🌊 M A D W O M A N
❛ En donde Diana Bianchi se preparo toda su vida para ser una cazadora de Artemisa...
o
...en donde Afrodita le juega una mala broma a Diana haciéndola enamorarse del hijo problemático de Poseidon ❜
La historia y los persona...
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Diana odiaba tener insomnio.
Muy pocas veces era privada del sueño, pero cuando lo era no lo pasaba bien. Con el insomnio siempre llegaban todos sus pensamientos.
Diana odiaba sobrepensar.
Lo evitaba lo más que podía durante el día, ya sea entrenando con su daga, usando su arco, escalando la pared de lava, saliendo a correr, en resumen todo lo que podía hacer lo hacía. Eso la ayudaba a cansarse y dormir profundamente.
Pero ahora incluso con el cansancio luego del captura la bandera Diana no podía pegar el ojo, no importaba cuántas vueltas diera en la cama simplemente Morfeo no parecía querer llegar a ella.
Diana tambien odiaba a Percy Jackson.
Para ella estaba claro que el hijo de Poseidon era la razón por la cual no podía dormir ni cinco minutos, el rubio ocupaba todos sus pensamientos.
La hija de Artemisa siempre pensó que el día que llegara aquel que la llevaría a su misión ella estaría saltando en un pie, pero no podía. Tal vez la empatia de pensar en el destino que posiblemente le deparaba a Percy, no solo por ser un niño prohibido, si no también por su profecía.
La mente de Diana fue rápidamente hacia Thalia, la última niña prohibida, la última hija semidiosa de Zeus y el trágico final que tuvo. Que hasta el día de hoy se recordaba con aquel pino en los límites del campamento, aquel que representaba la valentía y lealtad de aquel que daba la vida por sus amigos.
Diana se preguntó si así terminaría Percy, muerto. La simple idea de ese idiota rubio muerto la hizo estremecerse.
No podía permitir que Percy tuviera el mismo destino que Thalia, no era que a ella le importara el, simplemente le daba algo de pena que lo lanzaran de imprevisto a este mundo y que de repente sea el posible salvador o destructor del Olimpo, solo por eso Diana quería protegerlo lo más que pudiera.
Con un suspiro frustrado la castaña se sentó en su cama y miró al rededor de su cabaña.
La luz de la luna que entraba por su ventana la ayudaba a ver levemente a su alrededor, Diana observo las literas frente a ella, todas con mantas azul real y almohadas cómodas.
Si bien nadie más que ella dormía ahí siempre que las cazadoras iban al campamento ocupaban la cabaña ocho para dormir. A Diana le encantaba cuando eso sucedía, se llevaba bien con todas sus hermanas en especial con Zoë Belladona, su mejor amiga.
Si había a alguien que ella admirara además de a su madre Artemisa, era a Zoë. Con sus vibras de princesa ruda y su destreza en el arco, además de su amplio conocimiento lo cual Diana atribuía a sus dos mil años de vida.
Diana sonrió levemente ante el recuerdo de la que sería la segunda al mando junto a ella, mirando hacia la mesita de luz vio la unica fotografía enmarcada que tenia. En esta se podía ver a una Diana sonriente de al rededor doce años junto a otra chica con mirada ruda pero, sin embargo se podia apreciar una sonrisa leve que le daba un aspecto más amable.
Podías ver a Zoë pasando su brazo derecho por los hombros de Diana, ambas peinadas con trenzas y con sus arcos en mano.
Esa fue la última vez que se vieron el invierno pasado, la hija de Artemisa no podía esperar volver a su hogar solo para reencontrarse con Zoë. Le gustaba pasar tiempo con ella aunque siempre era poco, una semana como mucho pero ambas sabían como aprovecharlo al máximo; tiro al arco, repostería, mirar el cielo estrellado en las noches, enseñarle a Zoë las canciones moderna y planear lo que ambas harían apenas Diana se uniera a la caza era lo que más les emocionaba.
Diana estaría mintiendo si no dijera que uno de sus motivos principales para unirse a la caza era Zoë, ella anhelaba pasar más tiempo con su hermana, ambas querían pasar todo lo que les quedara de inmortalidad juntas, cazando y viendo el mundo cambiar por siglos mientras ellas seguían siendo jóvenes doncellas.
Con un suspiro la castaña miró el reloj de su mesita, las tres de la mañana.
— Por favor Morfeo, permiteme entrar en el mundo de los sueños. Es lo único que pido ahora realmente.— suplico Diana tirándose hacia sus almohadas nuevamente.— Mañana te daré dos racimos de uva.
Se ve que la oferta de Diana era tentadora, porque apenas diez minutos después la hija de Artemisa quedó en un sueño profundo y sin sueños mestizos.
A la mañana siguiente, Diana vio desde su ventana como Quirón trasladó a Percy a la cabaña 3. La castaña hizo una mueca, Percy al igual que ella eran los únicos hijos de sus padres piadosos, por ende no tenían a nadie con quien compartir su cabaña. Y si bien por una parte podía ser bueno, a veces se volvía deprimente más aún cuando escuchabas a los otros campistas pelear o divertirse con sus hermanos. Diana compadeció el sentimiento de soledad que Percy acarrearía por un par de meses.
Nadie mencionaba el perro del infierno frente a el rubio. El ataque había asustado a todo el mundo. Enviaba dos mensajes: uno, que el era hijo del dios del mar; y dos, los monstruos no iban a detenerse ante nada para matarlo. Incluso podían invadir el campamento que siempre se había considerado seguro. Diana todavía sostenía la idea de que aquella persona que le había permitido la entrada al perro del infierno no estaba muy a gusto con la vida de Percy, y eso la ponía nerviosa, significaba que había un traidor en el campamento. A Diana no le gustaba como sonaba aquella palabra.
Podía ser cualquiera y podía ir por cualquiera, ahora era Percy, pero próximamente podrían ser Annabeth, Luke o incluso ella misma.
Eso la aterro.
Pude notar como los demás campistas se apartaban del hijo de Poseidon como si tuviera alguna peste. Diana incluso se enteró gracias a Luke de que ahora en adelante Percy tendría clases privadas con el, resulta que en la cabaña once estaban demasiado asustados del rubio como para querer estar en un lugar en el que hubieran espadas y un Percy Jackson coexistiendo.