CAPÍTULO 4

516 63 16
                                    


P.O.V Gustabo

Gustabo estaba harto de la montaña rusa emocional que estaba viviendo. Le gustaba tener las cosas claras, distinguir quienes eran los malos y los buenos. Ya no sabía qué pensar de Conway. Por un lado, le alimenta, por otro le amenaza con encerrarlo en el calabozo. Le compra ropa, pero iba a arrestar a las únicas personas que han sido decentes con él.

Lo peor es que lo manipuló en el interrogatorio. Cuando habló, dio solamente motes inofensivos, pensó que no estaba haciendo daño a nadie y, en cambio, había cavado la tumba de Armando y los otros. Se sentía como un sucio traidor y la puta sudadera de la policía no ayudaba a sentirse menos asqueroso.

El superintendente le ordenó que saliera del coche. Estaban en el parking de la comisaría. Le parecía irreal que tan solo hubiera pasado un día desde que lo habían detenido.

Siguió a Conway con la cabeza baja, lo último que quería era que los dos imbéciles que lo habían arrestado ayer lo vieran de nuevo. Se volvía a sentir como un niño pequeño patético, bajo el control tiránico de un padre adoptivo. Realmente necesitaba escapar, toda la situación se le estaba echando encima y la única forma que sabía de lidiar con las emociones complicadas eran con la violencia o huyendo. No eran los mecanismos más saludables, pero Gustabo no se quejaría, le funcionaban bastante bien.

Llegaron al despacho del superintendente. Era más pequeño y austero de lo que habría esperado. Pensó que si había elegido ese espacio era por el ventanal que le permitía vigilar entre visillos a toda la comisaría.

Conway se sentó en su silla de escritorio como si fuera su trono y llamó por radio a alguien. Gustabo se quedó en medio de la habitación preguntando por qué lo habían hecho ir allá. Ya no lo necesitaban para sacarle más información de la mafia, todo lo que sabía lo podían obtener también de su móvil.

Al poco rato entró un chico que era a penas mayor que un adolescente. Gustabo pensó que tendría alrededor de veinte años. Era alto y bastante musculoso, aunque esto sería más intimidante si no tuviera aún una cara algo redonda que lo hacía ver más joven. Además, en su expresión se notaba tal confusión que resultaba cómica.

- ¿Señor? ¿Quién es ese niño? ¿Tiene un hijo? - preguntó tratando de recomponerse del shock.

- No es mi hijo y no te importa quién es. Tengo que preparar un operativo, así que mientras tanto te encargarás de vigilar al chico. Mantenle siempre un ojo encima, le gusta jugar al escondite. Y no salgáis de la comisaría.


Dicho esto se levantó, agarró un par de carpetas con informes y se fue. Los dos chicos quedaron solos, mirándose en idéntica extrañeza.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó Gustabo para romper el hielo.

- James Gordon. ¿Y tú?

- Gustabo.

- ¿Eres el sobrino del jefe? ¿O su nieto?


Gustabo pensó un momento. Podría seguir jugando a ser un buen chico, pero estaba molesto con Conway y quería vengarse, aunque fuera esparciendo rumores mezquinos.

- No, soy su hijo bastardo, por eso no quiere reconocer que es mi padre.

- No me jodas.

- Ya, y a pesar de que el tipo está forrado, nunca ha pagado la manutención, ¿te lo puedes creer?

- Tremendo hijo de puto.

- En eso estamos de acuerdo. Sabes, seguro que tienes algo mejor que hacer que ser mi niñero, así que podríamos ir cada uno por nuestro lado. Conway está ocupado, no se dará cuenta.

Malas decisiones, buenos resultadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora