Especial de Halloween #6: Maldición familiar

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— ¿Moriré enfermera? — decía el pequeño Jeremy bastante preocupado mientras le metían en quirófano.

El pequeño de apenas 7 años había sido aplastado terriblemente en un accidente automovilístico y el anestesista procedió a dormirle.

Una vez que decidimos iniciar la operación veíamos que era casi imposible que pudiésemos salvar al niño o por lo menos que resistiera.

A pesar de ello pusimos todo nuestro esfuerzo para salvarle la vida, pero después de 40 minutos su corazón desgraciadamente se detuvo.

Mi compañero de operación me contó que toda su familia había perdido la vida en ese accidente automovilístico, lo cual era una completa desgracia.

Procedí a coserle el abdomen para seguidamente llevarlo a la morgue y, justo cuando pasé la aguja por primera vez, su cuerpo empezó a moverse.

Me quedé bastante preocupado al saber que había ocasionado ese espasmo post-mortem.

Pero de repente el niño despertó y empezó a gritar, era desgarrador como si de una película de terror se tratase.

Intenté calmarlo mientras pedí ayuda al resto del equipo.

Los que estaban saliendo de la sala volvieron adentro corriendo, sosteniendo una cara de espanto al ver al niño gritando en la mesa de operaciones.

Todos pensaban que ya había muerto.

El anestesista intentó volver a sedarlo, puesto que al estar despierto y con el cuerpo abierto debía de estar experimentando un dolor inimaginable

Pero ninguno de nosotros podía dar crédito cuando vimos en los monitores que su corazón no seguía latiendo.

Técnicamente tendría que estar muerto, pero estaba vivo con su corazón parado. Me decidí a hacerle compresiones torácicas. Sus costillas crujían bajo mis manos y la anestesia apenas daba resultado.

— ¿Qué me está pasando? — aclamaba Jeremy mientras lloraba, seguía consciente.

Ninguno de nosotros decidió responder puesto que no sabíamos que decir. Nos habíamos enfrentado a muchos casos complicados de resolver a lo largo de nuestra bien merecida carrera, pero jamas algo como aquello.

Decidí respirar profundamente e intenté mantenerme recto.

— Jeremy, tuviste un accidente — dije con un poco de pena por él mientras el anestesista me agarraba del brazo y me susurraba muy bajito en el oído que debíamos aislar el quirófano, pues fuese lo que tuviera Jeremy, podía ser algo contagioso.

Mientras se decidían por llamar a seguridad desde la sala de preparación, Jeremy seguía preguntándonos cosas, aún asustado.

Me pregunto por su padre, no podía decirle mentiras, le haría daño saber que su padre había muerto, pero también se pondría fatal si supiese que le había mentido, por lo que me atreví por contarle que había muerto en el accidente.

Ahí fue cuando empezó a llorar sin control y me preguntó que si él también iba a morir. Sus lágrimas empezaron a formar un pequeño charco frente a mis pies.

Le di mi mano y le prometí que no estaba solo, le acompañaría hasta el final.

El Centro de Control de Enfermedades (CCE) había sido alertado de nuestra peligrosa situación, por lo que no podíamos hacer nada más que esperar y rezar que aquello que tuviese Jeremy no fuese algo realmente contagioso.

Él estaba agonizando del dolor y yo era el único que le podía mantener distraído de aquella situación incómoda e innecesaria de vivir para él.

Cuatro horas más tarde, el equipo de prevención llegó a la sala y venían completamente equipados con sus trajes.

Habían evacuado otra sala para todos los sanitarios que estábamos allí con el niño, pero yo estaba decidido por quedarme donde estaba Jeremy.

Nadie, y menos alguien tan pequeño y frágil como él debía sufrir algo tan doloroso como aquello, además de toda esa gente que pretendía hacerle todo tipo de pruebas.

—No... no puedo ver — dijo Jeremy.

Examiné sus pupilas y comprobé que no respondían.

— ¿Qué me está pasando? ¡Tengo muchísimo miedo!

Me quedé a su lado, prometiéndole que todo estaría bien pero Jeremy no paraba de gritar más y más, como si ya no pudiese escucharme. Había perdido la audición. Ya no podía comunicarme con él.

Le quería consolar para decirle que estaría con él en todo momento y que no tuviera miedo, yo no podía parar de llorar ante esa situación.

Los agentes de prevención me dijeron que mi utilidad y presencia allí ya eran vano e inútil. Jeremy no paraba de llorar.

Grité lo que pude para que entendieran que hice una promesa, pero ellos dijeron que las promesas de los humanos eran puras mentiras y trolas.

Jeremy dejó de gritar y pensé si realmente había muerto, exigí a los agentes que me comunicasen lo que había sucedido y como estaba Jeremy, pero me comunicaron que el único órgano que seguía activo era su cerebro.

Él no podía moverse, hablar ni oír, pero seguía sintiendo un dolor insoportable. Decidieron cubrirlo con una cápsula hermética y a partir de ahí no supe más de él.

Tras pasar una muy larga cuarentena, decidí ponerme en contacto con un amigo cercano que trabajaba en el equipo de prevención y no tenía constancia sobre el caso de Jeremy.

Una semana después, un abogado y un médico especializado decidieron presentarse en mi casa sin previo aviso.

Me contaron que me había contagiado de lo que fuese que tuviera Jeremy ahí dentro y tuve que firmar un documento de confidencialidad a regañadientes.

Me pusieron una inyección, pero no era una cura para aquello, solo evitaría que no propagase esa enfermedad por donde fuese que vaya.

Mi final sería como el de Jeremy.

Solo espero que cuando llegue ese día, dentro de mucho tiempo, aunque se quede conmigo hasta el final.

Antología: Historias no contadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora