Me senté en el primer banco que tenía a mano derecha y, mientras esperaba a mis amigas, conecté los auriculares para escuchar algo de música. Empezó a sonar Agua Pasá, de Tatiana de la Luz, y al girarme las vi.
Noelia fue la primera en venir corriendo a abrazarme. Raquel, en cambio, me dio un beso y se sentó en el césped. Nos miramos un par de segundos, yo tenía la esperanza de que fueran ellas quienes empezaran a hablar.
—¿Cómo estás, Dak? —dijo Noelia, interrumpiendo mis pensamientos—. Imagino que tendrás mucho que contar.
No pude evitar sonreír. Guardé mi teléfono en la mochila y les conté todo lo que debían saber.
—Digamos que ahí voy, como siempre
—¿Y con Bruno?
—No acabó muy bien. De hecho, no he vuelto a tener noticias de él.
—¡Es que menudo es! A mí me hacen eso y…
—He roto con Borja —interrumpió Raquel de pronto.
Noelia y yo nos miramos sin saber cómo reaccionar, no esperábamos oír esas palabras, y mucho menos viniendo de Raquel.
—Pero ¿qué ha pasado, tía?
—Bueno, a ver… yo… Veréis…
—¡Di algo ya! ¡Me estás poniendo nerviosa! —exclamó Noelia.
—Creo que ya no me gustan los hombres.
Me alegraba saber que mi amiga tenía la suficiente confianza con nosotras como para mostrarnos sus sentimientos. Tanto Noelia como yo aplaudimos su decisión de no volver a saber nada más de los hombres.
Mientras andábamos de camino a mi casa para ver una película y pasar algo de tiempo juntas, cada una estaba inmersa en sus pensamientos y las tres permanecimos en silencio todo el camino. Intenté sacar algún tema de conversación y me vino una idea a la mente.
—¿Sabéis que me han concedido una beca para la universidad?
Noelia mostró una diminuta sonrisa, Raquel se interesó por el tema y la conversación fue fluyendo.
—¿Universidad? ¿Desde cuándo quieres ir a la universidad?
—Es algo que llevo pensando desde hace bastante tiempo. No tengo nada que me ate a Valencia.
—Espera. ¿Nada que te ate a Valencia? ¿Te marchas? —preguntó Noelia.
—No me voy tan lejos. Estaré cuatro años en Barcelona.
—¡¡¡¿¿¿Barcelona???!!! —exclamaron las dos a la vez.
Intenté convencerlas de que no era nada grave, siempre nos quedarían las videollamadas y, en vacaciones, podrían venir allí o regresar yo a Valencia. En cualquier caso, no era el fin del mundo.
Aquella noticia las dejó sorprendidas. Era una decisión que había tomado un par de semanas antes, cuando descubrí la infidelidad de Bruno; desde ese momento, supe que no tenía nada que perder.
Raquel se detuvo en el portal de la finca donde vivíamos y esperó a que yo sacara las llaves para poder entrar y subir. La yaya nos vio entrar y se alegró de ver a las chicas, pero la expresión de su rostro me hizo ver que algo no iba bien. Quise averiguar qué sucedía y le pedí que habláramos en privado.
—¿Qué ocurre?
—Algo no va bien, Dakota.
—Yaya, tranquila. He conseguido el dinero para pagar la factura. No te preocupes.
—No es eso. Es acerca del yayo.
Al oír esas palabras noté que un par de lágrimas se deslizaban por sus mejillas. La abracé e intenté hacerla reír un poco, era lo que más necesitaba.