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Jimin estaba furioso.

Furioso era poco.

Acababa de llegar del trabajo cuando entró a su casa, percibiendo un olor que no era el suyo junto al perfume que usaba su esposo. Desde hace meses sabía que algo pasaba, algo andaba mal. Bueno, mal era un adjetivo que había estado presente en su matrimonio desde el primer momento, pero ahora que lo sabía, ese mal había pasado a peor.

Apresuró el paso para subir las escaleras, haciendo un ruido seco con la suela de sus zapatos de tacón a medida que pisoteaba el mármol bajo sus pies. Tenía la respiración acelerada y las manos hechas puño. Entonces llegó al pasillo de las habitaciones, sus fosas nasales se dilataron y sus ojos se volvieron amarillos. De un amarillo brillante que se asemejaba al ámbar.

Era tanta la impotencia que sentía que no podía evitarlo. Y para él era un privilegio tomar supresores o si no la rabia del momento adelantaría su celo.

Suspiró pesadamente y abrió la puerta de su cuarto con fuerza, encontrándose con la mirada sorprendida de su esposo, quien estaba sentado en la cama mientras lo miraba con curiosidad y algo parecido al temor en sus ojos miel.

Jimin se acercó con pasos pesados y no le quitó la mirada. Olfateó su alrededor y arrugó la nariz cuando encontró una pisca de fresas y dulce de leche en el aire. Apretó la mandíbula y echó la cabeza hacia atrás, tomando una bocanada de aire para no explotar en esos momentos.

El hombre se removió en la cama con inquietud. Tenía la camisa negra desarreglada y la corbata desecha. Se había quitado el saco de su traje, el cual normalmente usaba mientras trabajaba.

Jimin se pasó las manos por su cabellera rubia y suspiró profundamente, cerrando los ojos y deseando obtener respuestas con urgencia. Si no obtenía una explicación cuanto antes, juraba que le arrancaría las bolas de un mordisco a su esposo.

Finalmente, lo miró severo y se cruzó de brazos, alzando ligeramente la cabeza.

-Hanseol, ¿me puedes explicar que coño está pasando? -Apretó los labios y esperó ansiosamente una respuesta, pero el hombre siguió removiéndose en la cama sin decir una palabra. Tenía el rostro inexpresivo pero su ceño fruncido lo delataba -. Y ni se te ocurra mentirme porque sabes que soy capaz de muchas cosas.

Ni siquiera lo estaba mirando.

Movió la pierna, nervioso. Siempre era difícil para él sacarle las palabras a Han, quien no se detenía a mirarlo en ese momento.

Jimin se movió por la habitación, lentamente y reuniendo toda la paciencia que necesitaba para lidiar con la ineptitud de Park Hanseol. Porque sí, el rubio se había negado a recibir el apellido de Han, que en ese entonces era Kim. No soportaría cargar con su apellido, por eso había puesto resistencia hasta que él accedió sin quejas, bastante desesperado por casarse con Jimin.

Su zapato de gala pulido tocó algo. Frunció el ceño y agachó la mirada para encontrarse con una tela de encaje roja que definitivamente no era de él. Su corazón empezó a acelerarse a medida que se ponía de cuclillas para tomar la prenda y alzarla delante de sus ojos.

Era un brasier.

Hanseol abrió mucho los ojos y comenzó a negar con la cabeza. Se levantó rápidamente de la cama.

Jimin también negó con la cabeza, sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas con dolor. No le dolía la traición si no la mentira. Soportaba cualquier cosa menos el engaño, y aunque ya venía sospechándolo desde hace bastante tiempo, no quería verlo.

Tragó saliva y suspiró temblorosamente. Hanseol abrió la boca para hablar pero el rubio fue más rápido.

-¿Me puedes explicar que es esto? -Preguntó con la voz dura para camuflar el dolor que sentía. Había odiado decir la pregunta más trillada de la historia, pero su mente no pudo maquinar una mejor -. Y te repito, te juro que si descubro que me estás mintiendo, te mando a la mierda ya mismo.

DESTINOS ENLAZADOS | KOOKMIN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora