Emilio y yo habíamos construido desde el colegio una amistad a prueba de
embates. Fue un juramento sin palabras, sin pactos de sangre ni promesas de
borrachera. Fue simplemente una siembra mutua de cariño de la que
cosecharíamos una amistad para toda la vida. Yo había encontrado en él la parte
valiente que yo no poseía, no había en mí el tipo que no lo pensara dos veces
para zambullirse en la incertidumbre y ése era precisamente Emilio. Y creo que él
encontró en mí al cobarde que no existía en él, pero que le hacía falta para pensar
dos veces antes el riesgo. Por esos años, yo además de quererlo lo admiraba.
Emilio conseguía las mujeres, la plata, el trago, las emociones de la vida. Lo veía
moverse libremente, sin escollos morales, sin culpa, saboreándose cada día como
un regalo. Yo, en cambio, trataba angustiosamente de hacerle frente a ese modo
de vida que era imperativo en los jóvenes. Pero a escondidas, y muy a solas, me
embarcaba en lecturas y pensamientos existencialistas que chocaban con mi
mundo de la calle, con los planes de Emilio, y después, de una manera muy
fuerte, con las normas sociales. Fue entonces cuando encontré en Emilio, además
del amigo, mi fortín para la irreverencia. Y ni que decir cuando la encontré a ella,
nuestro escándalo mayor, nuestra Rosario Tijeras.
Hoy ya no admiro a Emilio pero todavía lo quiero. Aunque no ha pasado mucho
tiempo desde entonces, las circunstancias sacaron a relucir de nuestros adentros
lo que verdaderamente éramos, lo que va saliendo con el paso de los años y
permite a unos llegar más lejos que a otros. Sin embargo, creo que mi cariño por
él no hubiera sobrevivido si no fuera por todos los recuerdos de nuestra
inmersión en la vida. Los años por el colegio, nuestro desquite con los curas, la
primera vez en cine para mayores, la primera revista porno, nuestro sexo con la
mano, las primeras novias, la primera vez, los secretos entre amigos, la primera
borrachera, las tardes de terraza en que no hacíamos nada, sino hablar de
música, fútbol y cosas por el estilo; la primera traba cagados de la risa y
comiendo buñuelos, la finquita que alquilamos en Santa Elena para fumar y
beber tranquilos, para llevar mujeres y amanecer con ellas, esa misma casita
donde Emilio pasó su primera noche con Rosario y yo después y también con
ella, la única.
Fue ella la que nos desaferró de esa adolescencia que ya jóvenes nos resistíamos
a abandonar. Fue ella la que nos metió en el mundo, la que nos partió el camino
en dos, la que nos mostró que la vida era diferente al paisaje que nos habían
pintado. Fue Rosario Tijeras la que me hizo sentir lo máximo que puede latir un
corazón y me hizo ver mis despechos anteriores como simples chistes de señoras,
ESTÁS LEYENDO
Rosario tijera
RandomOración al Santo Juez Si ojos tienen que no me vean,si manos tienen que no me agarren, si pies tienen que no me alcancen,no permitas que me sorprendan por la espalda, no permitas que mi muerte sea violenta,no permitas que mi sangre se derrame, Tú qu...