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Sam Smith— I'm not the only one
—¿Sigues sin saber qué harás? — preguntó Aksel, sentado frente a su escritorio. Tenía los codos recostados sobre la superficie. Su expresión estaba llena de seriedad.
—No puedo confiar en él, Aksel — murmuró.
Era el segundo día después de que Jessa apareció en su apartamento diciendo tonterías sobre querer que cooperara en su maldita operación secreta y mierda. Jude no estaba más preparado que en ese momento; no era capaz de tomar una decisión y eso lo estaba corroyendo por dentro.
Siempre se había jactado de tener una mano firme a la hora de tomar decisiones. Se jactaba de no temer a las consecuencias de esas decisiones, pero esta vez era diferente. Estaba muy inquieto, un sentimiento tan poco usual en él que no sabía cómo abordarlo. La duda lo hacía sentir muy enfermo, como si tuviera bichos vivos en el estómago que se estaban comiendo sus entrañas.
Por un lado, si decidía cooperar con el maldito resucitado, corría el riesgo de ser traicionado. Nada le aseguraba que Jessa no fuera un agente corrupto o que su placa fuera falsa y solo estuviera jugando al bueno justo para tenerlo comiendo de su mano y luego entregarlo a Lockley como un sacrificio.
No tenía manera de averiguar si estaba diciendo la verdad. No podía solo ir a la policía y preguntar por él, porque si de verdad era un agente del FBI que estaba de encubierto, podría tumbarle la tapadera y hacer que Lockley lo matara. Y está bien, estaba furioso con él, tal vez lo odiaba un poco por aparecer de repente y poner su vida de cabeza, como si no fuera lo bastante caótica, pero eso no quería decir que lo quisiera muerto.
No realmente.
Y luego estaba la otra posibilidad, esa en la que no quería pensar demasiado, pero que de igual manera no podía evitar. ¿Y si rechazaba la oferta de Jessa? ¿Y si decía que no y entonces Evgeny, Seong-Jin e incluso Rick salían lastimados? El solo pensamiento llenaba su pecho de una pesadez que hacía un poco más difícil respirar. Joder.
Por una vez quería tomar la decisión correcta y no tener que lidiar con consecuencias desagradables, el problema es que no tenía la menor idea de cuál era ese camino sin complicaciones. Tal vez ni siquiera existía. A esas alturas parecía imposible.
—¿Qué harías en mi lugar?— preguntó a su ruso vicepresidente.
Era tan poco usual pedirle opinión sobre temas personales, que Aksel no pudo evitar quedarse con la boca abierta por un momento antes de recomponer su expresión de nuevo. Se frotó la mano en la mejilla con gesto pensativo.
