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11 a 29 de oastog, año 5778.

Magmel, Marel, Capital Política.

No tardé mucho en comprender por qué Sinta insistía en enseñarnos a usar un cuchillo como método de defensa. Las afueras de la ciudad nos dieron nada más que esa noche para disfrutar de la paz. Luego de que despertara a Sinta, me acomodé en un rincón y me dormí un momento antes de que el grito de la oucraella me despertó.

Antes de que pudiera comprender qué pasaba, una mano se cerró sobre mi boca y alguien se puso sobre mi cadera, aplastándome contra el suelo. Si tenía o no los ojos abiertos, no podía saber quién estaba sobre mí. Intenté no vomitar cuando noté el olor acre, y no quería saber si además olía a orina o a lo que bien podría ser abono.

—Pero si no es más que una carroñera —rio el que estaba encima mío.

—¡Y una rastrera! Creo que Lik encontró a una de las pajarracas —añadió otra voz por encima de los gritos de Sahisa. Quise respirar, mover alguna de mis manos, algo, pero todo lo que podía hacer era estar quieta.

Dejé de comprender, dejé de escuchar. Podía ver a las sombras que se retorcían con placer a mi alrededor mientras las manos asquerosas del hombre empezaban a recorrerme. Sentía que ardía por dentro, que la bilis me empezaba a trepar las entrañas como enredaderas. Ahogándome.

Ya estaba por encerrarme cual pimpollo, tratando de no perder lo último que me quedaba. Y en un momento desapareció el peso. Abrí los ojos, viendo al mundo borroso, incapaz de escuchar bien. Parpadeé, encontrándome con una silueta que se encontraba enroscada sobre sí misma, siseando peligrosamente hacia lo que tenía apresado. Siseaba, haciendo que me temblara todo el cuerpo. Alguien bajó e inmediatamente oí que gritaba de dolor. Hubo un chasquido antes de que algo pasara rozándome la cabeza. Otro chasquido, más húmedo que el anterior, y volvimos a quedar en silencio.

Levanté la vista encontrándome con dos figuras que se retraían, una de ellas empezaba a tener brazos y una figura humana, corriendo hacia mí.

—Colmillos, ¿estás bien Morga? —preguntó Sahisa al agacharse. Asentí, aunque no podía estar del todo segura. Me dolía la cabeza, el corazón latía con fuerza y estaba segura de que el pecho me molestaba un poco—. ¿Sientes que te arden los ojos? ¿O la piel en general?

—No —logré murmurar. Sahisa soltó un suspiro e inmediatamente apareció Sinta a un costado.

—Se me acabaron los buenos modales.

—No voy a entrenar nada, Sinta.

—No te estoy preguntando, Sahisa —gruñó—. Lo de hoy fue una advertencia, la próxima probablemente sea la última vez que podamos decir que sobrevivimos.

—Tiene que haber otra...

—¡NO HAY OTRA! —estalló la oucraella—. Estamos completamente desnudas, si vamos a empezar a jugar como si tuviéramos oportunidades, vamos a acabar convertidas en anánimos o sombras.

Levanté la mirada, aunque no podía ver nada más que las siluetas que se recortaban contra la escasa luz de afuera. Respiré hondo, sentándome en el suelo, volviendo a mis sentidos de a poco. Mi cabeza, iba de un lado a otro, considerando las palabras de Sinta, mis años en Eedu, la presencia de Darau y mi hijo, lo que siempre había escuchado sobre los hombres, lo que acaba de ocurrir, la respuesta de Sahisa... «El camino a las sombras es fácil», me encontré pensando.

—Tiene razón —murmuré.

—Morgaine, no puedes opinar sobre algo que no te incumbe —siseó Sahisa. Sentí que la sangre me hervía por debajo de la piel.

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