VII. Día 1

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TONDRA

Mi estilista abandona la pequeña habitación tras despedirse de mí y me quedo sola. Comienzo a toquetearme el bultito del rastreador y me fijo en que hay un espejo.

Pensando que tal vez esta sea la última vez que me vea a mí misma, me acerco.

La ropa que llevo puesta consiste en una chaqueta fina de color verde claro (aunque según mi estilista el color varía según el distrito) sobre una camiseta de manga corta negra y unos pantalones con bolsillos verdes. Son más pegados de lo que me gustaría y me tiro nerviosamente de la tela para tener algo en lo que ocupar las manos.

—Tributos, colóquense en los cilindros.

Trago saliva y vacilo antes de entrar en la plataforma, que se sella cuando me quedo quieta. En esos instantes de silencio, me pregunto qué estará pensando Raiden en este momento. Seguro que está mucho más tranquilo que yo.

El cilindro comienza a subir y me agarro a las paredes porque siento que me voy a caer. Una luz cegadora me nubla la visión y cuando abro los ojos lo primero que veo es la cornucopia delante mía.

LUKE

—Entiendo que estés nervioso, pero si sigues mis consejos todo irá bien —escucho decir a Finnick.

Me quito la chaqueta que me he puesto hace menos de dos minutos. No puedo parar de sudar y la ropa me sobra.

—¿Tienes alguna preferencia sobre la arena? —pregunta Finnick.

—Mar —respondo sin dudar.

Finnick sonríe.

—Te recuerda a casa, ¿no? —asiento. Noto que se me humedecen los ojos— ¿Hay alguien a quien quieras esperando en el 4?

Pienso en mi padre, la única familia que tengo. Por su culpa estoy como estoy. En la escuela prácticamente no me relaciono con nadie porque todos viven por y para los Juegos. Creo que la única persona por la que me he preocupado de verdad desde la muerte de mamá es Io, y no me espera precisamente en el 4.

—Nadie —contesto.

—¿Y yo? —pregunta Finnick poniéndome la mano en el hombro— ¿Puedes considerarme tu amigo?

Finnick ha hecho más por mí en una semana de lo que ha hecho mi padre en 16 años. Por toda respuesta, le abrazo.

Cuando nos separamos, parece que va a volver a hablar, probablemente para darme más palabras de ánimo, pero lo interrumpo antes de que abra la boca.

—Déjalo, Finnick. No voy a sobrevivir ni al primer día, y tanto tú como yo lo sabemos.

—No digas eso, eres lo bastante fuerte como para defenderte de los otros.

—No lo digo por los otros.

Finnick abre la boca y la cierra de nuevo, comprendiendo. Coge aire entrecortadamente y me apoya las manos en los hombros.

—En ese caso... adiós, amigo.

Una voz metálica nos avisa de que tengo que entrar en el cilindro. Finnick me abraza de nuevo y yo le abrazo también. Cuando se separa, parece estar conteniendo las lágrimas, pero se las apaña para dedicarme una última sonrisa.

Trago saliva y me meto en el cilindro, que comienza a subir. Cierro los ojos, y cuando los abro veo la cornucopia y a todos los tributos alrededor en los pedestales. Un holograma sobre la estructura muestra una cuenta atrás que va por el número 57.

Un cosquilleo en la nariz provocado por un olor familiar hace que me dé un vuelco el corazón. Miro a mis espaldas y se me llenan los ojos de lágrimas. 

Los 68° Juegos Del HambreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora