CAPITULO 17: A TU MERCED

94 7 0
                                    

Narra T/n:

Incapaz de controlarme, susurré:

—Es culpa tuya que él lo hiciera. Todo esto es culpa tuya. No eres mejor que él. — Me sentó bien decir esas palabras. Sentí que tenía que haberlas dicho antes.

Una gota de sudor se escurrió por el lateral de mi cuello. Su lento avance por mi clavícula, a través de mi pecho, y por el interior del hueco de mis pechos, sirvió para acordarme de mi cuerpo. Mi débil y frágil cuerpo.

Suspiró profundamente y dejó escapar una lenta exhalación. Temblé, incapaz de discernir si el suspiro significaba que se había calmado, o que estaba a punto de abofetearme hasta dejarme inconsciente.

Su voz, escasamente revestida de cortesía, llenó mi cabeza.

—Yo vigilaría lo que me dices, mascota. Hay un mundo de diferencia entre él y yo. Una cosa que creo que aprenderás a apreciar, a pesar de ti misma. Pero no te equivoques; todavía soy capaz de cosas que no puedes imaginar. Provócame otra vez y te lo demostraré. —Me soltó.

Me dejé caer sin pensar, de nuevo a cuatro patas, una vez más mirando fijamente sus zapatos. Estaba segura de que colapsaría si intentaba imaginarme todas las cosas que yo no era capaz de imaginar, porque podía imaginarme algunas cosas bastante horribles. De hecho, me imaginaba algunas de esas cosas horribles cuando su voz interrumpió mis pensamientos.

—Tu vida entera va a cambiar. Deberías intentar aceptarlo, porque no hay forma posible de evitarlo. Te guste o no, luches o no, tu vieja vida se ha acabado. Se acabó mucho antes de que despertaras aquí.

No había palabras, no para mí, no aquí. Esto era una locura. Había despertado con sudor y con miedo a esto, a esta oscuridad. Miedo, dolor, hambre, este hombre — devorándome. Quería poner mi cabeza encima de las puntas de sus zapatos. Para pararlo. Las palabras suspendidas en el aire como el globo de diálogo de una viñeta todavía colgando de sus labios. ¿Cuánto tiempo antes? ¿Antes de aquel día en la calle?

Pensé en mi madre otra vez. Estaba lejos de ser perfecta, pero la quería más de lo que quería a nadie. Él me decía que nunca más la vería de nuevo, que nunca más vería a ninguno de los que quería. Tenía que haber esperado ese tipo de palabras.

Cada villano tiene un discurso parecido: «No intentes escapar, es imposible», pero hasta entonces no me había dado cuenta lo verdaderamente aterradoras que eran esas palabras.

Y me miraba desde arriba, como si fuera un dios que hubiera hecho pedazos el sol, sin importarle mi devastación.

—Dirígete a mí como Amo. Cada vez que lo olvides, me veré forzado a recordártelo. Así que puedes elegir obedecer o elegir ser castigada. Depende enteramente de ti.

Levanté la cabeza rápidamente y mis estupefactos, horrorizados y cabreados ojos se encontraron con los suyos. No iba a llamarle Amo. De. Ninguna. Jodida. Manera. Estaba segura de que él podía ver la determinación en mis ojos. El desafío tácito en ellos que gritaba: «Intenta obligarme, imbécil. Tan sólo inténtalo».

Levantó una ceja, y sus ojos respondieron: «Con gran placer, mascota. Tan sólo dame una razón». Mejor que arriesgarme a una pelea que no me sería posible ganar, volví a bajar mis ojos al suelo. Iba a salir de allí. Sólo tenía que ser lista.

—¿Lo has entendido? —dijo con aire de suficiencia.

Sí, Amo. Las palabras siguieron sin ser dichas, su ausencia debidamente advertida.

—¿Lo. Has... —se inclinó hacia delante—... Enten. Dido? —Dibujó cada palabra como si estuviera hablando con un niño, o con alguien que no entendiera el español.

Mi lengua empujó contra mis dientes. Fijé la mirada en sus piernas, incapaz de responderle, incapaz de enfrentarme a él. Un nudo empezó a formarse en mi garganta y tragué saliva fuerte para bajarlo, pero las lágrimas finalmente llegaron. No eran lágrimas de dolor o de miedo, sino de frustración.

—Muy bien, entonces supongo que no estás hambrienta. Pero yo lo estoy.

Con la mención de la comida mi boca se llenó de saliva otra vez. El olor de la comida retorció mi estómago con nudos apretados. Mientras él partía pedazos de pan, mis uñas escarbaron en la fina alfombra donde mis lágrimas ahora caían. ¿Qué quería de mí que no podría simplemente tomar? Gimoteé, intentando no sollozar. Me tocó otra vez, acariciando la parte de atrás de mi cabeza.

—Mírame.

Me sequé las lágrimas de la cara y levanté la vista hacia él. Se sentó de nuevo en su silla, con la cabeza ladeada. Parecía estar considerando algo. Esperaba que, lo que quiera que fuera, eso no me causara más humillación, pero lo dudaba. Tomó un pedazo de carne de su plato y despacio se lo metió en la boca, todo ello mientras me miraba a la cara. Cada lágrima que salía de mi ojo, yo rápidamente la secaba con el dorso de la mano. A continuación, tomó un pedazo de ternera troceada. Tragué saliva. Se inclinó hacia delante y llevó el bocado de olor delicioso hacia mis labios. Con un casi descarado alivio abrí la boca, pero me lo arrebató.

Me lo ofreció otra vez. Y otra. Cada vez gateaba avanzando más y más cerca, hasta que me quedé atrapada entre sus piernas, mis manos a cada lado de su cuerpo. De repente levanté mis brazos alrededor de su mano y envolví con mi boca sus dedos para quitarle la comida. Oh, Dios mío, qué bueno.

Sus dedos eran gruesos y salados contra mi lengua, pero conseguí arrancar la carne de entre ellos. Se movió rápido, sus dedos encontraron mi lengua y la pellizcaron con crueldad mientras su otra mano se clavaba a los lados de mi cuello. Se retorció, haciéndome abrir la boca estupefacta mientras el dolor bajaba en cascada por mi garganta. La comida cayó desde mis labios al suelo y grité entre sus dedos por la perdida. Me soltó la lengua, y sus manos recuperaron el control a los lados de mi cabeza mientras las retiraba hacia la suya.

—He sido demasiado amable y vas a aprender lo cortés que he sido. Eres muy orgullosa y mimada y voy a sacártelo a golpes doblemente.

Entonces se puso en pie con suficiente fuerza como para empujarme de espaldas contra el suelo. Salió de la habitación y cerró la puerta. Esta vez oí la cerradura.

Detrás de mí, la comida me llamaba.

Entre Maldiciones y Magia || Nanami Kento x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora