Capítulo 5

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Llevaba unos meses que no salía a correr por la mañana, así que, aproveché que seguía en vacaciones para volver a coger la rutina. Aunque no tardé mucho en arrepentirme.

De pequeña había estado en multitud de deportes e incluso en atletismo e ir a correr por las mañanas era casi obligatorio, así que siempre lo hacía antes de ir al instituto, hasta que me cansé y me quedé únicamente en el conservatorio de baile, que era lo que realmente me gustaba.

Ahora, me costaba mucho levantarme de la cama tan temprano y encontrar el coraje suficiente para ponerme las zapatillas y salir.

Llevaba menos de una hora y ya estaba agotada, así que decidí volver a casa y darme una ducha.

—Buenos días ma— le dije a mi madre al salir de la ducha y encontrármela en el pasillo.

—¿Que hora es? —preguntó bostezando.

—Las nueve. —le dije, dándome cuenta que aún era demasiado pronto y quizás la había despertado con el ruido del agua.

—Que pronto. —comentó bostezando. —Voy a preparar el desayuno, despierta al hijo de Jimmy y bajad a desayunar.

Asentí lentamente y me dirigí hacia mi habitación.

Cuando entré, me encontré a Marco aún dormido y con el torso al descubierto, por lo que intuí que se había quitado la camiseta a lo largo de la noche ya que cuando se acostó la tenía puesta.

Su expresión era relajada y su pelo se encontraba arremolinado, estaba guapísimo. Me permití observarlo durante unos minutos, ya que esa mañana cuando me levanté casi con los ojos pegados, no tuve oportunidad de observarlo dormido y me encantaba verle así. Era adorable.

Di seis o siete vueltas por la habitación sin saber muy bien como despertarlo. Parecía una tontería, pero hasta eso me ponía de los nervios si se trataba de él.

Decidí acercarme lentamente y noté como mi pulso se iba acelerando. Apoyé las rodillas en el suelo y suspiré antes de tocarle con mi dedo índice en el hombro unas cuantas veces.

—Marco... —dije, al ver que los toques no eran suficientes.

—Mmmm... —gruñó. Y yo me mordí el labio para no sonreír mientras él se retorcía en la cama para darme la espalda.

—Marco, despierta. —dije algo más contundente, aunque seguía sin ser suficiente.

—¿Dani...? —dijo y mi emoción no cabía en mi cuerpo al ver que había pronunciado mi nombre sin estar aun despierto.

—Oye... despierta... —volví a intentarlo y por instinto, puse la mano en su pelo, acariciandolo.

—Así mejor. —se dio la vuelta y me miró fijamente a los ojos. —Buenos días. —sonrió.

Quité mi mano de su pelo de un resalto y él analizó mi rostro.

—Mi madre ha hecho un desayuno, me ha dicho que te despierte.

—¿Desde por la mañana dando órdenes, rubia? —dijo con una sonrisa.

Intenté no sonreír, eso no era lo que nos convenía. Ambos dejamos claro que esto se había terminado, así que decidí levantarme y ponerme a hacer mi cama. Marco me observaba en silencio sin moverse de la cama supletoria en la que había pasado la noche.

Lo miré de reojo se giró dándome la espalda de nuevo. Pensé en decirle que se levantase para bajar antes de que mi madre subiese y lo sacase de las orejas, pero no lo hice.

—¿Has vuelto con el? —me preguntó de repente.

Me quedé en blanco y me cambió la cara. ¿Realmente se creía que podría volver con Gonzalo? ¿Acaso no se daba cuenta de lo que sentía por él?

—Algo así . —mentí, haciéndome la digna.

—Y... ¿desde cuando? —preguntó sin girarse si quiera a mirarme.

Me pensé un poco qué respuesta darle.

—Eso no importa, teníamos algo pendiente y se ha resuelto. —dije al final.

—¿Follar? ¿Esa era tu cuenta pendiente con el? —dijo algo picado.

No entendía porqué esa necesidad de conocer todo de mi vida y de mis cosas e intimidades con Gonzalo. Parecía que me quería cuando no me podía tener.

—¿Te pone tanto como yo?

—¿Qué? —dije, roja como un tomate.

No me puedo creer que me estuviese haciendo ese tipo de preguntas.

—Es fácil, ¿te pone tanto como yo? Si o no

—No voy a responderte a eso, ¿porque me tienes que hacer estas preguntas ahora? —repliqué.

—Porque lo has hecho con el más veces que conmigo. —dijo, ¿dolido?

Era mi momento.

—Lo nuestro fue un error, nunca debería haber pasado. —solté.

Siempre quise que pasara, desde el primer momento en que le vi en el puñetero aparcamiento de la residencia. Desde que atropelló mi maleta y sacudió mis bragas. Desde que me vacilaba y me picaba. Desde que lo besé. Desde que me besó. Desde que lo vi.

Por todo eso necesitaba que reaccionara, me estaba hecho miles de preguntas sobre Gonzalo. Que si había vuelto con el, que si cuantas veces me había acostado con él, que si le quería, que si me ponía más que el. Todo eso era por algo, no podía preguntármelo si realmente le daba igual.

Estaba dispuesta a comprobarlo.

Se quedó callado por unos minutos, asumiendo lo que acababa de decir. Por un momento pensé que iba a decirme de todo pero no lo hizo. No se giró ni a mirarme cuando de repente soltó:

—A mi ella no me pone tanto como tú. —confesó, sin mirarme.

Mi pulso se detuvo. Otra cosa que decía que no me esperaba para nada. Escuchar que yo le ponía más que Johanna me hacía sentir bien, muy bien. Y aunque no quería, no podía evitar sentirme mal por el comentario que le había hecho y por mentirle con que había vuelto con Gonzalo.

—Esto... te acuerdas que te he dicho de Gonzalo... que he vuelto con el...

—Sí. —contestó, seco.

—Bueno... pues respecto a eso...

—Sí. —me interrumpió, sabiendo perfectamente cómo iba a acabar mi confesión.

Mi corazón se detuvo por un momento cuando él se giró en la cama y me agarró suavemente de la nuca, besándome sin pensarlo dos veces. Cerré los ojos y me pegué a él. Marco me agarró del pelo con un puño y me tumbó para ponerse encima de mi, en mi cama. Sus piernas chocaban con las mías. Sus caderas con las mías. Su torso con el mío. Sus labios con los míos...

Sin pensarlo, tomé la iniciativa. Tiré del borde de su camiseta, que se la había puesto, haciendo que él se separase un momento de mí para volver a quitársela de un tirón. Aproveché para hacer lo mismo, notando el aire frío en mi torso desnudo. Noté como se acercaba a mí de nuevo y volvió a besarme en los labios antes de empezar a bajar, y a bajar, y a bajar...

Cerré los ojos y agarré el cabecero de mi cama con fuerza, soltando todo el aire de mis pulmones y rezando porque nadie subiera a mi habitación.

Tenías que ser tú IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora