Capítulo 1. Adoro cómo camina

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Aquello parecía una batalla campal, como "La batalla de los bastardos de" Juego de tronos, pero en vez de caballos, barro y espadas había flotadores, agua y mangueras.
Cientos de personas corrían sin orden por las calles del centro de Lanjarón, algunas cargaban con cubos rebosantes de agua que se iban derramando conforme corrían, otras usaban botellas de plástico, las más preparadas llevaban pistolas de agua. Los vecinos usaban las mangueras de sus casas y los bomberos lanzaban agua desde lo alto de la escala del camión.

Era la fiesta del agua de la noche de San Juan y no había nadie, niño, adulto o anciano, que no estuviese totalmente mojado.
Conforme caía la noche iban desapareciendo los niños, ancianos y bomberos. Algunos jóvenes ya habían cambiado los cubos de agua por vasos de plástico, la música iba sonando sin importar la hora y se mezclaba la guerra de agua con los bailes en grupo.

Y es que esa gyal tiene que ser mi gambina, la veo por la calle, adoro como camina, quiero lamer su gloss, quiero esnifar su purpurina.

—¡Eh, Emma! ¡¡Nuestra canción!! —gritó exaltado mirando a su alrededor buscando a su amiga entre la multitud. De pronto, una pistola de agua apareció delante de su cara, empuñada por una chica en bikini turquesa con sonrisa divertida—. ¿Crees que vas a conseguir amenazarme con una pistola de agua estando ya chorreando?

—Haz lo que te digo y no saldrás herido —le ordenaba burlona—. ¡Abre la boca!

—Está bien, pero no dispare.

—No concedo deseos, nene —y apretó el gatillo de plástico haciendo que un fino chorro de líquido saliese de la punta de la pistola directo a su boca y barbilla.

—Eeeeh, esto no es agua —dijo extrañado—. ¿De dónde has sacado esa pistola, Emma?

Destrozas mi cama. Hoy me gustas, nena, ya veremos mañana.

—Puedes pedirte una copa en vaso de plástico o en pistola, me ha parecido más divertido en pistola —le contestó mientras apuntaba a su propia boca abierta y disparaba para beber.
Ver aquella imagen de Emma con la boca abierta, la cabeza inclinada hacia arriba, la lengua sobresaliendo un poco y un hilo de líquido cayendo dentro de su garganta y resbalándose por la barbilla hizo que su imaginación volase.

—¿Nathan? ¿Hola? —intentaba llamar la atención de su amigo que parecía haberse quedado absorto.

Nathan volvió en sí, no podía negar que, a pesar de ser íntimos amigos desde la infancia y tener una relación fraternal, era innegable el atractivo de Emma y, en situaciones así, costaba no imaginar las situaciones más pornográficas posibles como tampoco era fácil resistirse a clavar la mirada sobre sus redondas y firmes tetas perfectamente adaptadas a ese diminuto bikini turquesa en forma de triángulo que dejaba marcar a la perfección sus pezones. La tela se ajustaba como una segunda piel, realzando su circular forma natural.

—Y ¿dónde dices que venden esas pistolas? —preguntó con interés, pero también aprovechando que la pistola la tenía sujeta a la altura de su pecho y podía justificar de alguna forma que su mirada rondase por esa zona.

—En aquella carpa de allí —contestó señalando a una carpa cercana tras de ella abarrotada de gente.

—Vamos, te sigo.

Emma giró en dirección a la carpa y Nathan la siguió mientras bajaba las gafas de sol de su cabeza a su cara y observaba, sin ser muy consciente, el lento bamboleo de su culo respingón encerrado en esos shorts blancos que, empapados de tanta agua, transparentaban el tanga turquesa del bikini mientras caminaba. Era algo más que mera atracción sexual, quizás influenciado por el alcohol, pero era realmente bello verla andar y recrearse con cada media nalga que sobresalía por la parte inferior de los pantalones dejando bien clara la forma completa de su culo. Solo había que continuar el borde y ya lo tenías.

«Esto va a acabar realmente mal», se lamentaba, tragando saliva, sin apartar la mirada de ese caminar.
Presentía que ese día acabaría fatal si continuaba toda aquella nueva atracción sexual hacia su mejor amiga. Estaba confundido, nunca la había visto así. Quería culpar de todo al exceso de alcohol y de camisetas mojadas, pero también deseaba arrancarle el bikini, subirla sobre una de las barras y follarla con toda la pasión que rebosaba su cuerpo.

«Realmente adoro cómo camina esta zorrita», pensó Nathan que no podía evitar ese tipo de pensamientos aunque se tratase de ella.

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