Funerarias poco éticas

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– El furgón ya ha salido – dijo el encargado de la funeraria al volver a entrar en la morgue –. ¿Cuál es el siguiente cuerpo?

– El de una joven de 26 años – le contestó su trabajadora más fiel –. Murió de una parada cardíaca hace unas horas y su madre la trajo de inmediato. No quería que se aprovecharan de su cuerpo.

– Muy bien, veamos qué hay.

La mujer abrió la nevera en la que estaba el cuerpo y lo sacó. El cuerpo de la joven yacía allí, con el cabello completamente plateado y una piel muy pálida. La pusieron sobre la camilla para prepararla para su funeral.

– La madre también nos ha traído un vestido – explicó la mujer –. Quiere enterrarla con él.

– La vestiremos una vez hayamos terminado nuestro trabajo. Descúbrela.

La mujer quitó la sábana que cubría el cuerpo de la joven. En su desnudez vieron que estaba necrosada de cintura para abajo, dejándoles a ambos una horrenda visión, además de una expresión de asco en sus rostros.

– ¡Cubre eso! – le gritó el encargado. La mujer le obedeció –. Extrae lo que pueda aprovecharse, el resto al ataúd. ¡Qué asco!

– Su útero no será viable para la venta.

– Da igual, ya cubriremos pérdidas con el siguiente.

El encargado salió de la sala, dejando a la mujer sola para que empezara su trabajo. Esta abrió el cuerpo, preparándose para la extracción. Había sido médico, así que sabía qué órganos podían extraerse varias horas después de la muerte y que eso no afectaría a su uso. En cualquier caso, eran para el mercado negro, así que nadie se daría cuenta de su procedencia. Ya habían vendido una buena parte de esos órganos antes de que el cuerpo llegara a la funeraria. Lo habían arreglado para que fuera así a través de un médico que colaboraba con ellos.

Extrajo primero el estómago y abrió el intestino para extraer algunas heces que el cuerpo aún no había evacuado. Las puso en una caja de transporte de órganos y siguió extrayendo. El hígado aún estaba lo suficientemente fresco como para ser trasplantado, igual que los riñones. Los pulmones aún tenían buen aspecto, podrían ser usados.

Mientras extraía el segundo riñón, escuchó un sonido que la aterró.

Ba-bump.

No podía ser. Era un cadáver, no debía escuchar ese sonido. Pero lo había hecho, alto y claro, cómo si fuera el suyo propio.

Ba-bump.

Una segunda vez. Giró la cabeza lentamente y ahí estaba. El corazón de la joven lo hizo otra vez.

Ba-bump.

Y entonces sus pulmones se llenaron de aire. Los vio claramente. Soltó el bisturí y se alejó de la mesa. Eso no podía estar pasando. La joven la estaba mirando fijamente. Había abierto los ojos. Y soltó un chillido que todo el barrio escuchó, dejándola paralizada en el suelo.

No pasaron ni quince minutos hasta que la policía se plantó en sus puertas, encontrándose con la macabra escena. La joven tenía la cara desencajada en una horrible mueca y su corazón se había parado. En cuanto a la mujer, había muerto con una expresión de terror absoluto en la cara. Cuando los sanitarios intentaron moverla, estaba completamente agarrotada en esa posición, sentada en el suelo, algo que debía ser imposible dado el poco tiempo que había pasado.

La madre de la joven estaba afuera cuando sacaron ambos cuerpos. El encargado de la funeraria salió en ese momento, detenido, y la dama le dio una hostia con retorno.

– ¡Me dijo que cuidaría de mi hija! – le gritó la dama –. ¡Y la ha profanado! ¡PROFANADO! ¡PÚDRASE EN LA CÁRCEL!

– No se preocupe por ello, señora – le explicó el inspector mientras se llevaban al hombre –. Tenemos a su cómplice, nadie más volverá a pasar por lo mismo que su pequeña.

La mujer asintió con lágrimas en los ojos. No quiso irse con el cuerpo de su hija, ya la había visto morir una vez y no quería volver a estar en esa situación. Esperó a que las ambulancias se fueran antes de dirigirse a su casa. Un perro se le acercó cuando estuvo sola, a unos metros de la funeraria. Ella se arrodilló para acariciarlo.

– Les han detenido, chico. Gracias por el aviso – le comunicó la dama –. ¿Qué traes ahí?

El perro dejó un peluche en el suelo y ladró. La dama sonrió, entendiendo lo que el animal decía. Esa esa su posesión más preciada.

– No voy a aceptarlo, es tu favorito. Tú no necesitas pagarme, me indemnizarán por esto. Ya sabes que fui yo la que puso la denuncia anónima gracias a tu aviso. Lo has hecho bien. Vete a casa y cuida de la familia de tu dueño por él.

El perro le lamió la cara, llevándose parte de su maquillaje, pero a ella no le importó. El animal cogió su peluche y volvió corriendo a casa. Ella también se fue, sin percatarse del hombre de cabello negro y piel grisácea que estaba fumando en la esquina de la funeraria. La había observado, cuchillo en mano. Había ido a eliminar a aquellos que le quitaban el trabajo en la zona, pero esa dama lo había hecho por él. Escondió el cuchillo y se fue en dirección contraria, sabiendo que podía volver a sus negocios sin interrupciones.

Funerarias poco éticasWhere stories live. Discover now