CAPITULO 10. JUICIO pt.1

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Scarleth

Tambores.
Suenan tambores entre la oscuridad que me rodea. Suenan con rapidez, uno tras otro para luego dar un golpe seco.
El olor a incienso me comienza a embriagar, no se donde estoy. Lo único que siento que toco es el suelo que parece ser de tierra seca. Entre los tambores comienzo a escuchar como otros más se unen hasta crear una melodía medieval.
De pronto, entre el ruido de los tambores un chiflido aparece acompañado de sonajas y caracoles siendo golpeados contra si.

Mi respiración comienza agitarse. No se donde estoy, camino en círculos escuchando cada vez más claros los tambores. Mi piel se encuentra humedecida por el sudor que he comenzado a transmitir.

Suspiro y tomo bocanadas de aire en cuanto comienzo a sentir mis piernas cansadas. Quiero sostenerme de algo, de lo que sea, pero no hay nada a mi alrededor, solo oscuridad.

Me quedo quieta después de un tiempo en el que camino sin rumbo. Cierro los ojos, o bueno, eso creo que hago. Respiro profundo y trato de regularizar los latidos de mi corazón que comienzo a escuchar en los oídos.

— Respira, respira.

Me repito una y otra vez. Cuando siento que ya todo está en orden los tambores a comenzado a sonar con más fuerza y eso en vez de tranquilizarme solo me provoca ansiedad.
Un escalofrío recorre mi espalda como si me advirtiera de algo.

De entre la oscuridad escucho un extraño rasgueo. Cómo el de una mecha siendo encendida logrando que abra los ojos y me encuentre con la estatua de un alebrije de piedra en forma de dragón. Su boca se encuentra abierta, como si estuviera listo para atacar a su presa y de la misma por la cual comienza a salir una luz idéntica al fuego.

Doy unos pasos hacia atrás justo a tiempo cuando de la estatua comienza a salir llamas rojas y amarillas, las cuales iluminan gran parte del lugar. Otras más a su alrededor comienzan a hacer lo mismo, cada una aparece como si formaran una especie de patrón creando finalmente un enorme círculo a mi alrededor el cual iluminan y muestran que en donde estoy no es más que en el Olimpo. En el juicio de los dioses y sobre todo de los ancestros.

Después de unos minutos las estatuas dejan de hacer su magia para finalmente apagarse y volver a encenderse al unísono al igual que unas antorchas que cuelgan de enormes paredes hechas de lo que parece ser piedra volcánica.

Para finalmente escuchar como algo encima de mi vuela como un cuervo y por instinto me cubro la cabeza al recordar aquella escena.
De aquel día de la explosión cuando me culpó de lo que pasó en el bosque, de cuando me exhibía cada que me equivocaba.

Mis manos comienzan a temblar al igual que mis labios. Quiero que esto termine, quiero despertar. Él no puede estar aquí, él no tendría el valor de hacerlo... No, no, por favor, no...

— No es necesario que me temas, carmesí -una voz ronca rodea todo el lugar como si de un trueno se tratara.

Me incorporo con lentitud al escucharlo hablar. Es un hombre, por su tono de voz debe de tratarse de alguien mayor pero por su manera de hablar puede tratarse también de un ancestro muy lejano a mi linaje. Mi respiración se entrecorta al notar la presencia del ser que tengo delante de mi. 

Nunca le haría daño a una hija mía -añade y puedo sentir a través de sus palabras una calidez que nunca antes había sentido. 

Me incorporo y con miedo busco con la mirada al dueño de aquella voz. Doy media vuelta para finalmente toparme con un enorme escenario hecho de piedra gris en la cual descansan 7 asientos hechos de oro y diamante, son del tamaño de un gigante e idénticos a un trono real. En cada uno de ellos descansa una persona cubierta por un velo negro, sin embargo, es el sujeto de en medio quien se ha descubierto un poco su rostro. 

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Es un hombre de casi la misma edad que mi hermano Juan, incluso hasta un poco mayor. Su cabello es largo y lacio, lo lleva sujeto en una trenza hecha con listones de colores la cual descansa en su hombro derecho. Su piel se encuentra bronceada como si hubiera pasado horas debajo del sol, su nariz es angosta, sus labios son delgados y ligeramente teñidos de un rojizo natural y sus ojos... sus ojos son grises. Si no fuera por su pupila que se encuentra levemente dilatada podría decir que este hombre es ciego. 

¿Hija? -pregunto agitada, notando el eco que se forma cuando comienzo hablar. 

Susay me ha contado mucho sobre ti, dice que nunca había conocido a alguien tan valiente como tú .

Susay, ¿la primera? 

¡Más respeto, jovencita! -grita una mujer. Su voz es chillona y puedo asemejarla a la de una anciana. — De quien se esta hablando es una de las primeras, como carmesí y descendiente de las mismas deberías de brindarles respeto. 

Esta bien, Coatlicue -la calla de una manera un tanto extraña — Es normal que ahora tenga dudas, hay que considerar que actualmente la educación que se les da a los carmesí no es la mejor de todas. 

La mujer bufa— Hubieras aceptado que Sumpay los cuidara o incluso hasta Tlaloc, pero no, decidiste dejarlo todo en manos de tus hijas. 

El hombre suspiro cansado, cerro los ojos y se ergio de hombros. Era como si esta conversación ya se hubiese llevado a cabo anteriormente y ninguno de los dos se haya doblegado contra el otro. 

Creo que ya hemos tenido esta conversación anteriormente y no pienso retomarla en donde se quedo solo por que tu quieres, Coyolxuahqui. 

Escucho como la mujer gruñe para luego comenzar a hablar en un idioma antiguo. El hombre solo se dispone a mirar un punto en concreto de la sala mientras espera que ella pare de hablar, pero no lo hace. Y si no fuera porque tengo poca paciencia podría jurar que esta señora no pararía ni dentro de mil años. 

Señor -intento hablar, logrando captar la atención del hombre al igual que el de la mujer— Ah... no se su nombre, realmente no reconozco ni los que ella acaba de decir -añado señalando a la nada— Pero si sé que en donde me encuentro es en el Juicio mortal. Aquí vienen las almas a ser juzgadas por las acciones realizadas en su vida y si no fuera porque aun tengo el tatuaje de conexión con un legado estoy casi segura que estoy muerta... o semi muerta, como quieran llamarlo. 

No estas muerta -contesta otra voz, es mas sutil y delicada. Es femenina, pero es como si se tratara de alguien menor— De ser así, quienes estarían delante de ti serian tus ancestros y no nosotros. 

Me quedo callada. No se quien habló, pero lo que acaba de decir me esta provocando un mal presentimiento. 
Tragó saliva con dificultad, notando como mis manos comienzan a temblar. Las cierro con fuerza esperando a que el temblor cese.

Levanto la mirada de nuevo hacia el hombre.
Sus ojos grises me observan con un extraño brillo en ellos, la manera en como levanta el mentón al notar mi mirada me hace sentir retada e incluso superior a él en todos los sentidos.

Entonces, ¿Quienes son ustedes? -pregunto tratando de sonar tranquila.

Me ofende el saber que no reconoces al ser al que siempre oras -otra voz habló.

Es más ronca y profunda. Cómo si se tratará de alguien que no suele hablar mucho y además que fuma.
No logro distinguir de dónde proviene su voz, no es hasta que noto un extraño humo blanco salir de una de las personas que se encuentra en una esquina.
Su cuerpo es más grande y robusto que los demás, su capa cubre gran parte de su cuerpo y si no fuera por la extraña pose con la cual sostiene su cabeza no lograría notar los extraños tatuajes que le adornan el brazo derecho.

CARMESÍ. ALMAS ROTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora