Tras unos instantes de silencio, comprendió que el arrepentimiento no le serviría de nada; debía completar el objetivo del ritual para regresar a la soledad de las tinieblas, su refugio donde el sufrimiento se entrelazaba con la paz.
—Necesito un arma —declaró con firmeza a la niña.
—Hmm, en mi hogar nunca hubo armas, de lo contrario, ya las habría encontrado —respondió Catherine con un tono de orgullo, recordando las veces que había explorado cada rincón en busca de su hermano durante sus juegos de escondidas.
—Cualquier cosa servirá, no llegaré lejos solo con mi daga. —murmuró la soledad, extrayendo un pequeño cuchillo arrojadizo de su cinturón y examinándolo con una mirada llena de cautela.
—Pues... en la cocina había cuchillos grandes.
—Eso bastará.
Catherine tomó la delantera, guiándolo hacia su morada. Mientras avanzaban, el panorama del pueblo bañado en carmesí se desplegaba ante ellos: locura y destrucción reinaban sin control. Sin embargo, con la curiosidad propia de su edad, Catherine preguntó con inocencia: —Y... ¿Cómo te llamas?
—Ya te lo he dicho. —replicó él, con un tono que cortaba el aire como un cuchillo.
—Hm, no lo recuerdo.
—Soy el demonio de la soledad y la melancolía, el rey de lo que fue dejado atrás.
Un manto de confusión cubrió a Catherine, quien tras una pausa, cuestionó: —Es un título muy largo, ¿no tienes un nombre más... simple?
—Soy un monarca olvidado, mi nombre se disipó en el vacío de las tinieblas.
—¿Cómo alguien olvida su propio nombre?
—No olvidado, perdido. —corrigió con firmeza.
—¿Y cómo se te pierde tu nombre?
—Ya acabé de hablar contigo —sentenció, poniendo fin a la conversación.
El resto del camino transcurrió en un silencio que solo era interrumpido por el eco de sus pasos, hasta que finalmente llegaron a la casa. Catherine lo condujo a la cocina y abrió la gaveta donde reposaban los cuchillos.
La soledad apartó a la niña y, hurgando en la gaveta, encontró un cuchillo de carnicero de tamaño considerable. Al tomarlo en sus manos, susurros etéreos llenaron el aire, emanando del acero. El demonio comenzó a entonar palabras en un dialecto arcano, incomprensible para Catherine pero extrañamente familiar. Con un movimiento de su mano sobre la hoja, una bruma oscura envolvió el cuchillo, transformándolo en un khopesh, la ancestral arma egipcia que había descubierto tras dar muerte a un faraón.
—Wow —fue lo único que Catherine pudo articular, impresionada.
—Es hora de partir —dictaminó la soledad.
Antes de abandonar lo que una vez fue su hogar, Catherine lanzó una última mirada alrededor, una mirada que destilaba una tristeza abismal. Tomó conciencia de todo lo que había perdido, de que lo que una vez tuvo ya no existía. Sabía que no podía quedarse, que debía dejarlo todo atrás. La ausencia pesaba en su pecho.
El demonio, por su parte, sentía cómo la oscuridad se agitaba en su interior, cómo se llenaba de una energía que no había experimentado en milenios. La pureza del sufrimiento humano, tan intensa como las emociones de un niño, era un placer macabro al que podría acostumbrarse.
Mientras la niña contemplaba la ruina, con una mano sobre su corazón y las lágrimas a punto de desbordar, el demonio se dirigía hacia una de las paredes derruidas para salir al exterior. Antes de dar el paso definitivo, advirtió:
—Te matarán a ti también si te quedas.
Detestaba la idea de estar acompañado por una niña; sabía que sería un estorbo. Pero en un mundo desprovisto de esperanzas, no había refugio seguro para una criatura tan delicada. Además, la tristeza y desolación que emanaban de Catherine harían el viaje más llevadero.
Con la mirada gacha pero con más fortaleza de la que cabría esperar en una niña, Catherine salió de la casa siguiendo al demonio. Dispuestos a enfrentar lo que sea con tal de cumplir su propósito, el demonio de la soledad junto con Catherine emprendieron su viaje hacia lo desconocido.
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Against Myself
Mystery / ThrillerEn las sombras que anticipan el ocaso de la humanidad, "Against Myself" desvela la mística historia de Cassiel, renombrado por su invocadora, el demonio de la soledad y la melancolía, en el ajedrez infernal de reyes afligidos. Abaddon, el autoprocla...