. . . ❪ 𝙄 𝙡𝙤𝙫𝙚 𝙩𝙤 𝙬𝙖𝙩𝙘𝙝
𝙩𝙝𝙚 𝙘𝙖𝙨𝙩𝙡𝙚𝙨 𝙗𝙪𝙧𝙣 ❫
━ ❛❛ 🔥 La justicia toma tantas formas
y resulta tan manipulable por el
mismo hombre que dice llevarla
tatuada en su piel, que se vuelv...
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
CAPÍTULO UNO: LA ORDEN DE SENGOKU
Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
SUS PASOS RESONABAN COMO EL ECO IMPERTURBABLE DE UNA MELODIA AL ANDAR POR LOS LARGOS PASILLOS DEL CUARTEL GENERAL DE LA MARINA.El humo que expulsaba de sus labios la seguía en su tranquilo andar. Ligeras sonrisas y pequeños asentimientos de cabeza se intercambiaron a medida que avanzaba su recorrido, mientras su pecho liberaba aquel dolor, cólera e impotencia encadenado a su corazón, sintiendo que el oxígeno volvía a reivindicarle una vida a la cual si pertenecía, llenando nuevamente sus pulmones y siendo expulsado junto a cada calada que le daba a su cigarrillo. Sintiendo como el peso sobre sus hombros bajaba, dejándole un sentimiento de liberación único, el mismo que había tenido al hacerse de aquel uniforme y título ante el mundo entero. Al llevar aquel saco de color blanco que ondeaba a sus espaldas.
Al sentir aquel astibo de tranquilidad, sonrió de soslayo. Sus ojos ámbar recorrieron con atención los grandes ventanales, observando los jardines, a los cadetes iniciando su día con las mejores energías, todos parados en filas y en la espera de las órdenes de su jefe. Unas tontas ganas de sonreír abiertamente le abocaron a la joven marine, quién tampoco se negó a si misma aquel derecho.
Al instante, recuerdos empezaron a abarcar su mente. Cuando era una simple cadete ante grandes marinos.
Recordó vivamente lo doloroso que resultó el iniciar una vida que no conocía en lo absoluto. Al luchar en contra de las opiniones de su padre y su futuro marido, entre sus negativas, pelear con uñas y dientes por la luz de libertad que la marina podía ofrecerle a una joven que no tenía ninguna cuerda de la cual sostenerse para subir a la superficie y salvarla de su completo ahogo entre las profundidades del inmenso mar. Lucho, jamás había estado tan decidida a algo, por primera vez no permaneció callada ante las ordenes de Ignatus Sephard, y consiguió iniciar en lo que se volvería su rescate. Su dolor de cabeza y, sin embargo, su completa salvación.
Ella nunca pensó en terminar en aquel lugar, recorriendo aquellos largos pasillos y vistiendo el blanco que ellos llevaban con orgullo, las palabras grabadas en la capa que en ese instante ondeaba en su andar hasta su oficina. Valeska Sephard jamás se lo imagino. Y así mismo, nunca se le había advertido al respecto de las obligaciones, responsabilidades y la dureza con la que tendría que lidiar al iniciar con aquella vida.
Nadie le avisó lo duro que sería soportar el entrenamiento como cadete, jamás le habían dicho sobre el gran esfuerzo y voluntad que tenía que ofrecer para seguir de pie cada atardecer y levantarse en cada amanecer. Y aún así, en cuando empezó con la nueva pagina de su vida, supo de inmediato que aquel esfuerzo sería mucho mejor que el vestirse de blanco y caminar ante un altar que ella no esperaba con ansias.
Y fue la verdad.
Recordar sus inicios con la marina, logró hacer que su sonrisa aumentará, mientras miraba a aquellos nuevos chicos aferrarse a la idea de la justicia. Le dio una calada a su cigarro, subiendo su mano a la altura de sus labios y expulsando el humo que abarcó su boca, le hizo una seña militar a un novato que se habia percatado de su presencia en los ventanales, causandole al cadete una sonrisa también.
Recordó las palabras de su padre, resonando por su mente como un eco que no la había abandonado desde que tomo aquella decisión y se aferro a ella hasta que sus dedos sangraran. Tan clara como el día en el que se le había permitido deshonrar el apellido Sephard de esa forma, y honrar el Katz que alguna vez se le había aludido a su adorada madre.
"No conseguirás nada, volverás arrastrándote como la perra que eres hasta nosotros, y te haré arrodillarte a suplicar que te perdonemos"
Ella no había regresado arrastrándose. Nunca le había vuelto a suplicar al hombre que se hacía llamar su padre por un perdón. No necesitaba pedir un perdón que no le debía a absolutamente nadie más que a si misma. Valeska no le dio la satisfacción a Ignatus Sephard, simplemente regresó a esa casa que tanto odio por años, y le mostró el resultado de su esfuerzo. De levantarse día tras día y seguir demostrando que podía aguantar tanto como se le aludiera.
Se volvió una verdadera marine. Alguien que merecía el puesto que tenía ahora. Se volvió alguien, obtuvo un nombre y un orden ante el caos que fue su vida. Cuatro años más tarde, Valeska Sephard podía decir con total orgullo todo lo que había logrado. Todo lo que había conseguido, un título, una división, la total confianza de la justicia absoluta.
Y lo más importante.
Se había salvado a si misma del caos que era su propia persona.
A pesar de todo, lo había logrado. Y su padre odiaba eso de sobremanera, lo que la hacía sonreír aún más.
Valeska negó con la cabeza, quitándose esos recuerdos que provocaban sentimientos encontrados en ella y decidió continuar con su camino, internándose nuevamente entre el largo pasillo adornado con las sombras, como un fantasma, perdiéndose como un espectro. Sus pasos eran cortos, sus botas de tacón resonando sobre el suelo de mármol. Soltando el aire que había estado reteniendo desde que entró en esa maldita casa hacia casi tres semanas, logrando respirar nuevamente con naturalidad.
Por fin era libre.
Por mucho que la gente las pidiera, Valeska tenía algo en claro, odiaba sus vacaciones. El regresar a esa casa, no le generaba en lo absoluto un astibo de alegría, sin embargo, tenía que cumplir con ese maldito trato.
Al llegar al punto final de su recorrido, leyó en la placa de color plateado su nombre y abrió la puerta sin llamar antes, introduciéndose en la oficina y soltando un suspiro en cuanto cerró la puerta detrás suyo. Alzó su mirada, barriendo con sus ojos ámbar su alrededor. El lugar estaba algo desordenado, pero ese tipo de desorden que tienes mientras limpias. Habían algunos papeles tirados en el suelo, carpetas abiertas en los muebles de cuero, y un par de tazas de café vacias en la mesa de noche.