Capítulo 4

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Recomendación musical: "Skinny love", Birdy.

Capítulo 4:

Día 10.

Después de la cena Malfoy se había levantado de la mesa y dirigido al cuarto de invitados intentando no apoyar el pie izquierdo en el suelo. Hermione se había quedado sentada a la mesa frente a los platos sucios. Debería haber supuesto que no iba a ayudarle a limpiarlos... pero ella no estaba dispuesta a convertirse en su criada. Demasiado duro era ya pasar por todo eso como para que viniera alguien a ponerle más presión encima. No iba a permitirlo.
Finalmente, Hermione se levantó y también subió las escaleras. Entró en su habitación y, aunque se había prometido no hacerlo, cerró la puerta tras ella con fuerza sólo para que él escuchara el portazo. No quería enfrentar la realidad de tener que verle la cara todos los días a partir de ahora. No tenía ganas de aguantar sus tonterías ni de escuchar sus comentarios.
Secándose la última lágrima de irritación que había caído por su rostro, Hermione se metió en la cama y se tapó hasta arriba con las mantas.

Eran las once de la mañana, pero Hermione no tenía ganas de levantarse. La llegada del insolente Slytherin la había enfadado sobremanera. ¿Por qué el destino era tan cruel de dejarla literalmente sola en el mundo con él? ¿Es que no había otra maldita persona donde elegir?

A pesar de que la noche anterior había estado movidita y de que ninguno había dormido bien, llevaba tiempo oyendo a Malfoy caminar de un lado a otro del pasillo. De vez en cuando resoplaba, otras veces refunfuñaba... y ella terminó levantándose para no escucharlo más.
Abrió la puerta y se quedó plantada en el umbral.

—¿Qué quieres? —espetó ella.

—Tengo hambre —respondió.

—Prepárate el desayuno tú mismo.

—Lo he intentado —dijo él, algo molesto—. No entiendo los aparatos muggles.

Hermione cambió el peso de su cuerpo a la otra pierna y se cruzó de brazos.

—Si yo cocino tú limpias los platos sucios —ofreció.

La expresión del rubio se tornó desconcertada, como si le hubiera pedido que se pusiera a hacer el más duro de los trabajos.

—Nunca antes he limpiado un plato —dijo con toda la dignidad que le caracterizaba.

—Tienes tu maldita varita —le recordó ella—. Puedes limpiar la casa entera en unos segundos sin tocar un trapo —él sopesó aquello un momento y al final pareció de acuerdo con su planteamiento. Ella lo vio darse la vuelta y empezar a bajar las escaleras sin apoyar su "malherido" pie en el suelo—. ¿Sabes una cosa? El corte que te hiciste anoche era superficial. No vas a quedarte cojo.

—Fue tu culpa que me lastimara —le recriminó.

—No deberías haber andado descalzo por la casa —dijo ella, encogiéndose de hombros y siguiéndole hasta la cocina.

Hermione se percató de que Malfoy se había vestido cuando se sacó la varita del bolsillo de su túnica y, con un ligero movimiento de muñeca, hizo volar los platos sucios de la noche anterior hasta el fregadero, donde inmediatamente se pusieron a limpiarse solos. Ella puso café en polvo en la cafetera y esperó a que se hiciera mientras preparaba unos huevos revueltos para ambos.

Draco bostezó a su espalda.

—¿Por qué no volviste a por tu varita? —Hermione agarró el mango de la sartén con más fuerza—. Prepararías el desayuno mucho más rápido y no me tendrías esperando una eternidad.

No respondió. En su lugar siguió dándole vueltas a la comida para evitar que se pegase al teflón. Lo cierto era que se sentía algo indefensa sin su varita, pero era perfectamente capaz de vivir sin magia en una casa muggle y eso le ahorraba el mal trago de volver al castillo, donde estaba segura que reviviría momentos con personas que le harían derrumbarse del todo. No estaba preparada para volver allí, y dudaba seriamente que lo estuviera algún día.

Just the two of usWhere stories live. Discover now