Verla así, tan débil, rota y triste, fue lo que me partió el alma. No sé en qué momento ni cómo pasó. Me encontraba dormido, pero la escuché entrar y sollozar. Desde ahí, supe que algo había pasado. En el rincón de esa puerta de aluminio blanca y la pared de color amarillo claro se resguardó. En su mano, llevaba una cobija y la apretaba como si fuese lo último que tendría durante el resto de su vida. Su apariencia quizá no era la mejor, estaba un poco despeinada y a medio vestir; se suponía que iba a dormir.
—¿Qué le pasa? ¿Está bien? —pregunté, pero no obtuve respuesta. Ella continuaba llorando.
—Por favor, respóndame, ¿qué sucedió? —insistí.
—Nada de lo que te debas preocupar, son problemas míos —respondió con la voz entrecortada—. Ve y descansa, no importa lo que pase conmigo.
—No, no, no, ¿cómo que no importa? —En medio de la oscuridad que yacía en la habitación, la abracé tan fuerte para que no se sintiera sola—. ¿Qué pasó?
—Ve y descansa, no importa lo que pase conmigo —repitió nuevamente.
Fuera de la habitación, una luz blanca se prendió; alguien había encendido la luz del baño. Casi sin fuerzas y esperanzada a que algo cambiara, lo dijo:
—Ya estoy cansada, no soporto tantas humillaciones, la monotonía me tiene cansada —sollozó—. Desde pequeña he aguantado malos tratos, personas que no me quieren ver. Que cuando diga algo, ya sea bueno o malo, siempre se tome a mal.
—Por favor, cálmese. —A partir de ese momento, sentí cómo mis ojos se cristalizaban y dos lágrimas en cada ojo salieron y recorrieron mis mejillas. Sentí como si me hubieran apuñalado por la espalda. Verla destruida en mis brazos, siendo tan pequeña y diciendo aquellas palabras, fue lo que más me dolió.
Yo ya lo veía venir, pero no tan pronto. Consumida en su tristeza y cansancio, agregó algo más.
—Ojalá esté muerta mañana, para ver qué hará sin mí —seguía llorando—. Ojalá no vuelva a abrir mis ojos, porque yo ya no aguanto un minuto más. Dios mío, todas estas pruebas que me has puesto en el camino ya no las aguanto. ¡Llévame contigo, aquí en la tierra no tengo nada más que hacer!
—¡No diga eso, por favor! Usted tiene muchas cosas por delante, y si Dios no le ha dicho que se vaya con él es por algo —la abracé más fuerte, me dolía, y mucho.
—¡No, no, no, no! —renegaba—. Llevo años sufriendo en lo mismo, no aguanto más. La forma en la que me mira, me trata, me tiene cansada. ¡Ojalá esté muerta!
—¡No diga eso, por favor! —grité—. Si Dios la ha mantenido en pie, es porque aún no es momento de decir adiós.
—Mi amor, ya les he dicho y les he intentado mostrar que estoy cansada. Deben prepararse para cuando me vaya. —La manera en que decía aquello era indescriptible. Se sentía su dolor como si de una estaca en la espalda se tratase.
La luz seguía encendida, y la persona que estaba del otro lado de la puerta parecía no existir. Ni una palabra se escuchaba de ella, parecía que no tuviera remordimiento de conciencia. Yo sabía que esto iba a pasar. Ha llegado un punto en mi corto tiempo de vida en el que me he dado cuenta que el verdadero "amor de familia" es una completa mentira. Todas las veces en las que se juraron amarse se convirtieron en su peor pesadilla.
—Venga, levántese conmigo, usted puede —intenté levantarla, pero fue en vano; no tenía fuerza.
—No quiero, ya estoy cansada. Todo lo que he estado haciendo últimamente es por amor a ti, pero ya estoy harta —su voz quebrantada retumbaba en la casa a la medianoche—. Tú has sido mi pilar, pero ahora soy un ángel con las alas rotas. Hasta aquí he llegado, debes continuar tu camino solo. No pienses en mí.
—¡No, por favor, no diga eso! Usted va a seguir aquí, conmigo. Todo lo que yo hago es por usted, no sabe cuánto le agradezco todo lo que me ha enseñado, pero por favor, no diga que se quiere morir —la miré a los ojos a pesar de la oscuridad—. No pierda esta batalla, yo quiero seguir adelante con usted.
Me encontraba paniqueado en ese cuarto. Después de minutos intentando calmarla, hicimos juntos un ejercicio de meditación. Gracias a Dios, logré calmarla y que se levantara. La acosté en la cama, luego de que tomara agua de un vaso y el abanico se prendiera. Entre mis piernas tenía su cabeza; su cara estaba roja y sus ojos demasiado hinchados por tanto llorar. Las pestañas negras y su mirada, que antes irradiaba felicidad, no eran las mismas.
A través de una oración, me acerqué a Dios y le pedí que por favor la ilumine, no la haga perder la batalla y la ayude a sanar cada herida que tenga en su corazón. Y así como lo haga con ella, que por favor, también lo haga con quien la lastimó. "Por favor, ayuda a mejorar para que no se quede sin nadie. Tú eres el único que da entendimiento y nos guía en nuestro día a día. Sana cada herida que ambos tengan, para que así, por fin, sean felices. Amén."
Al día siguiente, el ambiente era extraño. Cada quien estaba en su mundo e intentaba distraerse. Sin embargo, se sentía la tristeza. El ciclo de suponer que nada había sucedido se repetía. Pero, hay un dicho que dice: "El malo de la historia siempre será el lobo, porque solamente se cuenta lo que dijo Caperucita, ¿y la versión del lobo?"
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Galaxia
RandomLa escritura trasciende más allá de la simple plasmación de pensamientos; es la manifestación de vivencias que han dejado huella, un viaje a través de mundos entrelazados. Cada historia, poema, novela, microrrelato y demás obra literaria es como un...