El búho de Valaquia

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Seguro que se os hace conocida la historia de Drácula y el hombre en la que está basada, Vlad Tepes. Pero él nunca fue el verdadero hombre detrás de la historia, sino su primo segundo también llamado Vlad. Y esta es la que hoy os voy a contar.

Era el año 1441 y el pequeño Vlad era uno de los niños más enfermizos que había en la familia Dracul. Su padre, quién tenía grandes ansías de poder, se avergonzaba de él. Siempre le reprochaba el haber nacido débil. Su madre le decía que no era su culpa, y llevaba a los hijos de los criados para que jugaran con él mientras su padre seguía con sus planes de grandeza.

Sólo había una manera de hacer que su hijo fuera más fuerte, y era a través de algún ritual que sólo un tipo concreto de sacerdote podía realizar. No sé muy bien si llamarlo sacerdote es lo correcto, era más un practicante de artes oscuras. Artes muy oscuras.

En la misma mazmorra de su castillo montaron el altar para el ritual. Un círculo con un pentagrama dibujado con sangre de jóvenes vírgenes sacrificadas para la ocasión, rodeados de velas negras y rojas, y tres pequeños banquillos, preparados para aquello que venía. Pero dicho ritual debía ser realizado en un momento muy concreto, y para eso el pequeño Vlad debía ser vigilado día y noche.

Vlad enfermó de la noche a la mañana. Al ser tan débil, los médicos no le daban más de un día de vida, así que su padre vio el momento perfecto para realizar su ritual. Requería tres almas puras y un alma fuertemente ligada a la del objetivo del ritual, y debían ser sacrificados al mismo tiempo que el objetivo moría. El padre de Vlad se llevó a su esposa y a los tres amigos de su hijo a las mazmorras, y ordenó a sus hombres que les degollaran cuando escucharan la primera campana de la iglesia más cercana al llegar la medianoche. Él se fue a la habitación de su hijo, ignorando los llantos y las súplicas de los pequeños y su esposa, y se dispuso a degollarle él mismo. Así lo hizo cuando escuchó el sonido indicado, sin saber que el pequeño Vlad hubiera muerto con la segunda campanada de la medianoche igualmente.

Al día siguiente, cuando el pequeño Vlad se despertó, se sintió con fuerzas para salir de su cama e ir a buscar a sus amigos. Les buscó a ellos y a su madre por todo el castillo, que estaba extrañamente oscuro. Les preguntó a los sirvientes si les había visto, pero todos respondieron que no, que habían desaparecido durante la noche. Los soldados de su padre le ignoraban, así que fue directamente a buscarle a él. Le lanzó una de sus frases despectivas a su hijo, diciéndole que ya no debería preocuparse más por esas "débiles y molestas personas". El pequeño Vlad empujó a su padre con una fuerza sobrehumana y salió del castillo corriendo, abriendo las pesadas puertas con sus manos, sintiendo como su piel se fundía bajo el sol.

La sombra de los árboles del bosque le protegió. Gran parte de su piel estaba quemada, y tenía sed. Mucha sed. Se adentró en el bosque, buscando algo que pudiera apagar esa sed. Encontró un riachuelo, pero no le sació. Entonces divisó una cierva agonizando, con su cría recién nacida al lado. Se acercó a ella con sumo cuidado, viendo claramente la sangre circulando por sus venas. No dudó en morderle el cuello, bebiéndose su sangre, mientras su pequeño se alimentaba de la poca leche que había producido. Cuando su sed fue calmada, miró al cervatillo y, usando una piedra afilada, le dió de beber parte de su sangre. Sabía que no sobreviviría si le dejaba allí.

Los hombres de su padre les encontraron al anochecer y se los llevaron a ambos lejos, al castillo del primo de su padre, dónde vivía su primo segundo Vlad. Mismo nombre, mismo aspecto, sólo que uno de ellos no podía estar bajo el sol. Lo usaron de doble para su primo, aunque a este no le gustara. No iba a ningún lado sin él, aunque debía ir siempre bajo protección solar de algún tipo.

Ese trato no duró mucho. A su primo Vlad no le hacía ninguna gracia su presencia, así que decidió hacerle la vida imposible. Hacía todo lo posible para ponerle bajo el sol, haciendo que se quemara y, cuando ambos llegaron a la adolescencia, le encerró en una jaula, dónde no le daba nada de comer. Se había fijado en qué apenas comía nada, así que decidió no dársela mientras le torturaba. Se encargó de ahuyentar al ciervo que les seguía a todas partes, aunque este siempre volvía.

Las cosas empeoraron cuando su primo le descubrió alimentándose de una rata. Había escuchado de esa magia oscura y la quería para él, así que empezó hacerle cortes en los brazos para chuparle la sangre. Eso le daba una fuerza y una energía sobrehumanas, e incluso poderes especiales. Pero esos poderes duraban cada vez menos, así que se lo llevaba con él en una jaula a sus batallas. Llegó un momento en el que ya ni le cortaba, sino que le mordía para conseguir ese ansiado poder destructor que le hacía enloquecer. Así empezó la leyenda de Vlad Tepes, el Empalador. Pero no estamos aquí por él.

El búho era el nombre con el que se referían al otro Vlad. Siempre encerrado, sólo se le veía por la noche deambulando por el palacio. Abría los barrotes de sus celdas y jaulas con su fuerza y salía a buscar algo con lo que alimentarse. Cada vez se sentía más débil y lo único que le hacía recuperar su fuerza era alimentarse de su amigo ciervo, al que daba sangre de vez en cuando. Este no se había vuelto loco como su primo, y gozaba de una vida bastante larga para un ciervo. La vejez aún no había hecho mella en su cuerpo, y era más grande de lo que debía.

Vlad Tepes murió por sus heridas en mitad de una batalla. O eso dicen. Vlad el Búho estaba allí y asegura que fue la locura la que le mató. Teniendo una herida mortal, no quiso que nadie le curara y le reclamaba más sangre a su primo. Sangre para recuperarse. Ni siquiera tenía fuerzas para amenazarle cuando se lo pidió. El Búho se bebió toda su sangre cuando exhaló, hasta la última gota, recuperando así todo lo que él le había robado todos esos años. Ató su cadáver a un caballo y le lanzó contra las tropas enemigas antes de irse bajo el crepúsculo. Los maltratos de su primo le habían hecho tener algo de resistencia al sol. Se reunió con su cérvido amigo y desapareció en el bosque.

– Y, dime, ¿cómo estás tan seguro de que esa es la verdadera historia?

– Porque yo soy aquel que se bebió la sangre del Empalador. Yo soy Vlad el Búho, Lucifer.

– Ya decía yo que tu rostro se me hacía conocido. Pero tus ojos son mucho más amables.

– Lo sé. Solían decírmelo.

El búho de ValaquiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora