A nadie le importaba que hubieran pasado cientos de años. En los recovecos oscuros, gélidos y nauseabundos de aquel peligroso pueblo, todavía se podía escuchar el pecado ruin de lo que fue la Guerra del Frío; aquel rubor intenso que se colaba como el humo negro por las grietas de cada hogar en Zurea, atormentando a todos sus ciudadanos con la consecuencia.
Era el origen, el punto cero de aquel odio consagrado, aquella rabia que todos tenían incrustada como marcas de metal ardiente en la piel, como esporas. Eran las motas que respiraban y al mismo tiempo exhalaban al despotricar barbaridades intoxicadas. Un odio que renace, que se reencarna y evoluciona, un odio con personalidad y veneno dulce, el más nocivo y complicado de evaporar. Aquella guerra bautizó, meció y protegió la sangre y el instinto que llevaba a lobos puros y a mitad-lobos a mantener la batalla en vida.
Fue un descaro, un desliz que unos fueran los creadores de los otros. Superiores por naturaleza, la raza aria presentaba cualidades contra las que ningún mitad-lobo podría competir jamás. Eran puros, genéticamente y entre su manada. Eran lobos, lobos que transformados podrían despellejar la piel de cualquiera, con dientes afilados y garras de aguja. Lobos que sentían, que protegían y mostraban fidelidad, lealtad. Lobos que cometieron la aberración de amar a humanos, y crearon con ello a los mitad-lobos.
Los humanos nunca estuvieron preparados para las altas temperaturas, para una guerra bautizada por sus heladas y los demonios que dejó en la tierra. La hambruna, el frío interiorizado y el egoísmo de sus necesidades provocó que se extinguieran, que se borraran de un plumazo de la faz de la humanidad, como si jamás hubieran estado programados a evolucionar. Sus creaciones permanecieron, debido a la parte de ADN que no les pertenecía. Los lobos salvaron a los mitad-lobos.
Desde ese instante, el dolor del luto creó fronteras, barreras y murallas entre ellos. Zurea había sido uno de los territorios afectados por la batalla.
Un pueblo montañoso, donde el sol no calentaba y el secreto de la bélica historia corría silencioso por cada rincón. Los tratados proclamaron que los lobos habitarían montañas, la zona alta del territorio, y los mitad-lobo permanecerían en lo que conocían como planicie. Nadie tenía permitido pisar el territorio del otro. No se podía hablar, no se podían relacionar ni crear lazos entre ellos. Eran adversarios. No había balas, pólvora o explosiones: pero Zurea seguía en guerra. En una guerra constante, pérfida e interiorizada.
Aunque, la verdadera pregunta no era cuánto daño se podían hacer, quién tenía más odio por el contrario o si realmente había alguien mejor que el otro. La pregunta ahí era qué pasaría, si por alguna razón se unieran.
Qué pasaría si alguien conoce la cara de un lobo entrenado para odiar y masacrar, y la de una mitad-lobo educada por las leyendas.
Qué pasaría si alguien conoce Las Dos Caras de Zurea.

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Las dos caras de Zurea
WerewolfZurea había sido uno de los territorios afectados por la batalla. Un pueblo montañoso, donde el sol no calentaba y el secreto de la bélica historia corría silencioso por cada rincón. Los tratados proclamaron que los lobos habitarían montañas, la zo...