El secreto tras el fénix

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En el inicio de los tiempos, el dios hebreo creo a... una parte de la humanidad. Y con ella a ángeles y arcángeles que debían vigilarles y protegerles. Pero uno de esos seres se aventuró más allá de las tierras de su creador, explorando la creación de otros dioses sin ser observado. Otro de ellos no tardaba demasiado en seguirle una vez veía que su compañero no estaba ahí, encontrándole siempre fascinado con algo que desconocían.

Sus escapadas eran sólo conocidas por el arcángel más anciano de todos, a pesar de que su aspecto no lo mostrara así. Incluso él quería ver esas maravillas que había fuera de la creación de su dios, aquellas que otros dioses habían creado. Ese era un dato que debía callar frente a los otros ángeles y arcángeles, ya que ellos desconocían todo eso. Pero no pudo evitarlo con ellos dos. De alguna forma, podían ver lo que había más allá de los dominios de su creador.

El ángel de piel oscura, ojos verdes y cabello y alas del color del fuego era siempre el primero en salir. Pasaban varios crepúsculos antes de que su compañero, de tez clara, cabello dorado, ojos azules y alas irisadas, se uniera a él. Siempre le recibía con una sonrisa, mostrándole algo nuevo que había descubierto, y el otro se le abrazaba con fuerza de lo mucho que le había echado de menos.

Esa noche la habían pasado refrescándose en el agua de una cascada. El de piel oscura fue el primero de los dos en permitir que el Sol, el elemento que le había sido entregado por su creador, le rozara la piel. Su compañero se abrazó a él por detrás, algo que ya esperaba. Giró la cabeza para observarle, viendo como tenía sus ojos cerrados y descansaba sobre su hombro.

- ¿Y bien? ¿Te has divertido, Ezel?

- Contigo es imposible aburrirse, Luci.

- ¿Hacia dónde quieres ir?

- Hm... ¿Seguimos el curso del agua caminando entre los árboles?

- Si es lo que a ti te apetece.

Desconocían hacia adónde iban, pero adoraban explorar la creación de otros dioses más antiguos que su creador. Sus tierras, sus plantas, sus animales, sus ríos y lagos... Les era fascinante. Pero mantenían sus alas ocultas en todo momento y no se acercaban a los mortales creados por otros, tal y como les había advertido el más anciano de los arcángeles. Desconocía cómo podían responder los otros dioses a tal intromisión con sus devotos.

- ¡Luci, mira! – dijo el ángel de cabellos dorados, señalando al suelo.

El ángel de cabello rojizo se acercó con cuidado a la pequeña criatura que yacía en el suelo. La había visto anteriormente, en otra de sus salidas. Era algún tipo de animal volador que se alimentaba de otras criaturas más pequeñas. Aunque ese era tan solo un bebé. Lo recogió entre sus manos y lo observó con sumo cuidado. Su compañero miró hacia los árboles, buscando a la madre de ese pequeño.

- Luci, creo que la madre está allá arriba – le notificó el ángel de cabellos dorados.

- Dudo que este pequeño viva mucho más – informó el ángel de cabello rojizo.

- ¿Tú crees?

- Está muy débil, Ezel.

El ángel de cabellos dorados observó cómo su compañero acariciaba al pequeño que tenía entre sus grandes manos. Se dio cuenta enseguida de que estaba usando su magia sobre la cría de pájaro de forma muy sutil, intentando salvarla.

- Parece... Parece que alguien se va a recuperar – observó el ángel de cabello rojizo cuando el pequeño animal empezó a moverse.

- Qué bien... ¿No parece más grande?

- Eh... No, creo que no. Lo devuelvo al nido intentando no llamar la atención.

El ángel de cabello rojizo trepó el árbol hasta llegar al nido y dejó allí a la cría. La madre, un ave rapaz de color marrón, se le acercó y permitió que la acariciara. Después bajó del árbol y siguió su camino con su compañero, el cual estaba más pensativo que de costumbre.

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