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1.
DEBAJO DE LA CAMA.


Todo mi cuerpo está tirado en un frío piso que parece de metal. Todo está absolutamente oscuro en este lugar. No logro reconocer nada debido a las grandes capas de negro que me cobijan en esas extrañas paredes donde desperté.

Por suerte, a un lado de mí había una linterna, vaya, qué coincidencia... Justo cuando más la necesitaba la muy maldita. Sin pensarlo dos meses, llena de un miedo horrible y un susto corriendo por mis venas, logro prenderla con ayuda de mis dedos, que por alguna extraña razón me dolían, me dolían demasiado al grado de soltar quejidos con mi boca.

—¿Dónde estoy? —me pregunto a mí misma mientras recupero la postura. Siento que mi cabeza duele, al igual que mis piernas; solo podía sentir que mis ojos ardían debido a la fuerte luz que soltaba la linterna con la que alumbraba el lugar.

El laboratorio de papá, sí, un laboratorio debajo de la casa.

Por un momento no me lo creo y me quedo intacta, sin entender por qué carajos tenía un laboratorio debajo de la casa donde justamente él y yo vivíamos. Nos habíamos cambiado a esta casa justo cuando mamá murió, había muerto gracias a que un cáncer terminal llegó a su cuerpo y no se pudo tratar a tiempo. Aunque me lastimaba, tenía que aceptar que mi vida y toda mi adolescencia y juventud se cumplirían aquí.

Eso no importaba, lo que me preguntaba es... ¿Por qué carajos amanecí en el laboratorio de papá? Se supone que debería de estar dormida en mi cuarto y no tirada en el piso en este lugar tan raro y tan extraño, que no solo me daba miedo, me daba una sensación de que unos ojos me miraban.

Camino por el lugar y con ayuda de la lámpara logro iluminar algunas cosas, como jeringas, agujas, papeles, camillas, tecnología de laboratorio que parecía futurista y química. Hay miles de agujas tiradas en el bote de basura, pero todas ellas tenían...

Sangre, sí, todas contenían un líquido viscoso rojo que, por supuesto, no iba a tocar por nada del mundo.

Me quedo impactada por todo lo que tiene el hombre que me mantiene desde niña en este lugar, había muchas cosas de las cuales solo los científicos tenían conocimientos cuando yo no sabía ni la mitad de esas cosas. Todo iba "bien", no podía estar segura, me tropezaba con mis pantuflas una que otra vez, la bata que tenía como pijama no me ayudaba en nada y mi cabello suelto era un puto desastre.

—¿Hola? ¿Alguien aquí? —pregunto al aire, deseando tener respuesta, mirando detrás mientras camino.

Cuando estoy retrocediendo para evitar que algo extraño se cruce detrás de mí, choco con un cristal gigante y me asusta tanto que me doy una vuelta rápida. Pero mi miedo se calma, pues era una cápsula de clonación, aunque pensé que no era nada grave, podía ser peor...

He visto que en esas cápsulas ponen cuerpos, ya sean muertos, o incluso hasta los propios vivos están encerrados allí. Por suerte estaba vacía, pero lo aterrador aquí es que había muchas cápsulas de clonación, en especial había una, una que estaba rota, el vidrio completamente destrozado.

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—¿Tom Kaulitz? —logro leer el nombre de esa cápsula.

Tenía pegado un hombre que sonaba alemán, eso me confundió mucho, ya que estábamos en Canadá y no entendía cómo papá podría tener en su laboratorio el nombre de un desconocido. Está escrito en cursiva, la linterna me ayuda a leer correctamente su información.

—Tom Kaulitz —leo el nombre de nuevo —, 21 años de edad, nacionalidad: alemana... ¿Muerte ocasionada por un disparo y estrangulamiento? —leo con horror la información última.

No quería creer esto, no podía tener muertos en el laboratorio. Miro la hora con los ojos llenos de miedo, estaba segura de que me tiraría a llorar como la débil que soy, eran las tres de la mañana... Lo extraño y horrible aquí es que el reloj no contaba, se quedaba en la misa hora, solo tres en punto, no corría ni nada.

De repente, un sonido de alguien corriendo por el laboratorio suena con fuerza, como si alguien estuviera jugando a asustarme. No me parecía divertido, solo escuchaba como pisaban de un lado al otro, confundiéndome y asustándome más de lo que ya estaba, todo mi cuerpo me pide que corra y que me vaya a un lugar seguro, pero no puedo, algo me dice que lo mejor es que me quede quita y no cometa una locura, pero me fue inevitable.

—¡¿Quién anda ahí?! —grito con fuerzas, apuntando la linterna a todos lados. La luz recorre los escritorios y las computadoras y nada.

No había nada, todo estaba solo, éramos mi miedo y yo solitarios en ese estúpido laboratorio debajo de la casa que no tenía ni idea de que existía.

Todo mi miedo comienza a ser peor cuando apunto al pasillo que está detrás de mí y todo en mí se derrite. Me quería dar un maldito infarto al ver esa cosa al fondo, quería gritar el nombre de mi papá para que pudiera salvarme de esta situación.

—¡¿Quién eres?! ¡¿Cómo entraste?! —comienzo a reclamarle, apuntando la luz de la linterna en su espalda firme y que parecía fuerte.

Era alto, demasiado, no tenía ninguna camisa puesta y solo vestía unos jeans demasiado holgados. Tampoco llevaba zapatos, estaba descalzo y sus pies tenían cortadas llenas de sangre, su cabello estaba trenzado por lo que podía ver, pero lo que más me aterró es que las venas en su cuerpo eran muy notorias, pero no eran unas venas cualquiera...

Eran negras, las venas se notaban en todos sus brazos, en todo su cuello, en toda su espalda y hasta en sus manos. Recorrí la luz de la linterna por todo su cuerpo y cuando llegué a sus manos me aterraré, quería pedir ayuda, quería correr e irme.

Unas garras negras, unas malditas garras negras que amenazaban con matarme crecían en sus manos. Escuchaba cómo crujían al momento de que él las movía y gruñía de una forma animal... Lo peor no era eso, sus garras goteaban en sangre y manchaban el piso.

—¡Vete! ¡Aquí no hay nada de lo que vengas a buscar! —le grito en medio de lágrimas mientras retrocedo, casi me caigo de trasero al piso por el miedo.

Él se giró, de una forma tan monstruosa que no pude ni reaccionar. El iris de sus ojos era blanco, su cara era delgada, pero atractiva, tenía abdominales marcados e incluso los músculos de sus brazos eran notables. Joder, sentí el miedo tan horrible que no podía quitar la mirada de sus ojos.

—¡Vete por favor! ¡Papá! —exclamo de miedo y de horror.

Cuando grito en busca de la ayuda de papá, él comienza a correr hacia mí y no sé qué hacer, pero logro a reaccionar a tiempo. Las pisadas de ese hombre tan extraño suenan con fuerza que no puedo controlar mi miedo, son como golpes, como si un león quisiera devorar a una presa que tenía ante su vista.

SICK RESURRECTION | TOM KAULITZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora