, y suele hacerle pasar un mal rato a su padre. Algunas tardes, Apolo ve a Plistarco agarrando el balde de Leónidas, mientras este lava el auto, para tirárselo sobre la cabeza, o agarrando un rastrillo cuando trabaja en el jardín antes de salir corriendo.
Es dulce, piensa, la forma en que Plistarco se burla de su padre, y más dulce aún es la forma en que Leónidas se muestra tan comprensivo con todo esto. Nunca levanta la voz ni regaña a Plistarco por bromear y, por lo general, lo complace cuando quiere jugar, persiguiéndolo por el jardín en busca de sus herramientas robadas o rociándolo con una manguera hasta que su hijo cae al suelo acompañado de una risa estruendosa.
Hace que el corazón de Apolo se acelere al ver la tierna escena que forman, lo cual es incluso más preocupante que simplemente sentir como su polla se endurece mientras esta parado junto a la ventana, observando a su vecino.
Nunca ve a su supuesta esposa y por un tiempo olvida que ella siquiera existe. Hasta que un día regresa a casa de la universidad y encuentra un segundo auto estacionado en el camino de entrada. Es un lindo Audi, negro liso, sin un solo rasguño o abolladura. Por un segundo, Apolo piensa que Leónidas debe haber comprado un auto nuevo, porque está impecablemente cuidado según los estándares de Leónidas.
Pero es justo después de pensar en eso que una mujer sale de la casa. Es alta, esbelta, con curvas, y extremadamente bonita (él también puede apreciar la belleza femenina). Tiene el cabello oscuro recogido en un cola alta en la parte posterior de la cabeza. Se ve sombría y seria cuando sale de casa, con un saco negro colgando de sus hombros. Se da cuenta de que Apolo la mira fijamente y le ofrece un pequeño saludo antes de entrar suavemente en su auto.
Apolo le devuelve el saludo débilmente.
Así que... esa es la esposa.
Al verla, saber que ella es real, Apolo casi se siente culpable por lo mucho que se ha comido con los ojos a Leónidas todo este tiempo.
Palabra clave. Casi.
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Γεια σου γειτονα --- apoleo
Fanfiction꘏ Apolo no puede quitarse de la cabeza el deseo de meterse en la cama con su nuevo vecino. ¿El problema? El vecino está casado. ¿El verdadero problema? Podría estar enamorándose de él. ꘏ AU: >> Vecinos Apoleo.