Capítulo 34

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"Estuve a punto de decírselo, varias veces, pero callé. Lo hice por el bien de Heath... y por el de Soleil. ¿Y por el mío también? Demonios ¿hice lo correcto? ¿O sólo me estoy engañando a mí mismo? ¿Y a ella para que acepte una unión que de otra forma rechazaría?" (extracto del diario de Robin Drummond, tras la partida de Soleil Saint-Clair, frustrada por la falta de noticias de su prometido Heath y la perspectiva de tener que desposar a Robin).


Robin se debatía entre tocar o no, paseando frente a la puerta que conectaba las habitaciones de los dos. ¿Era lo correcto esperar hasta el día siguiente o sería mejor que hablaran esa misma noche?

Quería explicarle a Soleil, decirle... ¿qué? ¿qué iba a decirle y explicarle cuando la verdad era cómo la había dicho? Él sabía que Heath estaba vivo antes de celebrarse su unión y se lo había ocultado. No había mucho que explicar sobre eso.

Sacudió la cabeza, giró y se fue hasta su lecho, dispuesto a obligarse a dormir. Luego del largo viaje, suponía que no sería difícil... y quizá pudiera despejar la mente y encontrar las palabras...

Se incorporó tras varios minutos mirando hacia la ventana. ¿A quién engañaba? No podría dormir.

Se puso una capa sobre la túnica, acomodó su daga y salió de la habitación. Quizás en el despacho de Heath pudiera encontrar algún tema de la administración del Castillo con que distraerse.

Su sorpresa fue grande cuando encontró, además de los documentos de costumbre, a su hermano mayor ahí.

–No me digas que a ti también te han echado –soltó bromista Robin, entre desanimado y burlón–. ¿Qué hiciste si se puede saber?

–No hice nada ni fui echado. Mi esposa está muy feliz, gracias, durmiendo. Últimamente duerme temprano, por el embarazo, y a veces bajo a atender un momento más los asuntos de Savoir antes de volver a ella. Así puedo tener más tiempo con Genevieve en las mañanas.

–Dioses, Heath, tampoco me restriegues en la cara tu felicidad marital –exclamó Robin, contrariado. Intercambiaron miradas y rieron–. Diablos, me hacía falta hablar con mi hermano.

–¿Ah sí? –Heath le mostró el asiento frente a sí–. Pensé que, además de la ausencia de Jules, todo estaba... bien... entre ustedes.

–Lo estaba. En pasado –indicó.

–Ah. Lo de la carta... ¿Soleil sigue molesta por ello?

–Estoy seguro de que lo está.

–¿No has hablado con ella? ¿No le explicaste?

–Explicarle... ¿qué, Heath? Lo que escuchó... es la verdad. Lo sabía. Y no se lo dije.

–Sí. Pero tiene que saber por qué –indicó, desconcertado.

–¿Cómo podría no saberlo si estamos casados? Sabe por qué.

–No, Rob, no fue por eso. Tú lo sabes bien, no te condenes por una decisión que era la única posible en esa situación.

–Heath... si no hubieras encontrado a tu esposa... ¿tampoco te habría importado...?

–Rob –Heath lo miró, atentamente– yo siempre quise que fueras feliz. No sabía si habría alguna manera de que fuera así... pero esperaba que sí. Todo resultó como debía, gracias a la intervención de los Dioses, y, aunque tristemente perdimos a otro de nuestros hermanos en el proceso, estoy aliviado de que lo sucedido haya puesto las cosas en su lugar.

–Nunca la amaste.

–No. Pero tú, sí.

–Dioses, Heath... ¿cómo lo soportaste?

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora