Capítulo 20

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Sarocha estaba a su lado, sentada en la butaca cuando su abuelo comenzó a explicarle su estado de salud. Rebecca sintió que su pecho se apretaba cada vez más. No podía creer que su abuelo, la única persona, además de su hermano, que le quedaba en el mundo, estuviera combatiendo una guerra contra una enfermedad que, a pesar del optimismo que veía en sus ojos, sabía imposible de ganar. Por alguna razón, ella buscó la mirada de su esposa, vio que también estaba impactada.
—¡¿Cáncer?! -Sarocha pronunció la palabra en un susurro y sus miradas volvieron a encontrarse.
Esa nueva realidad en la vida de Rebecca cambiaba todo. Al menos ella lo vio así.
No quise que te enteraras así, mi niña —le dijo su abuelo, que se apoyó en el bastón para acomodarse en el sillón-. Cuando me diagnosticaron esta maldita cosa, pensé que podía combatirlo. Pero sé que no es así —su voz sonó apagada, temblorosa.
No digas eso, abuelo —le pidió Rebecca igual de afectada que él. Su rostro era un sinfín de emociones y sus ojos estaban cristalinos—.
¡Consultaremos a los mejores médicos! iPediremos una segunda opinión si es necesario...! - exclamó, levantándose como impulsada por un muelle.
Caminaba de un lado a otro.
Sarocha solo la veía ir y venir. Su mirada iba de su esposa a Richard y de vuelta a ella. Sintió que en su pecho se formaba un nudo con el que no supo lidiar.
-Hay... Hay nuevas terapias y Irin... Irin... - balbuceó la castaña, un tanto desesperada.
Escuchar el nombre de la doctora en medio de la conversación hizo que una extraña sensación se
alojara en el pecho de Sarocha.
—Rebecca —invocó su abuelo; ella pareció no escucharlo-.
¡Rebecca!
Ella volvió a escuchar su nombre y se detuvo, pero en lugar de ver a Richard, miró a Sarocha. Rebecca se hallaba parada frente a ella y su mirada cristalina le dijo que estaba a punto de quebrarse. Otra vez el instinto de protección se desató en ella y quiso levantarse y abrazarla. Consolarla. ¿Por qué? No lo sabía, pero era seguro que se debía a su empatía y porque, de estar en su piel, sentiría que su mundo entero se derrumbaba.
-¿Cuánto tiempo? —se atrevió a preguntar Sarocha, con los brazos apoyados en sus rodillas y las manos entrelazadas a la altura de su boca. Sin apartar la vista de Rebecca. Quería que supiera que podía contar con ella. Que a pesar de su extraña relación y el contrato que las tenía casadas, podían ser amigas.
—Un máximo de seis meses —respondió Richard. Su nieta no pudo aguantar más, abandonó la biblioteca corriendo. Sarocha vio las lágrimas derramarse por sus mejillas; el impulso de protección aumentó y se puso de pie para ir tras ella. La voz del anciano la detuvo—. iSarocha! —la mirada de ella estaba clavada en la puerta, pero no se movió ni un centímetro-.
Por favor —le pidió. Con un gesto le hizo entender que era mejor dejarla ir.
En el rostro de Sarocha se dibujó su indecisión; sus latidos acelerados por las emociones y la inexplicable urgencia de ir detrás de Rebecca la confundían. Por unos instantes, volvió la vista al rostro del anciano.
Vio el cansancio en sus ojos; ya no tan verdes como en el cuadro del estudio.
-¿Desde cuándo? —se atrevió, ya resignada, a no ir
tras la castaña—.
¿Desde cuándo lo sabe? —el coraje se hizo evidente
en su tono.
Cuatro meses -confesó el anciano.
¿El matrimonio? -indagó con la mirada clavada en él; sentía rabia hacia ese hombre.
Fue una buena oportunidad - contestó Richard y levantó sus ojos cansados; en ellos ella no atisbó arrepentimiento-. Sí, lo sé, Sarocha...
hizo una pausa para llenar sus pulmones de aire-.
Ya sé que no me consideras una buena persona y es cierto que me aproveché de la situación de tus padres para que te casaras con mi nieta —ella prestó atención a las palabras de Richard; al fin tendría un cuadro más completo y entendería por qué ella; por qué su familia—. Pero lo hice por ella. Rebecca es mi responsabilidad. Al saber que me quedaba poco tiempo, pensé que era lo mejor —se tomó unos segundos antes de continuar—. Ella te admira. Te tiene como una persona inteligente y fuerte.
Cuando tomó la decisión de nombrarte directora financiera, vi su sonrisa y orgullo por ti -Sarocha pestañeó un par de veces antes de asimilar esas palabras-.
Entonces tu padre vino a pedir mi ayuda y pensé...
Pensó que someter a su nieta a un matrimonio sin amor y con una mujer, era lo mejor -adivinó, incrédula. Que Rebecca la admirara por su trabajo era importante para ella, pero no eran razones suficientes para que él las obligara a casarse. Así que no le decía toda la verdad, pensó.
Sí —aceptó Richard, sin reservas. Sarocha lo miró con desprecio;
¿cómo podía él hacer todo eso y ni siquiera sentirse responsable? —. Mi nieta sufre de TEPT -añadió.
Ella recordó el término que utilizó la doctora un par de noches antes.
—Lo sé —dijo. Richard se mostró sorprendido-.
Estuve hablando con la doctora Ricci —no por su propia voluntad, pero eso no se lo diría.
—Ya veo —murmuró Richard. De pronto, se notó algo indeciso.
El anciano decidía si decir algo más o callar. Sarocha pensó que tal vez sería el motivo del por qué Rebecca sufría de estrés postraumático. Sin considerarlo, tomó la iniciativa. Si había secretos que debía conocer, ese era el momento.
—Sé que Rebecca sufrió una especie de trauma, pero aún no me queda del todo claro —no estaba segura de que Richard estuviese dispuesto a explicarle lo que pasó con su nieta; tenía que intentarlo. Algo le decía que ella jamás se lo contaría; sobre todo, si era lo que imaginaba.
Richard se quedó en silencio, con la vista perdida en las líneas que componían el dibujo de la alfombra en medio de la habitación. Su rostro se ensombreció y su respiración se hizo más densa.
-Nunca pensé que volvería hablar de esto -confesó
con la voz cortada.
Richard comenzó relatando unas normales vacaciones de finales de febrero, muchos años atrás.
En silencio, Sarocha escuchó la historia que provocó el síndrome que afectaba a Rebecca. Con cada palabra que salía de la boca de Richard, su sangre se helaba y su corazón se inquietaba.
Rebecca tenía cerca de ocho años cuando el accidente tuvo lugar. Fue un milagro, dijeron los medios de comunicación tras la tragedia que causó la muerte de casi toda su familia. Una niña que sobrevivió a una tragedia; una desgracia que acabó con la vida del único hijo único de Richard Antonio, su nuera y su
otra nieta.
Con la voz cortada y lágrimas en los ojos, el anciano le juró a Sarocha que movió cielo y tierra para encontrar un culpable; a pesar de sus influencias y el dinero, nada ni nadie le devolvió a su familia. Mucho menos pudo ayudar a sus nietos. Sí, porque Rebecca no era la única Armstrong, pero ella no se atrevió a preguntar.
La mañana de aquel veinticinco de febrero se convirtió en un día de tristeza a nivel nacional
cuando la noticia llenó los telediarios de todas las emisoras. Radio y televisión se ocuparon de transmitir el trágico accidente en el teleférico Piemontese en el que viajaban quince personas.
Rebecca, su hermana Viola y sus padres estaban
entre ellos.
La causa del desastre fue provocada por daños técnicos. La soga de arrastre de la planta se reventó, causando la caída de la cabina en la que se desplazaban. Rebecca fue la única sobreviviente de aquel desastre. La niña del milagro fue como los medios la llamaron por mucho tiempo en el que su vida se convirtió en un entrar y salir de hospitales.
Las múltiples lesiones que la niña sufrió la obligaron a permanecer en una silla de ruedas por casi un año.
Infinidades de terapias le devolvieron el movimiento a sus Piernas, pero en ese tiempo, también perdió el habla. Una situación a la que Richard no supo cómo enfrentarse, y que se combinó con los miles de problemas que causó su nieto adolescente como
respuesta al dolor por la perdida.
-Créeme que yo intenté estar junto a ella, pero era difícil para mí - confesó el anciano con las mejillas empapadas de lágrimas—. Rebecca y su hermana eran la viva imagen de su padre —aceptó con la voz átona; limpió sus mejillas con el dorso del polo que vestía. Tomó aire para continuar la triste historia.
Sarocha no se movía.
Cuando la doctora insinuó lo del trauma, imaginó muchas cosas, un accidente de auto, un atraco; una agresión sexual. Pero jamás imaginó algo así.
Entonces iniciaron las crisis; al principio fueron solo pesadillas que, según los médicos, eran normales.
Pero todo empeoró cuando la niña volvió a su vida casi normal. Rebecca no entraba en los ascensores porque, cada vez que lo hacía, sufría de ataques de ansiedad que se convertían en crisis en las que perdía por completo la noción de sí misma.
Las crisis empeoraron con el paso de los años y llegó a desarrollar una fobia por la nieve; y cuando veía sangre, perdía el conocimiento.
Sarocha sintió cómo la angustia enredaba su corazón y se propagaba dentro de ella como las nubes grises se extienden en el cielo antes de la tempestad. Saber que Rebecca llevaba casi toda su vida dentro de una bola de cristal por culpa de esa tragedia, la hizo
sentirse impotente.
Rebecca fue solo una niña que sobrevivió a un trágico accidente del cual no tuvo culpa.
Sarocha se levantó del sillón donde, sin darse cuenta, se había vuelto a sentar y se disculpó con Richard.
Necesitaba ver a su esposa.

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