Las manos de Iván

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Julia reparó por primera vez las manos de Iván un 14 de Abril.

No es que hasta ese momento no supiera que Iván tenía manos, simplemente que nunca antes había centrado su atención sobre ellas.

Las manos de Iván eran grandes.

Julia lo descubrió aquella tarde de primavera cuando se percató, casualmente, que los cubículos cuadriformes del cuarto de baño eran demasiado pequeños para que dos personas habitasen en ellos sin tocarse y que la mano de Iván encerraba sin problema alguno su pecho acomodando sus dedos sobre él con asombrosa facilidad.

Las manos de Iván eran suaves.

Julia siempre había creido que las manos, eran una consecuencia directa de la evolución; una parte del cuerpo que no merecía más importancia que la recibida por los ojos, la nariz o el dedo meñique del pie izquierdo. El dilema surgió cuando Julia, dejó de considerar que las manos eran un rasgo anátomico distintivo del ser humano para considerarlas un rasgo anátomico distintivo de Iván. Nunca había pensado en ellas, nunca había tratado de imaginarlas en su mente o atribuirlas algún adjetivo concreto que pudiera detallarlas.

Y ese fue el motivo de su sorpresa.

La explicación de que en pleno deleite orgasmático, mientras Iván indagaba su boca con auténtica maestría y devoción, un aire gélido recorriera su espina dorsal haciéndola gemir de placer. Porque Iván había rozado su cuello con los dedos, porque había aferrado su nuca e inclinado su cabeza dotando de una calidez repentina la piel blanquecina de Julia. Y su tacto era tan suave... El tiempo se detuvo para ella, los sentidos se saturaron sólo de sus manos, y cierto cosquilleo indefinido y poco usual, hizo que Julia se llevase una mano hasta su estómago preguntándose por el origen de aquella extraña sensación y que frunciera el ceño con horror cuando se dio cuenta de la respuesta.

Cinco días, dos insultos y un ataque de celos después, Julia descubrió que las manos de Iván también eran diligentes.

En aquella ocasión no necesitó de ningún castigo e intrusión inesperada para que Iván abriera la puerta del baño, rodease su cintura, la alzará levemente del suelo, y mientras la besaba, se adentrase con ella en el lavabo de chicas.

Las manos de Iván podían acariciar su muslo mientras recorrían su espalda, podían palpar su cuerpo mientras la sostenía en brazos, podían arrullar su mejilla con absoluta reverencia, y a los pocos segundos, detenerse sobre sus pechos con desmesurado fervor.

Las manos de Iván eran rutinarias.

Julia ya conocía el funcionamiento interno de sus halagos. Sentía debilidad por su cintura. Siempre que la besaba acorralaba su cadera con un brazo y colocaba una mano firme y sólida sobre su espalda acercándola y apartándola de su cuerpo a su antojo. Y también sentía obsesión por sus senos. Iván los mimaba con arrebato, con vehemencia.

Sin embargo, las manos de Iván, nunca habían dejado de sorprenderla.

Julia todavía recordaba la noche en la que Iván le acarició por primera vez la mejilla. Fue un instante, apenas unos segundos. Posiblemente no fue consciente de su acto, y menos aún, partícipe del sobresalto que supuso para Julia. La besó. Contra la pared, en el pasillo. Un beso diferente, más lento, más pausado, más lúcido. E hizo algo que habitualmente era Julia la encargada de hacer y de lo que Iván nunca antes había dado muestra: las caricias. Aquella noche, Julia Madina, descubrió que estaba enamorada de Iván Noiret.

Julia asociaba el peligro a las manos de Iván.

Porque siempre habían sido sus manos las que había encontrado furtivamente en los pasadizos, porque fueron sus manos las que guiaron su razón en medio de un bosque oscuro cuando estaban siendo perseguidos por un asesino, y porque eran sus manos las que lograban calmarla cuando Julia pensaba que la muerte, tan sólo era un futuro esperable y deseado.

Las manos de Iván le trasmitían seguridad, pero también suponían un riesgo.

Porque cuando Iván se sentaba a su lado durante las clases de latín, Julia se fijaba antes en sus manos que en la explicación de Camilo; porque numerosas habían sido las veces en las que se había sorprendido a si misma mirando fijamente las manos de Iván tratando de descubrir algún posible detalle que se le hubiera pasado por alto: cuando comía, cuando escribía, cuando tecleaba sobre el ordenador...Y sobretodo porque en los últimos días había adquirido la extraña costumbre de acostarse junto a él en su cama, coger su mano y analizarla con embeleso.

Iván frunció el ceño cuando Julia giró su mano por quinta vez. Tumbado sobre la cama, se apoyó sobre el antebrazo y comprobó, divertido, como la chica recorría con el dedo índice la lineas de su palma con suma atención.

Iván aferró a Julia por la cintura, la apegó aún más contra su cuerpo, y entrelazó sus dedos con los de ella. Después le dio un beso sobre la frente.

- No sabía que te gustaban tanto mis manos - susurró contra su oido.

Julia sonrió y le miró de reojo.

Iván no comprendía la misteriosa obsesión que Julia parecía sufrir con sus manos. Se reiría de ella si Julia trataba de explicarle el insólito descubrimiento que había hecho apenas dos meses atrás. Suspiró. Él jamás sucumbiría a sus manos como ella lo había hecho con las suyas.

¡Vaya! - exclamó, sorprendido.

Iván abrió su mano y miró, expectante, los dedos pálidos y finos de Julia.

- ¿Qué pasa? - preguntó la chica, dando un respingo.

- Julia...- titubeó - ¿Sabés que tienes una mano muy pequeña?.

Julia no pudo evitar soltar una carcajada. Se dio la vuelta, miró fijamente a Iván y después acercó sus labios a los suyos.

-En qué cosas te fijas...- murmuró, antes de besarle.

Definitivamente, había muchas formas de describir las manos de Iván. Pero todas ellas se resumían en una sola frase: Las manos de Iván, eran las manos de Iván.

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