Alfonso Herrera
Cuando entré en las oficinas me extrañó ver la silla de la señorita Puente
vacía. Me acerqué a la mesa y comprobé que el ordenador estaba apagado.
Estiré la mano para dejar al descubierto mi reloj de muñeca y lo consulté.
¿Dónde diablos estaba? Llevaba más de quince minutos de retraso. Pese a sus
despistes y su rosario diario de desastres, había conseguido llegar puntual
todos los días. Menos aquel, al parecer.
Me pregunté si habría tenido el atrevimiento de dimitir después de la
discusión que habíamos tenido la tarde anterior. No podía. Aunque hubiera
renunciado a su trabajo, tenía que avisarme con quince días de antelación, no
podía irse de un día para otro. No, si quería evitar problemas.
Sin entrar en mi despacho, me di media vuelta y me fui a ver a Jerry.
—Buenos días, señor Herrera —me saludó Tessa, su secretaria, después
de carraspear nerviosamente para aclararse la garganta.
—Buenos días —dije—. ¿Ha llegado el señor Morgan? —le pregunté.
—Sí, señor.
Asentí y me dirigí a la puerta. Después de golpear con los nudillos el
cristal, entré.
Jerry estaba concentrado leyendo un dosier y tomando notas en una
libreta.
—¿Sabes algo de la señorita Puente? —le pregunté.
—¿Por qué tendría que saberlo? —me preguntó a su vez mientras
continuaba leyendo.
—Ayer hablaste con ella, ¿te comentó si tenía pensado renunciar? Mira
qué horas son y no ha venido.
—A lo mejor solo llega tarde —respondió Jerry sin mucho entusiasmo.
Supuse que seguía enfadado por el encontronazo del día anterior.
El sonido de mi teléfono móvil avisándome de una llamada interrumpió la
conversación. Me llevé la mano hasta el bolsillo del pantalón y lo saqué.
—Dígame...
—Señor Herrera, le llamo de Recursos Humanos —se presentó una voz
femenina—. He intentado ponerme en contacto con usted a través del
teléfono fijo de su despacho, pero no me lo ha cogido...
—¿Qué ocurre? —pregunté con impaciencia.
¿Definitivamente la señorita Puente se había atrevido a renunciar?
—Ha llamado la señorita Puente, está resfriada y no podrá venir hoy.
Ahí estaba el motivo de su ausencia. Un resfriado.
—Gracias.
Colgué la llamada y me guardé el móvil de nuevo en el pantalón. Jerry
continuaba con la cabeza inclinada hacia la mesa, trabajando
concentradamente en el dosier.
—Era de Recursos Humanos... La señorita Puente está resfriada y no
vendrá hoy —le informé.
—Me alegro de que no se deba a una renuncia —dijo Jerry, sin dejar de
mirar los papeles.
—Yo también —añadí. El despacho se quedó en silencio después de mi
afirmación. Di un paso hacia adelante—. Jerry, ¿te gusta esa chica? —le
pregunté directamente, sin andarme por las ramas.
Jerry dejó lo que estaba haciendo y por primera vez desde que había
entrado levantó el rostro hacia mí. En sus labios había una sonrisa de medio
lado.
—Alfonso, te dije ayer que no —contestó, jugueteando con el bolígrafo que
tenía en la mano—. No la defiendo porque me guste, la defiendo porque es
una tía muy válida. Joder, me cae bien. Me produce... No sé... —Alzó los
hombros—... ternura.
—Está bien, no te lo volveré a preguntar más veces —dije—. No quiero
discutir por la señorita Puente —añadí en tono conciliador.
—No discutimos por la señorita Puente, Alfonso. Discutimos por tu
empeño en no dar una oportunidad a las personas. Por tratar a todo el mundo
igual, por no hacer concesiones con nadie —dijo Jerry—. Ella no es un
directivo de una multinacional ni un tiburón de Wall Street con los que tan
acostumbrado estás a tratar. No es alguien a quien tengas que enfrentarte en
una licitación o en una sala de juntas. Es una niña que está empezando a
labrarse un futuro, que solo quiere que le den una oportunidad...
—Me conoces, Jerry. Sabes cómo soy... —traté de justificar mi
comportamiento.
—Sí, sé cómo eres. Te conozco muy bien. Pero lo que no sé es si eso es un
subterfugio en el que poder ampararte.
—Supongo que no —admití—. En el fondo soy tan terrible como la gente
dice a menudo que soy.
—Siempre hay posibilidad de cambiar, Alfonso. Las personas no somos
objetos invariables —dijo Jerry—. Solo hay que proponérselo.
—Yo no quiero cambiar —afirmé rotundo.
Me negaba a hacerlo.
Y eso es algo que tenía muy claro y a lo que me aferraba como si me fuera
la vida en ello. Era mi tabla de salvación. Lo que me mantenía a flote. Si la
gente pensaba que era un hombre implacable y despiadado, es porque lo era.
En eso me había convertido: en un hombre sin alma, sin corazón. No iban
desencaminados. Esa reputación es la que había ido construyendo
meticulosamente alrededor de mí. Durante años había ido tejiendo hilo a hilo
la tela de araña que mantuviera a la gente alejada de mí, que no les permitiera
acercarse lo suficiente para conocerme. Quería que siguieran creyendo lo que
creían. No iba a ser yo quien les dijera ni demostrara lo contrario. Me gustaba
que me respetaran, aunque ese respeto naciera del miedo.
—Te vas a perder muchas cosas —dijo Jerry.
—¿Cómo a la señorita Puente? —había una nota de burla en mi voz que
no me molesté en disimular.
En cambio, la voz de Jerry era seria.
—Por ejemplo —dijo.
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Cicatrices
Fanfiction(Aclaración: esta historia es una adaptación de una novela original. Todos los derechos quedan reservados a su autor original, así como la portada) Sinopsis: Anahí es una becaria que entra a trabajar en una prestigiosa empresa americana. Alfonso es...