Preguntas sin respuesta

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  Se refugiaban entre las cálidas pieles de la tienda de campaña, resistiendo al embate implacable de la ventisca, atrapados en un espacio que, aunque suficientemente amplio, carecía de la comodidad deseada.

Primius, en voz apenas perceptible, susurraba palabras misteriosas al oído de Xinia, quien respondía con una tenue sonrisa a cada frase. Meriel, incómoda, reposaba con la espada desafiante sobre sus piernas, lista para ser extraída de su vaina si la necesidad se manifestaba. Lucan, sin apartar la mirada del enigmático individuo de piel oscura que, yaciendo a su lado, se encontraba en un sueño profundo. Había algo en aquel hombre que despertaba su curiosidad, pero no lograba dilucidar el motivo de tal sentimiento. Amaris, por su parte, anidaba en el abrazo de Gustavo, sus ojos fijos en él, maravillada por la profundidad de su mirada, que parecía diluirse en un vacío de irrealidad.

Su mirada permanecía inmutable, clavada en la diminuta águila de luz en el medio de la sala. Sin embargo, su mente vagaba por un abismo de recuerdos fragmentados, zambulléndose en ellos con la desesperación de quien desea recordar, aunque teme las consecuencias. Intentaba desesperadamente rememorar sin utilizar ni una pizca de magia, pero el avance era nulo. Solo había tinieblas, dejando un vacío que no sabía cómo llenar.

Inhaló con brusquedad, tratando de atestar sus pulmones de aire. Pero estaba tan absorto en su propio tormento que ni siquiera era consciente de su propia acción. Su mente se sumergía aún más en ese oscuro abismo, interrogándose sobre el origen de esta enfermiza sobreprotección de su cordura. ¿Qué había sucedido para que su mente lo resguardara de manera tan ferviente? No lo comprendía, y comenzó a sospechar que nunca lo haría.

La idea de la magia se afianzó en su mente de manera repentina, junto con una respuesta que le hizo acelerar el pulso. ¿Acaso había sido víctima de un hechizo mental ejecutado por un enemigo? ¿O tal vez estaba atrapado en una ilusión poderosa? Sintiendo la posibilidad de estar envuelto en una pesadilla infinita y terrible. Sin embargo, un suspiro cansado escapó de sus labios, dejando en claro que su corazón afirmaba lo contrario. Por más irreal que pareciese, había muerto y revivido gracias a la gracia del Más Alto, quien lo había destinado a cumplir una misión imposible, que en su momento creyó alcanzable. Acompañado por subordinados que no quería tener, y abandonado de manera forzada por el único que si deseaba a su lado.

En un suspiro retornó a la realidad. Se sentía agotado, su mente le pesaba. Notó de reojo la mirada inquisitiva de la maga que, desde la comodidad de su brazo, lo observaba.

  —¿Qué pasa? —preguntó en un susurro.

  —Nada —respondió ella, sin apartar la mirada.

  —No parece ser así.

Amaris soltó un breve resoplido que hizo oscilar sus cabellos.

  —Como desees —dijo Gus, cerrando los ojos.

  —¿Algún día confiarás en mí?

  —No entiendo tu pregunta.

  —Claro que la entiendes —replicó ella, aún más enfada.

Suspiró, claramente cansado.

  —No tengo ganas de discutir.

  —¿Lo notas? Evades una conversación que te obliga a hablar conmigo —Elevó la voz, superando el estruendo del viento fuera de la estancia. Sus compañeros despiertos tuvieron la consideración de ignorar la disputa—. Antes solías hacerlo...

Gustavo observó lo que aparentaba ser una lágrima cristalina sobresalir de sus ojos.

  —Por favor, basta, me duele demasiado la cabeza.

El hijo de Dios Vol. IVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora