El entrenamiento con Anne después de la hora de la comida es mucho más tranquilo que aquel al que fui sometida más temprano; sin embargo, me ha dejado exhausta igualmente. No sé por qué las meditaciones y la canalización de energía me drenan de la forma en la que lo hacen, pero el Oráculo parece disfrutarlas demasiado. Se siente como si recargara su fuerza y, de alguna manera, pese a que ahora estoy agotada, el Oráculo parece revitalizado. Como si toda esa actividad le hubiese renovado los ánimos.
Iskandar y yo avanzamos en silencio en dirección a mi habitación. La cena se servirá en alrededor de una hora, pero necesito una ducha, así que le he dicho que iré a tomarla para encontrarme con él a la hora de los alimentos.
Él se ha ofrecido a acompañarme hasta mi guarida, así que ahora estamos aquí, recorriendo los —poco a poco— familiares pasillos de la Casa Knight, acompañados de un silencio cómodo.
Estoy sumida en mis pensamientos, recapitulando lo que pasó en el entrenamiento del día de hoy, cuando siento como un brazo fuerte y firme se estira para detener mi andar distraído.
Parpadeo unas cuantas veces antes de mirar en dirección a Iskandar, quien tiene la vista fija en un punto frente a nosotros, el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada.
De inmediato, vuelco la atención hacia el lugar al que observa con tanta hostilidad y el corazón me da un vuelco cuando noto a los tres Guardianes que se encuentran afuera de mi habitación.
No se necesita ser un genio para saber que están esperándome.
—Señorita Black —dice uno de ellos, al notar nuestra presencia en el corredor—, el General Knight necesita de su presencia en su oficina inmediatamente.
Un puñado de piedras se me instala en el estómago, pero me las arreglo para mantener el gesto inexpresivo mientras asiento con lentitud.
Acto seguido, hago ademán de avanzar; sin embargo, siento como unos dedos cálidos me tocan la muñeca. Me toma unos segundos registrar que se trata de Iskandar, quien, sin despegar la vista de los Guardianes, me ha detenido con el gesto suave para evitar que siga avanzando. Entonces, con una tranquilidad muy impropia de ese gesto severo que esboza, dice:
—Voy contigo. —Uno de los Guardianes parece estar a punto de protestar, pero lo acalla diciendo—. No voy a dejar que vayas sola a la boca del lobo escoltada por estos tres.
Las miradas venenosas no se hacen esperar, pero a Iskandar no parecen importarle ya que, sin decir nada más, nos hace girar sobre nuestros pasos para avanzar en dirección a la oficina del General.
***
La oficina de Sylvester Knight es una habitación espaciosa, repleta de libreros llenos de textos que lucen, incluso, más antiguos que cualquier cosa que Leroy haya conseguido jamás en esos lugares de chácharas y baratijas que le encanta visitar. Los lomos gruesos de los libros que descansan sobre ellos lucen como si pudiesen deshacerse con tan solo tocarlos o maniobrarlos de forma brusca.
Al centro de todo, hay un enorme escritorio de madera. No sé absolutamente nada de acabados o tipos de madera, pero, en definitiva, luce como un mueble caro. Una pieza pesada y ostentosa que va acorde con la decoración opulenta de la estancia.
Todo en este lugar grita «poder adquisitivo». Dinero. Antigüedad. Linaje...
Y ahí, al centro de todo, se encuentra él.
El gran General Knight. El implacable Sylvester Knight: Líder de todos los Clanes de Guardianes, y dirigente máximo de las fuerzas Guardianas.
Es curioso cómo funciona esto del destino. Un día estás desayunando cereales con leche, sobre una destartalada silla en la vieja casa en la que creciste y, al otro, estás frente a uno de los hombres más importantes existentes en el mundo. Y no solo eso; además, estás acompañada de su hijo, dentro de su flamante oficina.
—Me dijeron que los vieron entrenando con Anne-Leigh, Olivia y Lorraine. —El hombre habla, luego de contemplarnos con aire severo durante una eternidad.
Ni Iskandar ni yo respondemos a su declaración.
¿Qué podemos decir? ¿Que es mentira? ¿Que está equivocado? Es evidente que él sabe a la perfección lo que estábamos haciendo. Tampoco es como si nos hubiésemos escondido para hacerlo.
El General Knight tiene una expresión severa gravada en el rostro. No se necesita ser un genio para darse cuenta de que está molesto, pero tampoco luce como si estuviese a punto de echársenos encima.
—Esa debilidad que tienen los Knight por ti no es saludable, Black —Sylvester continúa, y no me pasa desapercibida la forma en la que mira a su hijo de manera fugaz. Tampoco lo hace la forma en la que se refiere a la familia Knight como si no perteneciera a ella. Como si él mismo fuese una entidad aparte.
Otro silencio largo.
—¿Eso es todo? —inquiero, y casi quiero golpearme por lo retadora que sueno, pero me obligo a mantener el gesto inexpresivo cuando mi estúpida boca floja continúa—: Porque estoy cansada, hambrienta y necesito una ducha.
Un destello iracundo se apodera del rostro del General.
—Ten mucho cuidado, Black —dice, y el tono de su voz me pone la carne de gallina—. Ahora puedes sentirte protegida, pero las cosas pueden cambiar de un momento a otro.
Aprieto la mandíbula, pero me obligo a sostenerle la mirada.
—Entonces vaya al grano, que ya me cansé de que todo aquí sea críptico y secreto —replico, pese a que deseo estrellar la cara contra la pared para mantenerme callada de una buena vez.
El hombre me observa durante un largo momento.
—He hablado con los líderes —dice, al cabo de lo que se siente como una eternidad—. No están contentos en lo absoluto con la forma en la que se han desarrollado las cosas; pero todos entendemos y estamos de acuerdo en que no podemos prescindir de nuestra alianza. —No suena para nada contento con lo que está diciendo—. Desperdiciar habilidades como las tuyas es un lujo que no podemos darnos; así que, seguimos siendo aliados. Nuestro trato sigue en pie.
El alivio que siento es casi tan grande como las ganas que tengo de echarme a llorar. Con todo y eso, no me muevo. Ni siquiera respiro cuando él continúa:
—Sin embargo, me veo en la necesidad de decirte, Madeleine, que, si vuelve a ocurrir algo remotamente parecido a lo de la última vez, nuestro trato se acaba. —La severidad con la que dice aquello es tanta, que un escalofrío me recorre entera—. Es la última vez que vas en contra de lo que se te pide hacer. Y puedes tomar esto como un ultimátum.
Asiento con lentitud.
—Por supuesto —replico—. Acataré las órdenes siempre y cuando exista transparencia hacia conmigo. —No sé muy bien qué diablos estoy haciendo, pero no puedo permitir que las cosas entre este hombre y yo terminen de esta manera. Esto es una alianza. No está hablándole a uno de sus subordinados. Yo también tengo condiciones para que este trato siga en pie—. En el momento en el que me entere de que están ocultándome cosas, justo como lo estaban haciendo, la alianza se termina para mí y pueden dejar de contar conmigo para lo que sea que me necesiten.
Los ojos del General se oscurecen, pero no dice nada más. Solo asiente con lentitud, mientras sopesa lo que acabo de poner sobre la mesa.
Acto seguido, mira a su hijo.
—Aprovechando que estás aquí, Iskandar —dice, y suena más frío de lo que espero—. Te informo que también hemos tomado una decisión respecto a ti. —Hace una pequeña pausa—. Estás en periodo de prueba. Tu capitanía está en juego, así como tu nombramiento como Guardián de Élite. El comité evaluará tu comportamiento durante las próximas semanas para determinar si eres merecedor de tu nombramiento, tanto como Guardián de clase Élite, como de Capitán de brigada.