Capítulo 22

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Daba vueltas por su habitación mientras apretaba la carta contra su pecho, no sabía qué decisión tomar. Había muchas actividades por hacer en el monasterio en los próximos días. Debía preparar el repertorio de villancicos junto al coro, ayudar a decorar el árbol, organizar el evento para la recaudación de los regalos que se entregarían a los huérfanos, ensayar para la representación teatral de la epifanía, y la lista seguía..., Agnes exhaló ansiosa y miró por la estrecha ventana de su habitación, a lo lejos el padre Nicholas daba instrucciones a los monaguillos. Al verlo se sintió más nerviosa, pero sabía que tenía que hablar con él, debía mostrarle la carta.

Se armó de valor y bajó al primer piso. Cruzó el pasadizo de los dormitorios, atravesó el patio de meditación y subió la corta escalinata que llevaba a la biblioteca. Para cuando Agnes llegó, ya el padre había despedido a los jóvenes. Lo vio sonreírle y ella también hizo lo mismo como respuesta, pero la curva que dibujaban sus labios se desvaneció ante la repentina aparición de sor Catalina.

—Padre, Nicholas, se requiere de su presencia en la capilla —dijo la monja, Agnes regresó sobre sus pasos con sigilo, pensando en buscar otro momento para hablar con el sacerdote, pero entonces escuchó su nombre y se vio obligada a detener la marcha.

—Agnes, parece que tienes algo qué decir —habló el cura.

Ella se acercó con vacilación, tenía las manos unidas a la espalda intentando ocultar la carta. Su intención era mostrarsela al sacerdote, pero no quería que la hermana Catalina la viera, porque estaba segura de que la mujer pondría el grito en el cielo. Se había criado junto ellos dos, los conocía, el padre Nicholas siempre se mostraba comprensivo, pero Catalina era inflexible.

—¿Qué es lo que escondes ahí, Agnes? —preguntó la monja.

—Oh, no es nada... solo es una... partitura.

—Te conozco, niña, cuantas veces debo decirte que mentir es malo —reprendió con severidad.

—Déjela, sor Catalina, la pondrá más nerviosa —intervino el padre—. Puedes hablar con confianza, Agnes.

La chica no tuvo más remedio que hablar, sacó la carta y la extendió con manos temblorosas hacia el sacerdote. Él la miró contrariado y la recibió, entonces Agnes lo invitó a que la leyera.


Preston, 6 de diciembre de 1940

Señorita Agnes.

Estaba segura de que en algún momento tendría que escribirle, lo supe el día que la conocí, cuando fui por Archibald a Sussex. He notado lo importante que es usted para él, lo veo cada vez que recibe una de sus cartas. Solo con leer sus líneas, mi muchacho recobra la vitalidad. Sé que él siempre le dice que se encuentra bien, así me lo ha dicho la enfermera que transcribe las cartas que él le dicta, sin embargo, Agnes, he de confesarle que aquello no puede estar más alejado de la realidad.

Mi hijo no se encuentra mejor, está nadando en el pozo del desaliento. Vive en amargura y tristeza. El médico dice que si no hay fuerza de voluntad, el proceso será largo, y quizás nunca pueda salir de ahí. Pero yo mantengo la esperanza, y es esa esperanza la que me ha llevado a contactarla. Quiero pedirle que venga con nosotros a Preston, sé que su compañía será de gran ayuda para Archibald. Aquí tendrá su propia habitación y le prometo proveer todo cuanto necesite.

Por favor, ayúdeme con esto, hagamos que Archie vuelva a ser feliz.

Espero que lo considere y pueda hablarlo con sus tutores. Si es necesario que escriba una solicitud oficial al monasterio donde reside, entonces solo díganme y lo haré.

GUERRA, PASIÓN Y ESPERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora