Ciclos de un cambia-formas

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La primera vez que menstruó, su lobuna hermana le obligó a transformarse en humano, impidiendo así que el resto de la manada creyera que era una hembra en celo fuera de temporada. Ese fue el primero de sus ciclos.

Ese ciclo era conocido por muy pocas personas, entre ellas su primera pareja y los tres hijos que tuvo con ella. También lo conocía su compañero de armas, a quién no pudo ocultárselo después de que descubriera que era un cambia-formas.

Fue por una apuesta que descubrió que su útero era funcional por completo. Él mismo creía que no sería capaz de concebir hijos de esa forma. Todo el reino supo que había dado a luz a su sexto hijo por sí solo, quedando en estado de un caballo de hielo. Y sólo un siglo después de ese nacimiento empezó su segundo ciclo.

Sus entrañas le reclamaban una criatura, daba igual cuál. Necesitaba una nueva vida creciendo en su interior. Nadie debía saberlo, no podían verle así. Y a pesar de ello se lo confió a las dos personas que eran más cercanas a él. Su hija y su compañero de armas. Ellos le permitían escabullirse a los bosques de los Nueve Reinos para quedarse en estado y así apagar ese fuego dentro de sí.

Fue después de que le liberaran de su condena cuando le contó aquello a una tercera persona, el mismo que había ayudado a su liberación. Un enviado desterrado de otro dios, a quién acompañó durante un tiempo.

– Niñas, no corráis – les pidió ese hombre de tez oscura a sus hijas gemelas –. No queremos que caigáis al agua.

– Sí papá – dijeron las pequeñas antes de alejarse corriendo.

– Mira que son adorables – le comunicó el cambia-formas a su amigo.

– Sí que lo son...

– ¿Cuándo vamos a llegar a puerto?

– Deberíamos atracar en Atenas en un par de días. ¿Ocurre algo?

– Ya es hora.

– Vale. Que el resto de tripulantes no te lo noten.

Dos noches más tarde, cuando llegaron a puerto, el cambia-formas salió disparado hacia la ciudad, ocultándose en sus calles. Sólo su compañero de tez oscura sabía el por qué. Otro de sus ciclos de embarazo.

Sólo se alejó un par de meses, los necesarios para volver con una camada de gatitos recién nacidos. Pero en el barco estaban de luto. Las gemelas habían muerto y su padre estaba desconsolado.

– ¿Cuándo ha ocurrido? – le preguntó el cambia-formas a la navegante.

– Esta noche – le contestó ella –. Al ir a despertarlas ya no estaban.

– ¿Y el capitán?

– No está bien.

El cambia-formas entró en la cabina dónde se ocultaba su amigo, con los cuerpos de sus dos pequeñas cubiertos con una sábana. Estaba sentado en un rincón, sin apenas ser capaz de reaccionar a nada, llorando sin que nadie le escuchara. El cambia-formas dejó a sus gatitos al lado de las niñas y fue a sentarse al lado de su padre.

– Lo siento mucho, Lucifer.

– Ayer preguntaban por ti... Querían saber si tardarías mucho en volver...

– Precisamente había elegido un gato porque sabía lo mucho que les gustaban. Odio no haber podido estar aquí con ellas. ¿Cómo ha ocurrido?

– Mi maldición, ya la conoces. Ninguno de mis hijos llegará a la adultez. Así lo dispuso mi creador cuando me lanzó al abismo.

– ¿Quieres que ponga rumbo a la isla?

– Por favor.

Poco antes de zarpar, empezó a nevar. Una nieve primaveral que siempre cubría Grecia en esa época. Tanto Lucifer como el cambia-formas sabían lo que eso significaba. La reina del inframundo y diosa de la primavera había llegado a los dominios de su madre, la diosa de la naturaleza, separándose por medio año de su amado esposo.

Con el tiempo, el cambia-formas se estableció en sus tierras de origen mitológico, en el norte. La ciudad elegida fue Oslo, Noruega. Y mucho después acogió a un joven cuya familia había sido condenada a prisión. Con lo que no contaba era con enamorarse de él.

Poco después del decimoctavo cumpleaños de ese joven, al cambia-formas se le adelantó su ciclo de celo. Sólo habían pasado treinta años del último, en vez de los setenta que debían ser. Desapareció en los bosques, preocupando así al joven y a su compañero de armas, quiénes fueron a buscarlo.

Cuando le encontraron, estaba llegando casi a término de lobos. Incluso su manada le pidió que se fuera con ellos, y los cachorros nacieron en su apartamento del centro de la ciudad. El joven les adoraba, y al final tuvo que contarle lo que había ocurrido. Poco después, empezaron a salir juntos.

– Loki, ¿te encuentras bien? – le preguntó el joven dos años más tarde.

– Sí, no te preocupes. Vete a clase, cuchi.

Era mentira. Su ciclo de celo había vuelto a cambiar, pero no se atrevía a decírselo. Sólo dos inviernos más tarde, su cuerpo le reclamaba otra cría. Y cuando el joven volvió de sus clases, se encargaron de ello.

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